Ecos de la prensa independentista: en busca de la movilización perdida y unos chicos de Ripoll

Manifestación durante la Diada de Cataluña.

Los desencuentros entre ERCJxCat son tan recurrentes como cansinos. ERC acaba de pactar con el gobierno de España una nueva prórroga del estado de alarma. Inmediatamente salta el presidente Torra a manifestar su discrepancia. Lo resume Francesc-Marc Álvaro en Vinculados o marcianos: «Torra ha hecho saber a Aragonès que la abstención de ERC que hará posible la nueva prórroga no vincula al Govern.  (…)¿Qué significa que el voto del grupo republicano en el Congreso no vincula al Govern? Es un misterio». Y concluye: «A medida que vayamos saliendo del estado de alarma, será más evidente que a Catalunya le urge un Govern nuevo». José Antich, en Un nuevo incendio en el peor momento, recuerda que «no hay un acuerdo entre los partidos independentistas para llevar a cabo una acción conjunta en la política española y, en consecuencia, cada partido puede libremente hacer lo que quiera y utilizar su voto como mejor disponga». Es obvio pues que no existe, más allá de las proclamas, ninguna unidad estratégica entre los independentistas, y si no la hay para lo fácil, que es votar algo en Madrid, cómo la va a haber para lo difícil, es decir conseguir la independencia. Una vez más, Carles Puigdemont avisa a ERC: «Si no nos reconocemos capaces de ir juntos, tenemos que explicar a la gente que no seremos independientes. Quien quiera la independencia y haga un ejercicio de honestidad intelectual y política, ha de explicar cómo lo piensa hacer sin unidad». La respuesta es muy sencilla. Cuando alguien reclama unidad, lo que realmente significa es: pónganse a mis órdenes y no molesten. 

Invocación a la «sociedad civil»

Joan Puig nos dice cuál es «la realidad que percibe la ciudadanía» ante el patente desacuerdo de los dos partidos independentistas que se reparten las consejerías de la Generalitat en Tenemos un presidente, pero no tenemos gobierno. Y así no hay manera de presionar al gobierno español, que «nos ha convertido en una de las regiones del mundo con más muertes. No lo podemos olvidar: no cerrar Madrid nos ha costado muy caro».Insiste una vez más en que Puigdemont y Junqueras han de reunirse y, si no se entienden, dejar paso a «un independentismo donde los partidos sean sólo instrumentos y la sociedad civil se ponga al frente y lo dirija»». La «sociedad civil» es un concepto equívoco que los partidos independentistas usan para referirse a la gente que dichos partidos movilizan en las grandes ocasiones. 

Nadie espera que los partidos renuncien a su papel dirigente y se disuelvan en un magma asambleario. Lo que, en realidad, Joan Puig está pidiendo es que la «sociedad civil» presida otro simulacro de unidad, algo que ya se probó cuando las llamadas «elecciones plebiscitarias» de setiembre de 2015.  Entonces, en la lista por Barcelona, Àrtur Mas se presentó en cuarto lugar, y Oriol Junqueras en quinto; en la lista por Gerona, Carles Puigdemont, en tercer lugar; Quim Torra en ninguno. Los primeros puestos estaban reservados a los líderes de esa «sociedad civil». Consiguieron el 39.59 % de los votos. Acaba Joan Puig recordando que en el pacto de legislatura firmado por JuntsxCat y ERC se dice que «la legislatura culminará con una multi-consulta que sirva para validar el proceso constituyente». Ah sí, el proceso constituyente. ¿Quién se acuerda? 

