La clave, como siempre, radica en el «calaix», la caja de caudales. En el mandato a abrir en las elecciones inminentes, la Generalitat deberá tenerla llena y fluida como no la veía desde hace mucho tiempo toda vez que, a finales del año pasado, Pedro Sanchez decidió traspasar a las autonomías la gestión del 45% en el total de los fondos que la Unión Europea destine a la reactivación económica tras la pandemia. El Estado central, en estas, se reserva otro 50%, en tanto que a los ayuntamientos les quedará un 5% residual.
Mientras, la patronal Foment del Treball Nacional pide a la Generalitat que se endeude por la bonita cantidad de 50.000 millones, a emplear igualmente en la reactivación post-covid. En todo ello emerge, asimismo, un paisaje de pacto social, evocador de los que proliferaron en Europa occidental entre 1945 y la década de los 1980, la del thatcherismo y los reajustes tras las crisis de los setenta. Fue la edad de oro de la socialdemocracia, aliada a veces con los socioliberales y otras con los democristianos.
Para el PSC y su mentor Pedro Sánchez no deja de constituir un apetitoso caramelito. Bien le hubieran gustado a Pasqual Maragall encontrar un «calaix» con tales perspectivas cuando en 2004 consiguió al fin la presidencia de la Generalitat. Entonces, no había más que deudas en la caja, que a su vez agravó y, en la pésima influencia de su hermano Ernest y del conseller Castells en lo del tripartito, envenenó a base de dar pábulo al bulo del «Espanya ens roba» e intentar cobrarlo mediante las disposiciones adicionales del Estatut reformado al efecto.
«La patronal Foment del Treball Nacional pide a la Generalitat que se endeude por la bonita cantidad de 50.000 millones, a emplear igualmente en la reactivación post-covid»
De todo ello, antes que de las encuestas, arranca la Operación Illa. El PSC y con él el PSOE no están dispuestos esta vez a abandonar la Generalitat, como hicieron cuando ponían a Obiols o a Joaquim Nadal frente a Pujol, o ya en pleno «procés» a Iceta ante Mas, en lo testimonial simplemente. A Illa quieren investirlo con perfiles de gestor cauto y tal vez efectivo, también en sus silencios inspirados al menos en el sobrio estilo de la Merkel, y asimismo ungido por la leyenda tarradelliana de Romà Planas, histórico padre político del ahora presidenciable.
Por este camino andan, y para Pedro Sánchez todo son ventajas, por lo menos de entrada. A pesar que se deba a otras causas, la remontada socialista en las autonómicas de Cataluña blanqueará la controvertida gestión gubernamental en la pandemia y, de un modo u otro, reforzará al PSOE tanto frente a la oposición parlamentaria, con Ciudadanos y el PP en cuanto a piezas por batir, claves de alternativas futuras, como ante sus actuales socios de gobierno, Podemos, y sus apoyos en ERC, Bildu, el PNV o Puigdemont si se diera el caso.
Pero en este mismo camino, elecciones mediante, podría llegarse a un punto crítico, de lo más prometedor. Se producirá si Salvador Illa acaba así alcanzando una posición central, de verdad, en el panorama político catalán. Esto es: si además de alzarse como candidato más votado en las urnas, más o menos por encima de ERC y el Junts de Puigdemont, y ser capaz de ir a otra versión de aquel tripartito con ERC y Comuns, versión local de Podemos, pudiera asimismo formar una alternativa constitucionalista, con Ciutadans y apoyos desde el PP.
Las encuestas no dan por cerrada esta otra puerta, más lejana o difícil pero no imposible. Illa se mantiene cauto y a la expectativa, por ahora. En su reciente y extensa entrevista en El País, apenas planteaba una condición a ERC, la del abandono ni que sea ocasional o coyuntural de las posiciones insurgentes, golpistas por decirlo en plata, en su independentismo. Con ello se vería al frente de la Generalitat, podría abrir un nuevo ciclo político en ella, y reforzaría desde Cataluña las actuales alianzas del PSOE en el gobierno y las Cortes Generales.
