Cataluña no tiene un problema con su modelo policial sino con su modelo político. «Después de las elecciones del 14 de febrero —dice Lola García, en la Vanguardia: Un Govern independentista, ¿para qué? —, nadie parece tener prisa por comenzar la legislatura. El despliegue de movimientos tácticos es agotador y las negociaciones se desarrollan entre tímidos tanteos y profusión de quinielas de nombres en la retaguardia».
«Cataluña no tiene un problema con su modelo policial sino con su modelo político«
Había que avanzar las elecciones porque «la legislatura no tiene más recorrido político», como afirmó hace más de un año el presidente Quim Torra. Por el momento, el gobierno sigue en funciones y los partidos siguen con su particular guerra de desgaste que a nadie beneficia. Por suerte hay unos plazos fijos: no más allá del 12 de marzo se ha de constituir el Parlamento, y no más allá del 26 ha de haber una sesión de investidura.
Cataluña, en la próxima legislatura, continuará siendo la única comunidad autónoma sin ley electoral propia, pero si algún día se les ocurre afrontar la cuestión, estaría bien establecer una fecha fija para las elecciones cada cuatro años y quitar al presidente de la Generalitat la potestad de convocarlas cuando mejor le parezca.
También convendría una elección a dos vueltas, para que en la segunda queden mitigadas las pasiones ideológicas y se puedan confrontar un par de programas de gobierno factibles; y también para que toda la política no gire en torno a un partido como la CUP.
La CUP instiga altercados
Por ahora, lo más concreto que ha trascendido de las negociaciones es el propósito de aislar a la extrema derecha —incluso se habla de un «pacte nacional contra el feixisme», como si Mussolini ya estuviera invadiendo Abisinia—, mientras que es precisamente la extrema izquierda la que está incendiando —literalmente— las calles catalanas.
Lo más probable es que Vox se quede sin presencia en la mesa de la cámara ni en las comisiones, al tiempo que la CUP se instala en todas las instituciones —incluso «se ofrece a presidir el Parlament»— y también en todas las bullangas callejeras.
«Se habla de un «pacte nacional contra el feixisme», como si Mussolini ya estuviera invadiendo Abisinia—, mientras que es precisamente la extrema izquierda la que está incendiando —literalmente— las calles catalanas»
Según Lola García, «en la cúpula de los Mossos están convencidos de que Arran, grupo radical vinculado a la CUP, figura entre los instigadores de los altercados». Es fácil comprobar que Arran convoca y celebra los recientes disturbios en Barcelona. No lo disimulan en absoluto, ahí están las imágenes que divulgan: incendios y destrozos. También lo hace otra presunta organización, la Forja. En Gerona cortaron la autopista y desfilaron por las calles: No cederemos hasta la victoria, dicen.
«Es fácil comprobar que Arran convoca y celebra los recientes disturbios en Barcelona. No lo disimulan en absoluto, ahí están las imágenes que divulgan: incendios y destrozos».
Son diferentes nombres para una misma ofensiva. Sus pancartas lucen frases de contenido incierto: «Sin libertad no hay futuro», «Hasta que caigan». El preso Pablo Hasél se le menciona pero ya no es el gran protagonista. Las banderas independentistas pasan a segundo plano. Todo tiene un aroma más nihilista. Es como si este fin de semana la galaxia CUP hubiera intentado reafirmar su primacía dentro del gremio de alborotadores, de acuerdo con su principal lema: «Las calles siempre serán nuestras».
La ‘kale borroka’ catalana
La CUP es un partido de partidos. Los principales son dos: Endavant i Poble Lliure; Arran es la organización juvenil del primero, y la Forja del segundo. La cuestión que debería preocuparnos es que la CUP, mientras envían a sus comandos de acción a cometer ese terrorismo de baja intensidad que en Euskal Herria se llamó kale borroka, bajo el pretendido amparo legal del derecho a la protesta, están negociando su apoyo al próximo gobierno de la Generalitat. Y nadie de los grandes partidos, PSC, ERC y JxCat, se está planteando establecer un cordón sanitario en torno a la CUP, ni excluirla de las instituciones, ni siquiera exigirles que cesen de ejercer la violencia sistemática contra los ciudadanos a los que dicen querer liberar.
Debería preocuparnos que mientras la CUP envía a sus comandos a cometer ese terrorismo de baja intensidad que en Euskal Herría se llamó kale borroca, están negociando su apoyo al próximo gobierno de la Generalitat y nadie de los grandes partidos se está planteando excluirla de las instituciones
La política da muchas vueltas, pero ahora mismo, y desde hace meses y años, no son los de Vox quienes están cortando carreteras, saqueando comercios y atacando a policías. Lo dice un veterano de la Ertzaintza, entrevistado en el Periódico: Vemos en Catalunya una imitación de la kale borroka: «No son protestas espontáneas, como tampoco lo eran las de aquí, y hay una interrelación de causas. El germen se ha trasladado a Catalunya.» No, el independentismo catalán no es ETA, pero hace todo lo que está en su mano para parecérsele.
Un municipal se salvó de milagro en el incendio provocado a una furgoneta de la Guardia Urbana, lo que constituye como mínimo un homicidio en grado de tentativa, como opina el consejero de Interior en funciones, Miquel Sàmper. No será el último, y todos lo sabemos.
«La Ertzaintza sufrió infinidad de ataques incendiarios en la peor época de la kale borroka. Y la gravedad de esos ataques demostró que lo que era violencia callejera se había convertido en terrorismo. Ese terrorismo de baja intensidad de los que llamaban “los chicos de la gasolina” tiene una finalidad grave: la muerte o los daños a los agentes de policía.»
Si algo demuestran los incidentes de estos últimos días, por si a alguien se le había olvidado, es que este país necesita policías antidisturbios, los que tiene y más, y con mejores recursos. La CUP hace mucho tiempo que reclama la disolución de la Brimo, para que las calles sean definitivamente suyas. Miquel Sàmper afirma que esa disolución no es negociable: «Todo es revisable, pero no se puede pedir que no haya orden público.» Pedir, lo piden. Esa pretensión debería ser suficiente para romper toda negociación con la CUP. Y, desde luego, hay exigirles responsabilidades por lo que están haciendo.
El separatismo ha perdido el 30% (casi 1 de cada 3) de los votos que obtuvo en 2017: de 2.079.000 a 1.456.000, més de 623.000 catalans han dit adéu al prusés, la secesión ya no les ilusiona, no ven necesario movilizarse.En el 2019 hubo cuatro elecciones en Cataluña y , en todas, el separatismo perdió más de 300 mil votos. En 2019 no había COVID.