En el artículo que publiqué en este diario titulado ‘Emergencia social y económica» el 20 de marzo, seis días después de que el gobierno Sánchez decretara el estado de alarma y un mes antes de que el Banco de España publicara sus «Escenarios macroeconómicos de referencia para la economía española tras el Covid-19» el 20 de abril, advertía que «la caída del PIB podría alcanzar 12,5% del PIB en el primer semestre de 2020 y el aumento del déficit de las AA. PP. dispararse hasta el 11,5% del PIB del semestre. Estas consecuencias se amortiguarán en el segundo semestre, si logramos contener la pandemia en los próximos meses y recuperar los niveles de actividad en el tercer y cuarto trimestre de 2020, aunque lo más probable es que se produzcan también caídas de la actividad en el segundo semestre». El paso del tiempo ha confirmado tanto mis previsiones de caída del PIB en el primer semestre como las dudas que albergaba sobre la pronta recuperación de la actividad económica en el segundo semestre de 2020. Veámoslo con más detalle.
La caída del PIB en los dos primeros trimestres de 2020 respecto al mismo período de 2019 ha sido 12,85%, muy cercana a mi previsión de 12,5%. Por otra parte, el déficit (necesidad de financiación de las AA.PP.) hasta junio de 2020 fue 61.589 millones y el PIB (nominal) en los dos primeros trimestres 543.663 millones, por lo que el cociente del déficit sobre el PIB en el primer semestre de 2020 se sitúa en 11,33%, una cifra muy próxima también al 11,5% que avancé en mi artículo el 20 de marzo. En cuanto al segundo semestre, la caída interanual del PIB en el tercer trimestre de 2020, 8,72%, aunque muy inferior a la del segundo trimestre (21,51%) es la segunda mayor de la serie contable y confirma mis peores temores: la economía española va a seguir cayendo durante el segundo semestre del año y no se vislumbra una salida rápida, en forma de V, de la recesión, ni cuándo recuperaremos el bienestar perdido.
Hubiera sido mucho mejor para los españoles que me hubiera equivocado y que el doctor Simón, director del Centro Nacional de Alarmas y Emergencias Sanitarias (CNAES) hubiera acertado en sus pronósticos cuando nos aseguraba que en España no se producirían más allá de unos pocos casos de Covid-19 y que no había riesgo alguno por participar en la ‘ochomarzada’ feminista. Las consecuencias de la imprevisión del gobierno Sánchez son humanitarias, en primer lugar, con un exceso de muertos que sobrepasan ya los 63.000 (todos ellos producidos entre marzo y noviembre), y económicas, en segundo lugar, con caídas del PIB y del empleo en el entorno del 13% (15,10% en el segundo y tercer trimestres), sin parangón en la historia de España desde finales de la Guerra Civil (1936-39).
¿Cuántos muertos llevamos?
El 5 de noviembre como ya es habitual cada jueves, el gobierno Sánchez cambió las cifras de casos de toda la serie histórica, pero en esta ocasión presentó también una nueva serie de fallecidos. Por ejemplo, la cifra de fallecidos oficiales por Covid-19 que tenía anotada en mis ficheros del día 3 de noviembre era 36,495 fallecidos, pero tras la revisión del día 5 subió a 37.821. Y algo parecido ocurrió a las cifras de otros días mucho más alejados en el tiempo. El pasado 11 de septiembre, por citar un día festivo en Cataluña, la cifra oficial de fallecidos que tenía anotada en mis ficheros era 29.747 y tras la revisión del 3 de noviembre ha pasado 30.825. Escapa a mi comprensión que las cifras oficiales de muertos aumenten nada menos que en 1.078 personas con dos meses de retraso. Que entre los miembros de este gobierno, que tan mal lleva contar y sumar, haya varios doctores y profesores universitarios dice muy poco a favor de nuestro sistema educativo.
«La economía española va a seguir cayendo durante el segundo semestre del año y no se vislumbra una salida rápida, en forma de V, de la recesión, ni cuándo recuperaremos el bienestar perdido.»
