Por mucho que se empeñe el Sr. Puigdemont en calificarlo de democrático, un desbordamiento nunca puede ser democrático, como enseguida veremos. Persisten en la manía de adjetivar para ocultar el verdadero sentido de las palabras, seguro que todos recordamos la revolución de las sonrisas, como si pudieran coexistir una revolución con las sonrisas; o el tsunami democrático, como si pudiera ser compatible lo democrático con algo que invade todos los espacios, arrasando la diversidad.
Pero este sábado Puigdemont ha anunciado una nueva fórmula mágica que nos llevará, según él, a la independencia y lo ha denominado como «desbordamiento democrático», es decir, una especie de tsunami, pero no tan impetuoso. Si comparamos etimológicamente los dos términos, tsunami es una palabra de origen japonés formada por, «tsu», que significa puerto, y «nami» ola, mientras que desbordamiento proviene de «desbordar» con el sufijo «-miento», siendo «desbordar» según la RAE en su primera acepción, «rebasar el límite de lo fijado o previsto«. En ambos casos parece que nos encontramos ante un oxímoron, ni un tsunami ni un desbordamiento pueden ser democráticos, uno implica arrasar y el otro rebasar los límites; aunque tal vez debemos estar satisfechos, esta vez han pasado de la ola que lo arrasa todo, a solamente rebasar los límites.
Desbordar los límites que los ciudadanos nos hemos fijado en un estado democrático, o sea rebasar la ley, solo nos puede llevar al hecho antijurídico, en definitiva, a la infracción; ya sea administrativa, para hechos menos graves, o penal, para los graves, por lo tanto, volvemos a lo mismo, seguimos en el bucle, ahora con la cifra del 50% de los votos. Resulta sorprendente que ahora el Sr. Puigdemont ponga como condicionante para implementar la declaración de independencia, que pretendió imponer con el 47% de los votos, a que en las próximas elecciones superen el 50%; es decir, lo que intentó con el 47%, ahora es insuficiente, y solo si llegan al 50% implementará la declaración de independencia del 27 de octubre. ¿Perciben la barbaridad que lleva intrínseca?, luego se sorprende que, cuando él habla en el Parlamento Europeo se vacíe la sala. Imponer, ya sea mediante un tsunami, un desbordamiento, con el 47% o con el 50%, en Europa tiene un nombre y es «fascismo», que difícilmente cambia su significado cuando se le añade democrático.
«Imponer, ya sea mediante un tsunami, un desbordamiento, con el 47% o con el 50%, en Europa tiene un nombre y es ‘fascismo'»
Pero lo ocurrido el sábado sigue teniendo una extraordinaria trascendencia, y sorprende como la sociedad catalana lo ha asumido con absoluta normalidad, tal vez porque ya lo hemos casi normalizado. El acto, de claro matiz partidista, se celebró en la casa de todos los catalanes, en el Palau de la Generalitat. Siguen confundiendo lo público, lo de todos, con lo de ellos, las pancartas, las esteladas, y ahora la utilización de la sede de la presidencia de la Generalitat como si fuera la sede de un partido político. Confundir las sedes de la Administración pública con las de los partidos ya sucedió en la Europa del siglo XX, y nos llevó al desastre. Quizá para entender la gravedad de los hechos solo tenemos que trasladarlo al gobierno del Estado, ¿se imaginan a Pablo Iglesias presentando un Consejo para la República auspiciado por Podemos, en la Moncloa?, estoy seguro de que nadie lo permitiría, pues en Catalunya se ha convertido en normal.
Pero además de la utilización de bienes de la administración con carácter partidista, si el acto en Palau ha tenido un coste para las arcas públicas, por pequeño que sea, puede ser incluso constitutivo de un delito de malversación de caudales públicos del artículo 432 del Código Penal. Después hablan de represaliados, tal vez los únicos represaliados que hay en Cataluña seamos los ciudadanos que hemos visto como el dinero de nuestros impuestos ha sido dilapidado arbitrariamente para sus intereses políticos y algunos no tan políticos.