En marzo de 2017, en plena efervescencia separatista y pocos meses antes de que se celebrara el referéndum ilegal del 1-O, el entonces presidente de Cataluña, Carles Puigdemont, viajaba a EEUU con la pretensión de dar a conocer su objetivo de declarar la independencia unilateral. Ya en el país, que tenía a Donald Trump al frente, Puigdemont aseguró que no buscaba un acercamiento al esperpéntico presidente norteamericano. Sin embargo, lo cierto es que lo había intentado con escaso éxito.
Según relataban entonces algunos medios, el equipo de Puigdemont había logrado concertar una cita con un rabino de Nueva York, Haskel Lookstein, con quien, de entrevistarse, pensaba matar dos pájaros de un tiro. Por un lado, buscar un acercamiento a Israel, país que los independentistas siempre han pensado que les apoyaría. Y, por otro, tener alguna posibilidad de entrevistarse con alguien del entorno de Trump, puesto que el rabino en cuestión había sido el responsable de la conversión al judaísmo de Ivanka Trump tras su matrimonio con Jared Kushner. La entrevista nunca tuvo lugar. El rabino acabó rechazando la petición y, según estos mismos medios, lo hizo porque ni a Israel le interesaba apoyar la causa separatista ni a los Trump les apetecía hacerse la foto con el presidente hoy fugado de la Justicia.
La anécdota tiene interés considerando cómo el separatismo intenta estos días no ser equiparado con el llamado trumpismo, aunque las similitudes sean más que evidentes. Candidatos de JxCat como Joan Canadell, que en 2016 pedía en Twitter paciencia con Trump, han salido a «negar rotundamente» cualquier tipo de simpatía hacia el aún presidente norteamericano. «Es impresentable y claramente reprobable», ha dicho Canadell, «que Trump no respetara el resultado de las elecciones. Es lo que ha hecho el Estado español en Cataluña. No aceptar el resultado de las urnas y perseguir judicialmente a nuestros líderes políticos».
De Ciudadanos a Lluís Rabell
La caja de Pandora la abrió el 6 de enero la diputada autonómica de Ciudadanos Sonia Sierra, que publicó en Twitter un mensaje equiparando el asalto al Capitolio por parte de los seguidores de Donald Trump con el asedio a la comitiva judicial que el 27 de septiembre de 2017 realizaba un registro en la Conselleria de Economia catalana. Ahora ha sido el candidato de Ciudadanos a la Presidencia de la Generalitat, Carlos Carrizosa, el que ha lamentado que «Cataluña se parezca más a la América de Trump que a un país serio«. No han sido, sin embargo, los únicos.
El ex diputado autonómico de Cataluny Sí Que Es Pot, Lluís Rabell, ha sido uno de los que mejor ha explicado las semejanzas entre el separatismo más radical y el trumpismo. Lo ha hecho en un artículo publicado en su blog bajo el título My country too en el que ha denunciado que en el procés «se encuentran condensados todos los elementos de la panoplia populista«. «Los líderes nacionalistas», añade, «compiten en profesiones de fe democráticas ante el bochornoso espectáculo americano, como si ellos mismos no hubiesen incurrido, a su modesta escala, en prácticas similares».
Rabell denuncia en su escrito cuestiones como «la difusión sistemática de mentiras desde los medios de comunicación públicos o afines al poder» para «atizar la animadversión hacia una España que nos roba«. El ex diputado pone negro sobre blanco algo que pocos se atreven a decir abiertamente: «Medio país se ha visto expulsado de una dudosa catalanidad, cada vez más definida en base a rasgos étnico-culturales, y cincelada por la adhesión al proyecto secesionista«.
Lo que no se puede ocultar
Remontándose a los días 6 y 7 de septiembre de 2017, Rabell recuerda cómo «la mayoría independentista abolió el ordenamiento jurídico vigente, pisoteó el derecho de representación de la oposición y abrazó el proyecto de una república cuyos rasgos autoritarios no renegaría ningún líder populista mundial».
El populismo, advierte Rabell, «tiene peligrosas derivadas». Y recuerda que «el discurso radicalizado» de Carles Puigdemont está permitiendo crecer «a la extrema derecha independentista«, a la que califica de «xenófoba y supremacista«. Todo ello en un momento en el que JxCat concurre a las elecciones con Puigdemont de número 1, seguido por una número 2, Laura Borràs, «firmante de un manifiesto que tilda de colonos a los trabajadores castellanoparlantes emigrados a Cataluña en tiempos de la dictadura», y un número 3, Joan Canadell, «que está convencido de que Cristóbal Colón, Leonardo da Vinci, Cervantes y Santa Teresa de Ávila eran catalanes de pura cepa«. «Para que nos riamos de los personajes que hemos visto en el Capitolio ataviados con pieles y cuernos de bisonte», añade.
Cualquiera que haya vivido en Cataluña desde 2012 es capaz de encontrar similitudes entre el trumpismo y el separatismo. Que los independentistas hoy intenten zafarse de la etiqueta de trumpistas se debe únicamente a que Donald Trump ha caído en desgracia y no les interesa ya como reconocedor de su objetivo. Todo ello a pesar de que empleen las mismas tácticas, tal y como se puede observar estos días en la campaña que han iniciado en redes sociales para fomentar el voto presencial en las elecciones del próximo 14 de febrero y cuestionando la limpieza del proceso del voto por correo.