Ya está disponible en HBO la serie entera de PATRIA inspirada en la novela de Fernando Aramburu. Afortunadamente, el cartel de su promoción poco o nada tiene que ver con su contenido. Si la cadena pretendió convocar a víctimas y verdugos en un plano de igualdad para vender el producto como denuncié en su momento en «La Patria de los equidistantes«, la serie retrata, fiel al libro, la tragedia que sufrió la sociedad vasca por entero bajo el terrorismo de ETA. La degradación, la perversión del cuerpo social por entero, estremece y angustia.
Toda la película se desarrolla bajo un cielo plomizo, de lluvia persistente y agobiante, que plasma desde el primer capítulo, la desolación, la soledad, el desamparo, el miedo, el silencio de las víctimas y la impunidad de los verdugos. Es desgarradora la soledad y desamparo de la mujer del Txato, un empresario modesto que acaban de asesinar frente a su casa bajo una lluvia intensa, cuando desesperada por el sonido de tres tiros, baja corriendo y encuentra a su marido muerto en medio de un pueblo entero de calles desiertas, lluvia y desolación, sin alma alguna que salga a socorrerla, a consolarla, a auxiliarla en medio de sus sollozos desesperados pidiendo ayuda. Ahí está toda la tragedia de una sociedad cómplice, insensible, cobarde y miserable vencida por el odio o el miedo. Ahí, en medio de un hueco obscuro donde no sabes nunca si la persona con que te cruzas será tu asesino, si el compañero de clase es un chivato, o si el coche aparcado al lado del tuyo es una bomba.
Ese tono de dolor íntimo de las víctimas y el silencio cómplice de la sociedad entera es también el pulso de los ocho capítulos de la serie. Una sociedad vencida por el temor a ser confundidos con el enemigo, a ser señalados, miedo a ser un traidor a la patria. Todo gestionado narrativamente a través de la historia de dos familias del mismo pueblo con una relación de profunda amistad, rota por el terrorismo. Es la metáfora de la ruptura de la toda sociedad vasca.
Hoy ya no temen el tiro en la nuca, pero la hegemonía moral de los asesinos sigue intacta, y sus gudaris ocupan buena parte de las instituciones vascas
La narrativa está construida de emociones entrelazadas por mudas constantes que invitan al espectador a tejer reflexiones propias. No da oportunidad alguna a discursos políticos, a racionalizaciones ideológicas, a recuentos de víctimas o a pleitos históricos. El guion cede sólo en una única ocasión a esa tentación, cuando Arantxa, la hermana parapléjica del etarra Joxe Mari encarcelado, se atreve a plantar cara a su madre abertzale, después del asesinato de un concejal del PP.
-La madre: Y te recuerdo que tienes un hermano en la cárcel española por culpa de buenas personas como esa.
-La hija: “Mira, tu hijo del que estás tan orgullosa ha matado a personas; por eso está en la cárcel, por terrorista, ¿te lo digo otra vez? por terrorista, y no por hablar en euskera como le dijiste, ¡Endika mentirosa, que eres una mentirosa!
La acusación de hija a madre me recuerda los versos del ex etarra Jon Juaristi:
«Te preguntas, viajero, por qué hemos muerto jóvenes y por qué hemos matado tan estúpidamente. Nuestros padres mintieron: eso es todo»
El pueblo español debería reparar qué personaje dirige la nación para que EH-Bildu a través de Otegui reciba el apoyo a los PGE
La vida truncada de Bittori, la madre del empresario asesinado alrededor de la cual gira toda la trama, sólo aspira a saber si Joxe Mari, el hijo de su amiga íntima es el asesino de su marido, y a que le pida perdón. Un camino áspero por el que transita el guion en busca de una sociedad vasca reconciliada después de asumir culpas y penas. Exactamente lo que necesita la política española para superar el trauma e iniciar el camino de la reconciliación. El final ha de hacer reflexionar a quienes todavía insisten en el odio.
Desgraciadamente, la vida real persiste en la angustia de las víctimas. Hoy ya no temen el tiro en la nuca, pero la hegemonía moral de los asesinos sigue intacta, y sus gudaris ocupan buena parte de las instituciones vascas. Más de 300 asesinatos sin esclarecer y cientos de presos que se niegan a pedir perdón a sus víctimas. Arnaldo Otegui, entre los ilustres, se ha negado explícitamente una y otra vez, pero Pedro Sánchez negocia y acepta su apoyo. El pueblo español debería reparar qué personaje dirige la nación para que EH-Bildu a través de Otegui reciba el apoyo a los PGE un día antes de que se discutan en el Pleno del Congreso. ¿O por qué Puigdemont persuadió al ex terrorista de ERC Vendrell para que hicieran presidente a Pedro Sánchez aunque fuera gratis.
Si el final de la serie Patria tiene algo en común con la sociedad vasca actual aplastada por el nacionalismo asesino, es que la hegemonía moral o el mainstream nacionalista siguen intactos. En la serie, es la víctima quien agradece y siente alivio por un pequeño acto de perdón del verdugo. Acto no voluntario, sino mendigado. Es la víctima quien debe ser aceptada en el entorno abertzale, y no al revés. Como si debiésemos agradecer silenciosos y sumisos las disculpas que aún no han dado los ex asesinos de EH-Bildu de turno.
PD: A imagen y semejanza de Patria la democracia española debe dar una batalla cultural sostenida en el tiempo para que las nuevas generaciones sepan de dónde venimos. Llevamos demasiados décadas manipulados por películas de parte. Me pregunto, ¿por qué la sociedad española actual ha sido dopada casi al cien por cien por películas de la Guerra Civil donde sólo uno de los bandos fue inocente por entero? ¡Cuánta falta de libre criterio preside nuestra libertad!