En todo caso, las cifras oficiales de fallecidos están tan alejadas de la realidad que hasta podríamos conceder a Illa y Simón que da igual 1.000 muertos más o menos (salvo para los muertos y sus familiares, claro está). Felizmente, para los ciudadanos, los informes MoMo de vigilancia de la mortalidad que publica el Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) y la estadística de defunciones semanales del INE permiten hacernos una idea precisa de la magnitud de la tragedia humanitaria que padece la sociedad española, tanto de aquellos se han quedado ya en las cunetas de nuestras ciudades y pueblos como los que aún seguimos en la brecha viviendo con la zozobra de no saber si seremos los próximos en caer. Miedo y angustia que va a dejar profundas cicatrices en la sociedad española mientras algunos se permiten surfear o hacen su particular agosto en Doñana.
Según el INE, el número de defunciones acumuladas en España en las nueve primeras semanas del año (hasta el 1 de marzo) era 82.791, 4.079 menos que en 2019 y esa diferencia que apuntaba a un año excelente se había venido engrosando semana a semana hasta alcanzar ese máximo. A partir de ese momento, las cosas se torcieron y el número de fallecidos ya en la duodécima semana (16 marzo-22 marzo), 113.410, superaba en 1.712 el número de fallecidos en 2019. He realizado la comparación con las cifras de 2019, pero en nada cambia el cuadro si lo hacemos con la media de los cuatro años precedentes (2016-2019) en lugar de 2019. Se puede, por tanto, afirmar que 2020 era un año excelente desde un punto de vista de salud pública hasta que irrumpió la epidemia Covid-19 en marzo, cogió al gobierno en mantillas y se disparó la mortalidad. En la semana 19 (4 de mayo-10 de mayo), la cifra de fallecidos acumulada era 211.427, 44.406 muertos más que en 2019 y 44.500 más sobre la media 2016-2019, y en la semana 43 (18 octubre-24 octubre), la cifra de fallecidos acumulada, 403.341, superaba en 61,731 los fallecidos en 2019 y en 61.695 la media de fallecidos en 2016-2019.
Las cifras de exceso de mortalidad calculadas por el Sistema de Monitorización de la Mortalidad (MoMo) en España concuerdan con los resultados del INE. El Cuadro 1 presenta las cifras publicadas en el informe de 11 de noviembre y como el lector puede comprobar la suma del exceso de mortalidad en el período comprendido entre el 10 de marzo y el 9 de mayo (primera oleada), 44.593, y entre el 20 de julio y el 10 de noviembre (segunda oleada), 18.752, da una cifra total, 63,345, una cifra en línea con la cifra de fallecidos, 61.731, que proporciona el INE hasta el 24 de octubre.
En síntesis, tenemos en números redondos algo más de 63.000 muertos más que en años anteriores hasta el 10 de noviembre, no 39.756 como reconoce el gobierno Sánchez, 44.593 fallecidos entre la primera semana de marzo y mediados de mayo y 18.752 en la segunda oleada cuyo inicio puede situarse a mediados de julio. Hay dos conclusiones importantes que se pueden extraer de esta trágica experiencia. Primera, la acusada diferencia en letalidad entre las dos oleadas (44.593 frente a 18.752) es una clara indicación de que el gobierno Sánchez incurrió en una grave irresponsabilidad al no aconsejar a la población adoptar medidas para prevenir los contagios y al no haber adquirido el material necesario para poder hacer frente con garantías a la subsecuente avalancha de contagios. De haber promovido el uso de mascarillas y haber preparado el sistema hospitalario y provisto al personal sanitario con trajes de protección adecuados, se podría haber reducido más del 50% el número de víctimas.
«Se puede, por tanto, afirmar que 2020 era un año excelente desde un punto de vista de salud pública hasta que irrumpió la epidemia Covid-19 en marzo, cogió al gobierno en mantillas y se disparó la mortalidad»
Segunda, el hecho de que se haya producido una segunda oleada apenas terminada la primera, algo que no ha ocurrido en China pese a ser el primer lugar donde irrumpió la epidemia, es una clara prueba de que la tan cacareada desescalada fue otra chapuza. La irresponsabilidad del presidente Sánchez cuando animó a los ciudadanos el 27 de mayo a empezar a planear las vacaciones de verano es sólo comparable a la que había incurrido dos meses antes cuando su gobierno nos aseguraba que no había motivo para preocuparse ni cambiar nuestro estilo de vida. Para empezar el número de casos en esas fechas era todavía muy elevado, pero lo más importante era que el Gobierno no había aprovechado los dos meses largos de confinamiento durante los estados de alarma para poner en marcha sistemas de detección precoz y protocolos de rastreo a fin de evitar una segunda oleada. Era cuestión de semanas que tras la vuelta a la ‘normalidad’ se produjera otra expansión descontrolada de contagios como la que estamos viviendo ahora.
