Dentro de dos meses, el 14 de febrero, vamos a votar en las elecciones autonómicas de Cataluña; al menos eso es lo que está previsto. Y no sabemos nada en firme todavía sobre cómo se van a desarrollar. Todo el mundo coincide en que la pandemia impone novedades —Com votarem el 14-F?—, y se habla de garantizar que «todo el mundo, no sólo quien esté confinado, pueda votar sin salir de casa» a fin de que «en los colegios haya la mínima cantidad de gente posible». Elemental, pero no será fácil.
Una vez intenté votar por correo: no lo conseguí. La oficina del censo electoral me lo denegó por este motivo: «Falta sello de fecha de Correos en la solicitud». ¿Y a mí qué me cuentan? Si el funcionario de turno se olvidó de poner un sello, que se lo reclamen a él. ¿Me he de quedar sin votar por eso? El sentido de poner un sello de fecha es evidente: demuestra que la solicitud se entregó dentro del plazo estipulado. Algo que en este caso quedó perfectamente demostrado, ya que durante los días en que se redactó la denegación y ésta me llegó aún estábamos dentro del plazo estipulado; incluso tenía tiempo material de volver a intentarlo, lo que ya no tenía eran ganas de perderlo luchando contra la estupidez burocrática.
Esto fue en las europeas del 2009. Si hubiera sucedido en tiempos más recientes, podría usarlo para considerarme represaliado político y quien sabe si como argumento para unirme al exilio. En cualquier caso, lo kafkiano del asunto me ha hecho desistir por siempre jamás de votar por correo ni nada parecido. Peregrinar por los negociados de la administración, en cualquiera de sus niveles, impone un constante recuerdo del monólogo de Hamlet: ¿Cómo soportar «la lentitud de los tribunales, la insolencia de los empleados (…) la violencia de los tiranos, el desprecio de los soberbios?»
Tenía tiempo material de volver a intentar votar por correo, lo que ya no tenía eran ganas de perderlo luchando contra la estupidez burocrática
Mucho tendrán que cambiar las cosas para que dentro de dos meses tengamos un sistema rápido, cómodo y eficaz —adjetivos que deben sonar como blasfemias en los oídos oficiales—, un sistema para votar sin tener que desplazarnos a un recinto demasiado concurrido, por cuyos pasillos hay que esquivar las miradas inquisitorias de encuestadores, interventores y comisarios, ávidos de datos pillados al vuelo, hasta llegar a unas mesas electorales donde unos ciudadanos con cara de trabajos forzados puntean cansinamente unos listados mal impresos en papel continuo.
El voto presencial no ha de desaparecer, aunque se agradecería no tener que ir a recintos escolares con paredes llenas de dibujos infantiles, que reafirman en el elector la sospecha, surgida durante la campaña electoral, de estar siendo considerado un menor de edad; pero maneras de voto alternativas deben ser potenciadas, no sólo por evitar el virus sino por comodidad. No somos tan sedentarios como en tiempos de Cánavas y Sagasta. Ahora la gente, en circunstancias normales, se desplaza a menudo, por ocio y por negocio, y cambia fácilmente de domicilio. El trámite actual de voto, sea presencial o por correo, contrasta con nuestro estilo de vida.
El voto presencial no ha de desaparecer, aunque se agradecería no tener que ir a recintos escolares con paredes llenas de dibujos infantiles
Hace años que uno puede, sin moverse de su mesa de trabajo, preparar un viaje a la otra punta del mundo: comprar un billete de tren o avión, reservar un hotel, alquilar un coche y contratar un seguro para todo ello. ¿Y luego tiene que hacer cola para meter en la urna una lista cerrada de candidatos, o pasar varias veces por los mostradores de Correos? El contraste es una incitación a la abstención. Procedimientos más ágiles y seguros son técnicamente posibles. Sólo falta la voluntat política de desarrollarlos.
Seguramente poco cambiará dentro de dos meses. Algunas medidas prudenciales de higiene y distancia, alguna distribución en franjas horarias para agilizar el voto, y poca cosa más. Y si las elecciones no son dentro de dos meses —ya que las actuales y confusas medidas de relajación de restricciones llevarán a un agravamiento de la situación que podría justificar el aplazamiento—, pues tampoco.