Hay quien empieza a pedir purgas en el movimiento independentista. Sara Sànchez, en la República –El Momentum és aquí i ara-, afirma que para que los líderes se pongan de acuerdo y remen en la misma dirección conviene dejar de subvencionarlos. «Os habéis parado a pensar en cuántos pagos fijos hacéis al mes, desde que empezó el proceso, a cambio de nada?»
Durante estos años, la idea era presionar económicamente al enemigo -mediante insumisión fiscal, retiradas de efectivo, boicot a determinadas empresas o sabotajes a la circulación-, ahora se trata de cerrar el grifo a los compañeros de causa.
«El autonomismo se ha apropiado de las asociaciones que nacieron para propiciar la independencia y lo que hay que hacer es reconducir esta conducta y echar a los que así actúan. Esto sólo puede pasar cuando la gente sea consciente de que hacerles aportaciones económicas, si no se desatasca la situación, no sólo es tirar el dinero sino que alarga nuestra agonía y la del proceso.»
Habría que aclarar que, en este contexto, para un independentista, un autonomista es cualquier independentista que discrepe de él en algo. Por otra parte, las «asociaciones» nos fueron presentadas como el motor del proceso y la auténtica representación de la ciudadanía. «El pueblo manda, los políticos obedecen», ésa era la idea. ¿Qué ha fallado?
Descubre Sara Sànchez que «las asociaciones tienen dentro asesores de partidos, e incluso del gobierno, gente que, además, están de tertulianos semanales como «cuota de partido» y se jactan de darnos lecciones de moralidad y de política en directo!» Pues claro, ¿cómo si no se crea un estado de opinión suficiente para mobilizar a cerca de la mitad del electorado? Vendiendo camisetas no basta.
Su decepción debe ser tan grande como su arrogancia, pues ha llegado a la conclusión de que «a nosotros como pueblo, después de años de experiencia política en las calles, nos toca tomar también decisiones y exigir respuestas claras y sin rodeos a aquellos que, de una manera u otra, cobran del pueblo con suscripciones y solidaridades diversas». «Nosotros», es decir los independentistas contrarios al independentismo realmente existente. ¡«Experiencia política en las calles»! Hay quien se lo cree todo.
Es de suponer que esta propuesta de pedir responsabilidades «a los que supuestamente nos representan y a quienes pagamos» no llegará muy lejos. En cualquier caso, no sólo de cuotas voluntarias se ha alimentado el proceso. Aunque empezaran a disminuir, sólo con el sostén de las administraciones que controlan, los dirigentes independentistas tienen cuerda para rato.
Dos estrategias mejor que una
Salvador Cardús, ante la flagrante e irreversible división entre las dos principales fuerzas independentistas, se pregunta en el Ara¿y si fuera bueno tener dos estrategias?
Describe así las dos estrategias contrapuestas: la maximalista, «poco dada a ceder ante pactos y acuerdos que la obliguen a transigir en cuestiones que considera innegociables», y la contemporizadora, que «acepta transigir con el adversario para conseguir ventajas y de esta manera hacer que aumente el apoyo social a la independencia».
Cardús, que se declara maximalista, las considera irreconciliables, pero cree que «podría incluso ser bueno que convivieran las dos estrategias confrontadas», ya que «una frenaría las debilidades de la otra, y la otra matizaría los excesos de la primera». Él mismo define esto como «hacer de la necesidad, virtud».
Aprovecharnos de Sánchez
Esther Vera, en Un petit país o un país petit, opta por un planteamiento realista en cuanto a lo que debería ser la política de los independentistas. Se trata de aprovechar el momento de confrontación en el Madrid político, no para acceder a la independencia, como todavía fantasean algunos, sino para obtener ventajas para el país.
Aunque pinta un panorama desolador -«la pandemia ha dejado también en evidencia la pulsión de recentralización del Estado y la irresponsabilidad de una oposición española sanguínea, guerracivilista, que quizá por el efecto magnético de Vox sobre el PP o por linaje actúa con una virulencia que recuerda las oscuras páginas de las dos Españas, siempre presentes»-, entiende que «la salida de Cataluña de la crisis actual está ligada a cómo sea la salida de España y también la de Europa».
Contradiciendo, aunque sin mencionarlos, a los que preferirían cortar amarras, insiste en que «en un estado independiente también sería así por más ventajas que tuviera la gestión económica de los propios recursos en un mundo en el que hay que cooperar con el vecino».
Su veredicto es que «el gobierno de Cataluña haría bien en intentar condicionar el futuro de la administración Sánchez y sus políticas aprovechando que Sánchez tiene un instinto de supervivencia superior a sus principios».
Una vez más, se apuesta por remedios provisionales de partido ante problemas que sólo pueden superarse mediante acuerdos de estado. Y no parece buen negocio tener que confiar en alguien cuyos principios se subordinan tan claramente a su supervivencia.
Sin solución racional
Otra sobre el estado profundo y los poderes fácticos de España, en lucha contra Cataluña. En opinión de David Murillo, profesor de Esade, entrevistado por Vilaweb, las élites españolas intentan mantener el statu quo desmontando la democracia.
Su premisa es que existe «un pueblo que hace años y años que pide pacíficamente una solución política [y] se encuentra con el resultado que todos sabemos», por culpa de unas élites que «han preferido degradar las instituciones españolas antes que encontrar una solución racional al conflicto, lo que habría implicado negociar y hacer concesiones».
Es difícilmente rebatible que «por la vía racional se podría haber llegado a un compromiso intermedio», pero en esa vía han de coincidir ambas partes. Cuando una de ellas apela constantemente a las emociones y a los movimientos de masas, está poniendo muy difícil el retorno a la racionalidad. Más cuando hace afirmaciones como «referéndum sí o sí» a partir de las cuales la negociación se hace difícil si no imposible
Prosigue Murillo: «Cualquier democracia avanzada negocia, transacciona para resolver. Un gobierno con vista y fundamentos de democracia liberal negocia.» Por consiguiente, esto no es una democracia liberal. Estamos ante el apoyo intelectual a afirmaciones recurrentes como que España es igual que Turquía en cuanto a derechos humanos.
Su conclusión es que, sin una solución racional, llegaremos al «desbordamiento de la política». «Si se demuestra que es más fácil la independencia que la reforma democrática o federal iremos a nuevas olas», a nuevas campañas de desestabilización, se entiende.