«Se producirá si Salvador Illa acaba así alcanzando una posición central, de verdad, en el panorama político catalán.»
Pero con ello, si así se hace explícito y evidente en campaña, dará mayores y aún mejores razones a quienes dejaron de votar al PSC para, como sucedió en las anteriores elecciones, acreditar a Ciutadans como el bastión frente al independentismo y su «procés». Que los de Carrizosa y Arrimadas no supieran sacar suficiente provecho de aquella victoria, y elevaran a personajes como Lorena Roldán, cuyos eventuales méritos aún están por ver, no quita valor a la posición de Ciutadans. Tras ellos sólo quedan el errático PP catalán y el pujante Vox.
Illa, en esta campaña, haría muy bien en buscar apoyos a su izquierda, en lo más genuino de la izquierda. Cerca del monumental López Bulla, allí están Coscubiela o Rabell, entre otros. También, como alcalde que fue de la Roca del Vallès, frontera de la metrópolis barcelonesa y la Cataluña interior, debería aportar visión, sentido y sensibilidad por el territorio, donde ni el pujolismo ni tampoco ERC, aun desde los tiempos de Carod Rovira han demostrado tener más discurso ni política que lo sentimental, como los campanarios o los caciques.
Ciutadans, tanto más en la Cataluña postcovid y ojalá postprocés, debería volver a la alianza entre la socialdemocracia y los liberales al modo de Keynes o de Beveridge, el creador de la seguridad social británica allá por 1942, en la que como muchas otras se inspiró la española. Ambos formaron en el Liberal Party, no en el Labour como a menudo se cree. Esta posición, abierta a los socialistas, fue la que en Ciutadans sostuvo y convirtió en programa político el catalanísimo Toni Roldán Monés, quien la infundió a Luis Garicano, que en ella sigue.
Porque Ciutadans, y más en Cataluña, ha penetrado en el electorado de los barrios obreros y a menudo está a la izquierda del PSC, de forma relevante en la Diputación de Barcelona o en ayuntamientos donde los de Illa e Iceta prefieren pactar o gobernar con los herederos del pujolismo, además de con ERC cuando para ello tienen ocasión. Aquello de la «doble alma» del PSC, que se dijo en tiempos, perdura a la fuga de cuadros maragallistas hacia el independentismo, y al aún reciente por renovado constitucionalismo socialista.
«Ciutadans, tanto más en la Cataluña postcovid y ojalá postprocés, debería volver a la alianza entre la socialdemocracia y los liberales al modo de Keynes o de Beveridge»
Es muy probable que Pedro Sánchez, y desde luego Iceta, sientan la tentación de volver a aquel «tripartit d’esquerres». Albert Rivera también prefirió al neoliberal Marcos de Quinto al extremo de arrinconar a Roldán Monés y a Garicano, y así lo pagó con el gran vapuleo en las generales de noviembre de 2019. Pero en estas elecciones autonómicas ya a la esquina, el constitucionalismo debería ser más que una vacuna. Si no como pronóstico, porque el periodismo tampoco debe ser una arte profética, dicho sea como deseo, si así se permite.
La Operación Illa tiene la virtud, y de ahí su éxito por lo menos inicial, de indicar que ni el PSOE ni menos aún el PSC se avienen a consentir que el bloque independentista siga como tal al mando en Cataluña. Si tal es su empeño, e incluso si se reduce a un intento por reconducir ni que sea a ERC o no digamos a Puigdemont y sus fans de Poble Lliure en la Cup, adolece de capacidad para ello y, en lugar de domesticar a la fiera, se arriesga a que ésta le devore, mutile o hiera, como ya le sucedió en el episodio de aquel «tripartit». Ahora mismo, este es el peor peligro.