Después de las elecciones que han deparado un Parlamento catalán más dividido que nunca, se abre un período de negociaciones para formar gobierno que todo el mundo dice querer breve. Breves, tal vez; fáciles, imposible.
La Vanguardia parece resignarse a un nuevo gobierno independentista, mientras que El Periódico apuesta decididamente por un gobierno de izquierdas, como el de Madrid pero con ERC a los mandos.
«Esquerra y Junts están obligados a buscar un acuerdo a pesar de sus muchas diferencias. Son como dos hermanos siameses que están condenados a vivir juntos a pesar de ser irreconciliables»
Jordi Juan
Aunque en el editorial de La Vanguardia —Primeros movimientos postelectorales— se afirma que «organizar el Govern atendiendo ante todo al eje nacional puede ser contraproducente» y que «el cambio que necesita Catalunya pasa por superar su división en dos bloques», el director Jordi Juan —Los hermanos siameses— entiende que «Esquerra y Junts están obligados a buscar un acuerdo a pesar de sus muchas diferencias. Son como dos hermanos siameses que están condenados a vivir juntos a pesar de ser irreconciliables».
A diferencia de los siameses, no necesitan ninguna intervención traumática para separarse, bastaría con explicitar a qué aspiran realmente y podrían ir cada uno por su lado. «Lo más sensato —dice Juan— sería que ERC y Junts hicieran tabla rasa de la mala experiencia de la anterior legislatura y fueran capaces de cerrar un acuerdo para dedicarse a gobernar.» Pero dedicarse a gobernar es algo que descartaron ambos al menos desde el 2016. Si siguen sintiéndose deudores de sus etéreas e incumplidas promesas, no lo conseguirán nunca. El mismo lunes 15, Jordi Cuixart reiteraba que hay que avanzar decididamente hacia la República catalana. Si ese es el espíritu con que van a llegar al gobierno, da lo mismo a qué acuerdos lleguen: habrá otro desgobierno. Sí, lo más sensato sería dedicarse a gobernar esta administración, pero no estamos hablando de gente sensata.
«Lo más sensato —dice Juan— sería que ERC y Junts hicieran tabla rasa de la mala experiencia de la anterior legislatura y fueran capaces de cerrar un acuerdo para dedicarse a gobernar.»
Jordi Juan
Joaquín Luna —Por cierto… ¿y lo de gobernar?— aporta una idea no por evidente menos inquietante: «Hoy se podría escribir sin miedo a la crítica que los electores, indirectamente, han premiado al gobierno más incompetente y caótico que ha tenido Catalunya.»
Con todo lo que ha sucedido, y siempre con la salvedad de la abstención, ERC ha ganado un escaño y JxCat ha perdido dos, suman 65: estamos en las mismas. Y la CUP ha recibido un premio a su contribución al hundimiento del país, pasando de 4 a 9 escaños.
Así ve Luna el panorama: «La moraleja es terrible: cometas los errores que cometas, gestiones bien o mal, le pegues un tiro a un paseante en la Quinta Avenida o no, el electorado renuncia a su capacidad de examinar a los gobernantes. Gestionen bien o mal, se maten o se quieran, da igual: la reelección no depende de ningún balance.»
El pacto ERC – PSC
En El Periódico, el ex presidente José Montilla —Encrucijada tras el 14-F— rechaza el desenlace lógico «de un Govern de ERC con Junts, con participación en el Govern o apoyo parlamentario de la CUP» porque «nos ha llevado al mayor fracaso de nuestro autogobierno». Y destaca que «las formaciones políticas que han defendido que es necesario un acuerdo para superar el bloqueo y que este acuerdo debe ser el resultado de un diálogo entre diferentes, son las que obtienen mayor apoyo electoral», es decir que les corresponde gobernar a PSC y ERC.
Joan Tardà —Vía amplia y liderazgo de izquierdas—, después de dar muchas vueltas, deja claro que «el exclusivo binomio gubernamental JxCat – ERC es una fórmula acabada» y que lo que procede es: «presidencia de Pere Aragonès y adiós a un Ejecutivo del mismo molde que el anterior».
Siempre pensando en «sumar, ensanchar y acumular fuerzas para la resolución de un conflicto que exige la construcción de una solución democrática», etc. etc., que es el tema de ERC esta temporada, de lo que se trata es de instalar cómodamente al partido de Companys en la Generalitat, con los socialistas facilitándoles las cosas, lo cual viene a ser, invirtiendo los papeles, lo que sucede en Madrid.