¿Cuánto durará la recesión?
Seamos claros, nadie lo sabe a ciencia cierta. La ausencia de coordinación por parte del gobierno Sánchez de las medidas que están poniendo en marcha las CC.AA. para evitar un nuevo colapso del sistema hospitalario, dificultan considerablemente estimar el alcance que tendrán sobre la actividad económica y el PIB. Con toda seguridad se puede afirmar que la caída del PIB en el segundo semestre será menor que la del primero por la simple razón de que la caída del PIB en el tercer trimestre, 8,72% ha sido muy inferior a la del segundo 21,52%, pero la gran incógnita es saber si continuará recuperándose la actividad en el cuarto trimestre, siguiendo la estela positiva del tercer trimestre respecto al segundo (16,7%), o si las restricciones impuestas a la prestación de algunos servicios y a la movilidad de los ciudadanos en determinadas franjas horarias y fines de semana producirán un parón o incluso una caída de la actividad respecto al tercer trimestre.
En su último informe sobre la economía española (septiembre 2020) y en la reciente comparecencia del gobernador del Banco de España (BdE) ante la Comisión de Presupuestos del Congreso (4 de noviembre 2020) el organismo supervisor sigue trabajando con dos escenarios, E1, el más optimista, y el E2, que asume mayores restricciones a la actividad para atajar la epidemia. Las tasas de crecimiento interanual previstas para el tercer trimestre son 16,6% y 13,0% en E1 y E2, respectivamente, y el crecimiento anual para 2020 prevé caídas de 10,5% y 12,6%, respectivamente. Como el INE ya ha cifrado el crecimiento (intertrimestral) del PIB en el tercer trimestre en 16,7%, se podría sacar la conclusión apresurada de que nos encontramos en el escenario E1 y que cabe esperar un crecimiento intertrimestral de 3,3% en el cuarto trimestre y un crecimiento de 10,5% para 2020.
Hay varias razones de peso que obligan a ser muy cauto, no obstante, al estimar el crecimiento en el cuarto trimestre de 2020 y en los primeros trimestres de 2021. Primera y más acuciante, el preocupante agravamiento de la epidemia en España al adentrarnos en el otoño, con decenas de miles de nuevos casos y más de mil muertos semanales, no permite descartar que se prolonguen e incluso se incrementen las restricciones a la movilidad que afectan a la actividad económica. Segunda, el empeoramiento de la epidemia en todos los países de nuestro entorno ralentizará la recuperación europea y global y afectará negativamente a nuestras exportaciones de bienes y servicios. Tercera, pese a la perspectiva de una pronta disponibilidad de una vacuna y la consiguiente reacción eufórica de las Bolsas, lo cierto es que resulta prematuro echar las campanas al vuelo mientras no se disponga de una vacuna de contrastada eficacia (exenta de efectos secundarios) y puedan realizarse vacunaciones masivas, para lo que habrá que esperar al menos a la primavera de 2021. Cuarto, cabe esperar que mientras se mantenga la incertidumbre actual, las familias y las empresas pospondrán sus gastos de consumo e inversión hasta que se disipen las dudas.
«El empeoramiento de la epidemia en todos los países de nuestro entorno ralentizará la recuperación europea y global y afectará negativamente a nuestras exportaciones de bienes y servicios.«
Hechas las consideraciones anteriores, la variación intertrimestral del cuarto trimestre podría situarse entre un aumento de 1,1%, caso de mantenerse el tono de actividad del tercer trimestre, y una caída de 2,5% a causa de las restricciones a la actividad impuestas por las Comunidades para controlar el crecimiento de casos Covid-19. En el escenario más benigno, la caída de crecimiento interanual del PIB en el cuarto trimestre sería 9,4% y en el más negativo 12,7%, y la caída del PIB en los cuatro trimestres de 2020 podría situarse entre 11,3% en el escenario más favorable y 12,1% en el menos favorable y, digámoslo, más realista. Pese a su magnitud, estas previsiones son algo más positivas que las que maneja el BdE, inalteradas desde junio de 2020, y que no incorporan, por tanto, el repunte de la economía en el tercer trimestre.
