Cuanto más se alarga una discusión, más probable es que alguien mencione a Hitler o a los nazis. Ésta es la llamada ley de Godwin, que aplicada a Cataluña podría reformularse así: cuanto más se acercan las elecciones más probable es que alguien invoque a la extrema derecha o al fascismo o al racismo.
ERC tiene incluso un lema, en esta campaña, que es «Combatre el feixisme». Ni que estuviéramos en febrero de 1936. Es un síntoma más del desplazamiento hacia la extrema izquierda del centro de gravedad de la política catalana. Se trata de convertir a los adversarios en enemigos, y de acusar la discrepancia de traición.
Qué mejor manera de cohesionar a los seguidores que una buena paranoia. Los fascistas son los otros: los que se manifestan como tales y los que no; si alguien no parece un fascista, es porque disimula; si no actúa como un fascista, es porque esconde taimadamente sus propósitos.
Estamos rodeados de fascistas, pero ¡no pasarán! Hagamos una cosa o la contraria, sea lo que sea adquirirá sentido porque estamos luchando contra el fascismo. Aunque todas las promesas electorales se demuestren falsas o impracticables, a quién le importa, si estamos luchando contra el fascismo.
Manuel Valls, deportador
El último gran fascista es Manuel Valls, aún concejal del Ayuntamiento de Barcelona. Le han llamado «xenófobo» y «deportador de personas», en el debate entre candidatos organizado por TVE el domingo 31 de enero.
Concretamente, Pere Aragonès (ERC), presidente en funciones de la Generalitat, afirmó dirigiéndose a la candidata de “En Comú Podem – Podem en Comú” (sic): «Lo que no podemos hacer, como hicistéis en Barcelona, es aceptar los votos de los xenófobos para participar en un Govern.» Y Laura Borràs (JxCat) se ha referido a él como «un deportador de personas, la única persona que ha deportado a personas después de la Segunda Guerra Mundial».
En lugar de criticar a Valls por lo realmente grave, que es haber facilitado la alcaldía a Ada Colau, que sólo obtuvo 10 escaños de un total de 41, critican a ésta por haber aceptado su apoyo. La gestión del Ayuntamiento barcelonés ni se cuestiona, se trata de arrojar a las tinieblas exteriores a un adversario político por haber tenido tratos con alguien que habría quedado marcado para siempre debido a un remoto asunto de expulsión de gitanos provenientes de Europa del Este, en 2013, siendo Valls ministro del Interior.
Pero lo que pasó en el consistorio elegido en 2019 no es una anécdota sino una lección para la historia. Así resume el Nacional el repentino interés por quien fue primer ministro de Francia —Aragonès enciende la alarma anti-Illa—:
«Los republicanos tienen todavía vivo el recuerdo de la operación urdida por el propio Salvador Illa, como secretario de organización del PSC, para impedir que Ernest Maragall, que ganó las elecciones, se hiciera con la alcaldía de Barcelona. Los socialistas negociaron con Manuel Valls y los comunes para garantizar que el ex primer ministro diera sus votos a Colau y que ella los aceptara para volver a ser alcaldesa. El candidato de ERC, Pere Aragonès, tiene claro que igual que entonces se sirvieron “de los votos de un racista”, ahora volverán a hacerlo. “Harán con Vox lo que hicieron con Valls”, ha alertado.»
Electores desorientados
Todas las encuestas si en algo coinciden es en la entrada de Vox en el Parlamento catalán. Y no tiene nada de extraño que, quien pueda asegurarse una mayoría no independentista, recurra a los escaños de Vox. ¿Por qué motivo no debería hacerlo? Pues porque son fascistas, racistas, machistas, xenófobos y todo eso, por lo que veremos cómo irán incrementándose los llamamientos a luchar contra el fascismo. Y todo por una razón tan práctica como que los independentistas pueden perder la mayoría y por consiguiente el gobierno de la Generalitat.
Como los paranoicos que acaban provocando que suceda lo que afirman temer, la táctica del «cordón sanitario», del insulto continuo, del boicot, del ataque a los actos públicos de Vox tiene la consecuencia directa de dar notoriedad a un partido escasamente implantado en Cataluña y amplificar su protagonismo como principal opositor al sistema.
Ya ERC ha presentado su «decálogo de acción antifascista» con ideas tan inconcretas como ésta: «No demonizar el electorado de extrema derecha, que busca soluciones rápidas y se siente desorientado.» De gente desorientada la hay en todas partes, pero la desorientación no confluye necesariamente en la extrema derecha, a no ser que los otros partidos están más desorientados todavía que sus electores. Y por cierto, buscar soluciones rápidas no es nada malo en sí mismo.