España, estación Termini

Pedro Sánchez con Pablo Iglesias en el Congreso/ Europa Press

Finaliza noviembre de 2020, y se cumplen 45 años desde el inicio de la Transición y la democracia en España, periodo donde hemos alcanzado las mayores cotas de bienestar, paz y desarrollo en toda nuestra historia. Aunque ya aparecen las primeras grietas del modelo con los efectos de la crisis financiera de 2008, donde los visos de corrupción generalizada e inacción política se conjugaron con una ruina colectiva de familias y empresas, y con ello surgen los populismos en nuestro país, de izquierdas, de derechas y separatistas. Ya los tenemos de todos los colores.

Y este 2020, el más aciago de nuestra reciente historia, asistimos a la llegada al poder de una de estas fuerzas populistas, quien con una exigua representación parlamentaria está marcando la agenda política de un PSOE reconvertido en un Sanchismo cesarista. Se están rompiendo los consensos que esta situación de crisis requeriría, aplicando una estrategia de confrontación total de la política y buscando la continua aparición de trincheras y bandos, sean éstos cuales sean y como sean…. El tú contra el yo permanente.

Esta triste realidad acontece mientras padecemos una pandemia global que ha paralizado nuestras sociedades, economías y se ha llevado por delante a muchos de nuestros seres queridos, que nos deja un país hoy por hoy en ruinas y de difícil salida. Si no es por el “efectivo rescate” de las ayudas europeas entraríamos en una inevitable quiebra financiera.

Ante esta situación de catarsis nacional, nos encontramos con un gobierno que aprueba por un solo voto a favor una más que controvertida ley de educación, vendiendo la lengua vehicular común de los españoles entre otras aberraciones, que hablando de federalismo trata de limitar competencias fiscales de una CCAA mientras defiende y potencia conciertos económicos en otras, y que propone medidas que dificultan nuestra defensa nacional que ni siquiera son solicitadas por sus socios nacionalistas. Esto no es izquierda ni derecha, es la constatación de la necesidad de mantenimiento en el poder, cueste lo que cueste, por una casta política.

«Si no es por el “efectivo rescate” de las ayudas europeas entraríamos en una inevitable quiebra financiera«

Cómo hemos podido llegar hasta aquí, nos preguntamos todos; cuando las voces más sensatas en el plano intelectual, económico y social claman por tender de nuevo puentes de consenso, de pactos transversales con visión de estado, en defensa del mantenimiento de nuestra democracia y del estado del bienestar. Hemos llegado por la continua y paulatina degradación de la clase política y de las estructuras de los partidos. Nuestro modelo territorial, basado en el principio de subsidiariedad (acercar la gestión al ciudadano) ha creado finalmente unos reinos de taifas en las comunidades autónomas y también en las diputaciones, mancomunidades, comarcas y ayuntamientos, generando una estructura política extractiva y parasitaria, que se ha ido auto-alimentando en estos 45 años a base de aumentar sus privilegios, generar un modelo clientelar y extender sus tentáculos de pretendido poder en todos los resquicios de la sociedad civil (control mediante subvenciones de toda estructura ciudadana, si no su asalto a sus órganos de gestión por elementos afines). Este proceso se ha ido gestando durante estos 45 años permitido por la desidia de la ciudadanía en los largos periodos de bonanza…. Qué nos importaban muchas cosas si podíamos tener trabajo, ir de vacaciones y cambiarnos de coche.

La crisis de 2008 no modificó las cosas…. Se llevó por delante el reinado de Juan Carlos I, es cierto, pero la indignación ciudadana ante la ineptocracia política sólo hizo surgir los populismos extremos, quienes al fin y al cabo, viven del enfrentamiento y de la división. Sin más pretensión hoy que acumular las prebendas y privilegios que empezaron criticando abiertamente. Todo se ha convertido en un circo.

Se reclama la vuelta al consenso, al pacto, a la racionalidad y al sentido de estado. Lo comparto, absolutamente; pero constato no sólo su difícil viabilidad si no también que enmascara el origen del problema. ¿Qué pretendidos consensos podemos esperar de una casta política que sólo busca el poder por el poder?, alimentado por la necesidad imperiosa de dar trabajo a su masa de políticos “en espera de lo suyo”, desde el partido que sea y el ente que sea.

«La indignación ciudadana ante la ineptocracia política sólo hizo surgir los populismos extremos, quienes al fin y al cabo, viven del enfrentamiento y de la división«

La cuestión de fondo es cómo plantear y ejecutar las profundas reformas que nuestro modelo necesita para combatir el enquistamiento de los partidos políticos y transformar este leviatán que se ha creado en España.

Reformas que, a título de ejemplo, deberían abarcar desde la revisión del marco municipal (¿Qué tamaño mínimo de ayuntamiento es eficiente y minimiza el clientelismo?), el provincial (con ayuntamientos pequeños, para que necesitamos las diputaciones, una burocracia del siglo XIX, y o bien retiro dorado de viejos políticos o cuna de los incipientes), el modelo territorial y administrativo (pudiendo avanzar a un modelo federal efectivo, que reconsidere cierre el capítulo VIII de la Constitución y blinde el marco de competencias centrales que un gobierno debe tener, acabando con la difusión del estado en cada negociación presupuestaria pero también clarificando el marco competencial descentralizado de las CCAA), y por supuesto, ponga límites a la clase política (drástica reducción de cargos públicos, eliminación de aforamientos, establecimiento de límites de mandatos, regulación de las puertas giratorias, profesionalización en los cargos gestores de organismos públicos, despolitización completa del poder judicial y nombramiento por los propios jueces del CGPJ, regulación de la influencia de los lobbies, transparencia de las retribuciones y prebendas de todo cargo público, etc.…), abordando también la revisión de la ya obsoleta ley electoral, permitiendo una proporcionalidad real del voto.

Y la pregunta del millón … quién le pone el cascabel al gato.

Jorge Fernández-Argüelles
Jorge Fernández-Argüelles
Managing Director en Corporate Intelligence Partners

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1 COMENTARIO

  1. Pues vengase usted a Balears y verá competencias duplicadas y triplicadas y entes públicos cuyo personal cambia al ritmo del cambio político en las sucesivas elecciones.

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