Qué es un Estado y cómo funciona, parece haber descubierto. Y lo cuenta en un artículo en la Vanguardia, publicado el día de la Constitución: Los acuerdos con el Estado y el pactismo mágico.
«El Estado español es por encima de todo una maquinaria de poder que actúa como un sistema experto; no importa la ideología o el poder concreto que tienen las personas que ocasionalmente lo representan. Es un gran repositorio interactivo de conocimiento sobre el poder y la administración, enriquecido por cada régimen y cada generación de políticos y altos funcionarios de los tres poderes, que da las respuestas necesarias a cada situación en que se encuentre un responsable determinado. Es decir: en la negociación con el Gobierno español sobre las cuestiones catalanas no se está negociando solo con el ministro o el primer ministro, ni principalmente, sino con todos los que los han precedido y han vertido su conocimiento y experiencia en este sistema experto.»
Esto es así en España, en el Japón, en Liechtenstein y en cualquier lugar del mundo. Sorprende que le coja de nuevas a alguien que dice ser el 130º presidente de la Generalitat y que, antes de proclamar un nuevo Estado, dedicó sus casi dos años en el cargo a «preparar todas las estructuras necesarias para que podamos ser un estado», o eso decía. Está claro que su gobierno no fue un «repositorio interactivo de conocimiento», o no hubiera cometido tantos errores.
Oportunidades coyunturales
Con esta reflexión entra de lleno en la campaña preelectoral, principalmente orientada a desautorizar a ERC por sus relaciones y contactos con el gobierno socialcomunista: «Las oportunidades coyunturales no abren puertas a reformas estructurales», aprovechar «la debilidad parlamentaria de un gobierno es de una ingenuidad peligrosa, que ignora el verdadero poder del Estado», es un «autoengaño (…) que contribuye a la cronificación del conflicto».
Aunque no menciona nunca la fuerza política rival, son continuos los reproches a sus «recelos partidistas llevados hasta el paroxismo» y las advertencias de que «las escasas mejoras que se obtengan nunca serán a cuenta del debilitamiento del poder del Estado».
Queda claro que la afirmación táctica de Àrtur Mas de que el proceso a la independencia «se ha de caracterizar por ser un win-win donde nadie sale perjudicado» ya está más que amortizada.
Qué estrategia
Por momentos es como si nos encontrásemos ante un aspirante y no ante un veterano de la política y del gobierno, que ya ha dado de sí todo lo que podía dar:
«Tenemos que poner en práctica la estrategia para la consecución de un Estado propio. Una estrategia que no va vinculada a las mayorías coyunturales que haya en el Congreso español, ni tampoco a su correlación de fuerzas ideológicas.»
Lo segundo es pura lógica independentista: si uno lo es, no dejará de serlo porque en la metrópolis gobierne un partido de uno u otro signo. Y lo primero es de lo que venimos hablando desde hace años sin llegar siquiera a imaginar nada parecido a una estrategia. Tampoco servirá este artículo para empezar a hacerlo.
Eso sí, nos ilustra Puigdemont: «Aprender de la experiencia pasada y reciente es clave para prepararnos para la confrontación política con el Estado.» Y para prepararnos para unas oposiciones también. Con esas frases vacías se han llenado muchas hojas de ruta esta última década.
Debería saber ya que un estado como el español no se va a disolver a menos que las potencias vecinas apuesten decididamente por ello, y no hacía falta proclamar ninguna república para comprobar que no están por la labor, al menos en este medio siglo.