No es una plaga divina
En todo caso, nos encontramos ante una crisis humanitaria, social y económica de proporciones dantescas. La peor parte se la han llevado, sin duda, quienes ya están sólo vivos en el recuerdo de quienes los conocieron o sufren secuelas graves tras haber superado la enfermedad, pero lo más doloroso del asunto es que a diferencia de las bajas ocasionadas por una catástrofe natural imposible de prever, muchas de estas muertes podían haberse evitado de haber seguido las recomendaciones de la OMS, recogidas en el informe conjunto elaborado con el gobierno de China publicado el 28 de febrero, y haber adoptado unas cuantas medidas bastante elementales y poco costosas para prevenir la expansión incontrolada de los contagios. Asimismo, la recesión económica en que estamos inmersos va a resultar mucho más intensa y duradera de lo que podría haber sido de haber aprovechado el gobierno Sánchez las semanas de confinamiento durante el estado de alarma para preparar con rigor la desescalada y evitar la segunda oleada que estamos padeciendo.
¿Era posible hacerlo o estamos demandando un imposible a un gobierno de notable? El ejemplo de China está a la vista de todo el planeta y la prefectura de Wuhan en la provincia de Hubei, epicentro donde comenzó la epidemia a finales de 2019, disfruta desde hace meses de una normalidad envidiable para nosotros. No sólo sus habitantes llevan una vida social que podríamos considerar normal a casi todos los efectos, sino que la actividad económica ha recobrado el pulso interno, a pesar de la caída del comercio mundial. No, ni la crisis sanitaria ni la recesión económica son una plaga divina que han de prolongarse durante meses y meses hasta que alguien descubra una vacuna clínicamente probada y sin efectos secundarios importantes. Hay remedios caseros, por así decirlo, muy efectivos, siempre que la sociedad cuente con un gobierno capaz de gestionarla con inteligencia y decisión para minimizar los daños ocasionados a los ciudadanos.
El caso de España resulta dramático no sólo por los más de 63.000 muertos y la severísima recesión que estamos padeciendo sino porque una buena parte de esos daños podían haberse evitado de haber adoptado el gobierno Sánchez medidas para afrontar la primera oleada con garantías, y evitar una desescalada caótica que nos abocó en pocas semanas a padecer una segunda oleada cuyas consecuencias, no por menos letales, podemos ignorar. El BdE ha alertado ya en varias ocasiones del enorme riesgo que la prolongación de la recesión durante varios trimestres más entraña para el sector financiero, y tanto el organismo regulador como la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AiREF) han señalado las deficiencias de unos presupuestos muy optimistas, elaborados por un gobierno que parece no haberse enterado todavía de la gravísima situación en que se encuentra la economía española y fía la salida de la crisis al descubrimiento de la vacuna milagrosa. ¡Qué inventen otros!
Por todo ello, resulta indecente que el presidente del Gobierno se otorgara a sí mismo un notable por su gestión de la crisis, cuando dándola prematuramente por cerrada al finalizar la primera oleada, nos animaba locuazmente a planear las vacaciones de verano. Si para algo ha servido esta letal crisis ha sido para demostrar la manifiesta incapacidad de Sánchez y de todo su equipo de gobierno al completo, comenzando por el ministro Illa y su subalterno Simón, director del CCAES, para gestionar la crisis con inteligencia, y hasta incluso para proporcionar información estadística fiable a los ciudadanos sobre el número de casos, muertos y recuperados. Su ineptitud y prepotencia constituyen un ejemplo paradigmático de mal gobierno y de falta de empatía social, aquí y en China. Se pudo y se puede hacer mucho mejor y no sirve de excusa señalar a los vecinos que han podido hacerlo igualmente mal, sino fijarse en los gobiernos que han conseguido superar la crisis en un trimestre. Lo demás son excusas de mal pagador.
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