Junqueras ha reclamado el voto de su partido para frenar el fascismo. Si una palabra ha perdido su significado original es la de fascista. El fascismo es un concepto que define, básicamente, a la Alemania nazi y a la Italia de Mussolini. Es una reacción al triunfo del comunismo que combina nacionalismo y xenofobia, persecución de minorías étnicas o religiosas, grupos violentos al margen de las estructuras de estado, un cierto colectivismo, la instauración de un régimen totalitario y caudillista y la voluntad expansionista.
Hoy en día el uso y abuso del término lo ha desnaturalizado de tal modo que es poco más que un insulto. En Cataluña ya son fascistas, según los que autodenominan antifascistas, desde dirigentes de los Comunes hasta VOX pasando por el PSC, PP y Ciudadanos.
Si analizamos lo que proponen, y hacen, los partidos en Cataluña llegaremos a la conclusión que lo más cercano al fascismo milita en las filas independentistas. Desde luego el nacionalismo exacerbado y la xenofobia son dos señas de identidad inequívocas del independentismo. Y no de grupos marginales si no también de las dos principales formaciones: ERC y JxCAT. Desde Heribert Barrera a Marta Ferrusola, de Torra a Gispert o el propio Jordi Pujol han dejado numerosos testimonios en las hemerotecas. En esta campaña han salido a la luz manifestaciones en redes sociales de diversos candidatos, especialmente de JxCAT, que de haber sido realizadas por otros, hubieran sido objeto de censura apelando a la incitación al odio. ERC, más comedida en sus exabruptos, a homenajeado a los hermanos Badía, fascistas confesos, es amante de las marchas de antorchas y, junto a JxCAT, participó de la marcha sobre Barcelona encabezada por Torra en 2019 de inequívoca inspiración mussoliniano. Otros rasgos compartidos con los fascismos de entreguerras son las banderas de partido en edificios públicos o el señalamiento de comercios de los disidentes, o la predilección por los plebiscitos. Por no hablar de la estrategia de limpieza ideológica, sin campos de concentración, pero favoreciendo la salida de Cataluña, el ostracismo social y el trato como ciudadanos de segunda. Todo ello siguiendo un elaborado plan de ingeniería social diseñado en el Programa 2000 de Pujol.
«Las leyes de desconexión son un ejemplo de la voluntad de crear un estado totalitario en el que se eliminaba la división de poderes, elemento constitutivo de la democracia.»
El independentismo tiene sus grupos de choque con manifestaciones violentas y escraches, los denominados CDR, ahora en decadencia, que siguen acosando a los que ellos consideran fascistas, que son todos aquéllos que no comulgan con sus ideas. Las leyes de desconexión son un ejemplo de la voluntad de crear un estado totalitario en el que se eliminaba la división de poderes, elemento constitutivo de la democracia. La lucha entre ERC y JxCAT por la hegemonía nacionalista ha impedido la consolidación de un liderazgo caudillista pero el estilo y la retórica de Puigdemont y junqueras denotan una voluntad frustrada de ejercer de caudillos. Por último el concepto de ‘Països Catalans’ tiene una inequívoca voluntad expansionista.
Por lo tanto si de frenar al fascismo se trata lo más apropiado es derrotar democráticamente al independentismo. Sin concesiones inútiles que, como sabemos por la historia, son pan para hoy y hambre para mañana.
Algunos dirán que exagero. Que no hay para tanto. No lo hay porqué no disponen del poder suficiente y la reacción del estado y de los propios ciudadanos de Cataluña ha frenado sus pretensiones golpistas. Pero si algún día triunfan, los riesgos de una republica totalitario son ciertos y han sido puestos de manifiesto por estudios internacionales independientes.