Los hijos de Ripoll

Anna Teixidor, periodista de TV3, publica un libro sobre los terroristas de Ripoll que atentaron en las Ramblas el 17 de agosto de 2017: en catalán, Sense por de morir, y en castellano, Los silencios del 17-A. En una entrevista, revela que estuvieron a punto de delatarles: «Varios amigos suyos me contaron que habían detectado en ellos comportamientos extraños y les habían escuchado cosas sospechosas, por lo que estuvieron a punto de ir a denunciarlo a la policía. Lo que ocurre es que entre sospechar de que un amigo planea hacer un atentado y denunciarlo, hay muchos matices». No hay tantos matices: si uno tiene sospechas fundadas de la inminencia de un acto delictivo, está obligado a denunciarlo. Lo que pasa es que, después de cometido, es muy fácil decir que te lo veías venir. En cuanto al entonces imán de Ripoll, Abdelbaky Es Satty, cree, como todo el mundo, que «es el catalizador, el que les anima a atentar y les transmite la interpretación más radical del Islam», pero no subscribe algo que es dogma de fe entre independentistas, que organizara la célula terrorista a las órdenes del CNI: «Todos los indicios que hay al respecto son declaraciones ante el juez de algunos testigos que afirman que el propio Es Satty decía ser confidente del CNI, pero yo no tengo ninguna prueba de que lo fuera».  Y añade aspectos no aclarados todavía, como «las conexiones internacionales de Es Satty y su influencia en los atentados. Se sabe poco de los viajes que el imán hizo a Bélgica y París los meses antes del atentado, que son muy extraños y con pretextos falsos». Volviendo a la influencia de este personaje en los tan inocentes y tan bien integrados muchachos marroquíes criados en Ripoll -así nos los quisieron presentar al día siguiente a los atentados-, deberíamos tener siempre presente un viejo dicho: Cuando el alumno está preparado, el maestro aparece. 

El irresoluble conflicto lingüístico

Algunos fingen haber hecho un gran descubrimiento al señalar que los trabajadores de Nissan se expresan habitualmente en español. Miquel Gil se extiende sobre ello en  La immigració, el català i el xantatge espanyolista. «Durante las décadas de 1950 y 1960 Cataluña prácticamente dobló la población, con una concentración muy grande de la inmigración en la zona metropolitana de Barcelona. La capital creció un 37,1%, Badalona un 272,7%, Hospitalet de Llobregat un 312,2% y Santa Coloma de Gramenet un 820,2%. En el Área Metropolitana de Barcelona los catalanes pasaron en pocos años de ser la mayoría abrumadora a ser una minoría, en algunos casos muy pequeña. Pueblos pequeños y medianos del Barcelonès y del Baix Llobregat se convertieron en pocos años en enormes barriadas despersonalizadas».El catalanismo político, al centrar la identitat catalana en la lengua -«catalán es quien vive y trabaja en Cataluña»- y rechazar un concepto etnocultural más amplio, por una parte evitó el conflicto pero por otra prefirió pasar por alto el hecho de que la imaginada integración no se produciría nunca.  Ahora que empiezan a chocar con la realidad, surgen los reproches entre las facciones, evidenciándose una enorme divergencia entre pragmáticos y unilaterales: «El pujolismo, que ahora habita sobre todo en la ERC de Oriol Junqueras, ha transmutado y ha optado por abrazar directamente el bilingüismo (…) El mantenimiento de grupos etnoculturales diferenciados en el territorio histórico de uno de ellos ha pasado a ser algo positivo, moderno, enriquecedor, y sobre todo inevitable. (…) La voluntad de liberar la cultura catalana de la dependencia de otra cultura, la del Estado que nos controla políticamente, a la papelera de la historia».? Miquel Gil apuesta por los otros, por el independentismo unilateral, que asume el conflicto: «Es en interés del independentismo que la población castellanohablante adopte el catalán, que lo use en su día a día y que lo transmita a sus hijos». El primer paso, por pura coherencia, debería ser rechazar los inflados datos estadísticos sobre conocimiento del catalán que periódicamente ofrece la Generalitat, según los cuales este idioma «es entendido por el 94,4% de la población de 15 años o más, leído por el 85,5%, hablado por el 81,2% y escrito por el 65,3%».

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