El separatismo más radical no ceja en su acoso a ERC. Por segunda vez en nueve días, la sede del partido republicano ha amanecido con pintadas en su fachada en las que llama sobre todo la atención el número «33». Con estas dos cifras, los atacantes se refieren a «Catalunya Catalana«. La C es la tercera letra del abecedario. La cosa no pasaría de ocurrencia si no fuera porque en la Alemania de los años 30 los nazis comenzaron a utilizar esta forma de identificar letras con números en las pintadas que hacían en las casas de los judíos. Pintadas siempre rubricadas con el «88», que simbolizaba «HH», es decir, «Heil, Hitler«.
Además del 33, los autores del ataque han plasmado sobre la fachada de la sede de ERC lo que piensan sobre el partido liderado por Oriol Junqueras: «Rates nyoles» (que debe significar algo así como «ratas españolas») y «castillo rata«. En su perfil de Twitter, la formación en Mataró ha calificado lo sucedido de «ataque vandálico y xenófobo«. Los republicanos han asegurado que seguirán defendiendo sus ideales y han lanzado una advertencia al resto de separatistas: «La xenofobia, cuanto más lejos del independentismo, mejor«.
En la cada vez más tensa Cataluña del procés, pocos han sido los que han condenado el ataque sufrido por ERC. Entre los políticos, solo el secretario general del PSC, Miquel Iceta, ha mostrado su rechazo a los sucedido. En un mensaje publicado en Twitter, Iceta ha asegurado que «vandalizar las sedes de los partidos es una actuación propia de intolerantes y antidemócratas«. «Queremos condenar estos hechos», ha añadido, «y mostrar nuestra solidaridad con las víctimas».
El trágico «33» es también la firma de quienes hace unos días atacaron al restaurante italiano Marinella, en Barcelona. Un ataque consecuencia de la denuncia formulada por un fanático separatista en Twitter contra el establecimiento porque no le habían atendido en catalán. Denuncia que fue apoyada por la intolerante Plataforma per la Llengua y que, entre otras cosas, provocó que numerosos separatistas hicieran pedidos de comida para llevar por teléfono y luego no fueran a recogerlos, con las consiguientes molestias y pérdidas para los propietarios. Algo que han intentado paliar posteriormente numerosos constitucionalistas acudiendo al restaurante.