Acabar con el independentismo, una quimera
En El Punt-Avui, Joan Vall Clara —Cap garsa per perdiu— tiene prisa y pide: «Pactar presidente y mesa del Parlamento. Constituirla el primer día posible por ley. El primer día posible por ley, encargar la formación de gobierno a Pere Aragonès. Investir el 132º presidente el primer día posible por ley y ponerse a gestionar una compleja legislatura de cuatro años, presupuestos del 2021 incluidos.» Ya sabe que nuestros políticos son muy buenos perdiendo el tiempo.
En el Ara, Joan B. Culla —La página que no se deja pasar— cree que, aun con todo el apoyo judicial, demoscópico y mediático que han tenido, los socialistas no han conseguido «otra cosa que una victoria pírrica, de mínimos, del todo insuficiente para cambiar el escenario político catalán».
«El candidato Illa ha restaurado, dentro del campo soi-disant constitucionalista, una firme hegemonía del PSC» pero no ha conseguido «la clausura del proceso independentista y el regreso a un autonomismo de gestión amenizado con vagas promesas de mejora de la financiación y un siempre remoto horizonte federal». La división entre independentistas y unionistas es «hoy por hoy infranqueable» y «acabar con el independentismo en las urnas sigue siendo una quimera.»
Recuperar la calle
Salvador Cardús, también en el Ara —Segundo estado de excepción electoral—, se centra en la excepcionalidad del momento, en la que si los partidos independentistas han perdido 3 de cada 10 votos obtenidos el 2017, el resto de partidos han perdido 4 de cada 10».
«Se trata de una inestabilidad de fondo que seguirá marcando el futuro inmediato de la política catalana. Ni se habrá pasado hoja de nada cómo anuncia el PSC, ni vendrán tiempos de gobernación plácida mientras no se obtenga amnistía y referéndum de autodeterminación. Obviamente, tampoco se pacificará el debate parlamentario. La brutal entrada de Vox lo hará imposible.»
La amenaza es muy explícita: no va a haber tranquilidad política ni social hasta que no se aplique el programa de una parte. Y por lo que respecta a Vox, habrá que ver quién empieza a exhibir banderas, carteles, camisetas y tal vez piezas de audio, como ha empezado a hacer un diputado de la CUP en el Congreso: la lucha contra la extrema derecha amenaza con ser el único punto de acuerdo para la mayor parte del hemiciclo.
Es inquietante que Cardús añada a su lectura optimista de los resultados —«queda estabilizada la mayoría soberanista por dos a uno entre los tres grandes, por la mayoría absoluta parlamentaria de los 74 escaños y por el 51 % de los votos»— el deseo de «la recuperación de la calle cuando las circunstancias lo permitan». No, no se refiere a quitar los objetos inútiles y feos con que Ada Colau ha inundado las vías públicas de Barcelona; recuperar la calle significa ruido y furia.
Àrtur Mas, el gafe
Y así interpreta la escasa abstención: «Miles de votantes independentistas han preferido la abstención antes que castigar la ineficacia de su gobierno, como suele ocurrir en las democracias consolidadas.» Realmente la abstención ha afectado también, y algo más, a las opciones no independentistas.
Salvador Sostres carga contra Àrtur Mas —El fosc presagi— como responsable del inicio del proceso independentista.
«A Mas no le supimos ver el ángel de la muerte y este ángel ha arrasado con todo. Cataluña no habría pasado nunca de Pujol a Junqueras. Pero los catalanes podían confiar en Mas, disfrazado de solvente y de serio, con traje y corbata, y su tradición de político previsible y convergente, bendecido por la vieja guardia pujolista —Macià y Prenafeta— y por la propia familia del presidente. Si Mas decía que se podía dar el salto, es que podía hacerse. Esto los catalanes lo podían creer. Y se lo creyeron.»
Ciertamente, la credibilidad de los planes y las hojas de ruta que podían llevarnos a la independencia, cómodamente y sin romper nada, de una manera pactada y sin perjuicio para ninguna de las partes —una estrategia win-win, llegó a decir— era debida sobre todo a la figura presidencial de Mas, el sucesor de Pujol. Y en cinco años, Mas
se cargó a la veterana y exitosa coalición de CiU, a su propio partido, CDC, y ahora lo que queda de él, el PDECat, con unos 77.000 votos solamente, se ha quedado fuera del Parlamento. Lo de JxCat ya está en otra dimensión.
Sostres hace habitualmente un uso desmedido de la hipérbole pero a veces es difícil llevarle la contraria: «Mas ha destruido todo lo que ha tocado. Es el gafe, la daga más sanguinaria de la política catalana. Es la fatalidad. Es el oscuro presagio. Cosas horribles te han de suceder si Mas entra en tu vida. Él es un funeral de todo, la muerte asegurada de todas las esperanzas. Por donde él pasa, cualquier luz se apaga. Es el maleficio al galope, borrando la alegría de la Tierra.»