La crisis sanitaria ha mantenido en hibernación el debate político más allá de las controversias entre Gobierno central y algunas comunidades autónomas. Pero, con el inicio de la desescalada, vuelven viejos conflictos y aparecen nuevos. Resaltaría tres.
El más destacado es la pugna entre la vicepresidenta Calviño y el vicepresidente Iglesias a cuenta de la derogación de la reforma laboral. El pacto firmado entre el PSOE, Podemos y Bildu estableciendo la «derogación íntegra de la reforma laboral» para obtener la abstención de los abertzales en la prórroga del estado de alarma, fue rápidamente matizado por Ábalos, pero ha sido Nadia Calviño, vicepresidenta primera y ministra de Economía quién ha sido tajante al decir que el tema era «absurdo y contraproducente».
¿Qué consecuencias tendrá este estridente choque en el seno del Gobierno de coalición? ¿Es posible una ruptura de la coalición, ahora o en los próximos meses, cuando tengan que adoptarse medidas de recorte del gasto público? Parece improbable. No hay una mayoría alternativa fuera de una impensable gran coalición y el PSOE queda demasiado lejos de la mayoría absoluta para pensar en que puede sostenerse aplicando la geometría variable. Probablemente la tormenta pasará pero Iglesias habrá marcado perfil propio para evitar difuminarse en el Gobierno de coalición.
Cataluña, a las puertas de unas elecciones todavía de fecha incierta a la espera de la sentencia del TS confirmando la inhabilitación de Torra, vuelve a ser protagonista. La lucha entre ERC y JxCAT por la hegemonía independentista, siempre presente, ha alcanzado grados de virulencia nunca vistos. ERC se debate entre mantener una estrategia de moderación y diálogo que le ha dado buenos resultados, las encuestas prevén un amplio triunfo republicano en Cataluña, y el miedo a que su estrategia acabe pasándole factura y, finalmente, Puigdemont acabe remontando como ya ha sucedido en diversas ocasiones.
El otro elemento destacable de la situación política es el giro al centro de Ciudadanos. Inés Arrimadas ha conseguido un requisito imprescindible para intentar remontar un partido que estaba en la UCI, recuperar protagonismo. La airada reacción de la derecha y las bajas de algunos riveristas destacados como Girauta o Marcos de Quintos, lejos de ser un problema para la formación naranja, es una forma de visualizar que el cambio de rumbo es real, no meramente coyuntural o cosmético. Es una apuesta arriesgada pero la única posible si Ciudadanos quiere sobrevivir como proyecto autónomo.
La prueba de fuego para los liberales serán las elecciones catalanas. Y para lograr no caer demasiado respecto al 21D, el resultado es irrepetible, debería ser capaz de articular en su entorno una candidatura centrista de amplio espectro, encabezada por un candidato/a que encarne claramente la nueva etapa.