Aquella soleada mañana, William Rodríguez se sentía indispuesto. Conserje de la Torre Norte desde hacía más de dos décadas, Rodríguez llamó a su supervisor para decirle que no iría a trabajar, pero este no se lo permitió: era el responsable de la limpieza de 110 pisos y tenía la única llave maestra del edificio. El puertorriqueño llegó a la Torre Norte más tarde de lo habitual, aunque ese retraso, como ha reconocido después, le salvó la vida: evitó que se quedara atrapado en los pisos superiores, como sí les sucedió a otros compañeros suyos, más de 200, que fallecieron en los atentados.
El testimonio de Rodríguez emociona, e incluso pone «la piel de gallina», cuando cuenta su periplo por la Torre Norte desde el momento que un Boeing 767 de American Airlines se estrelló contra ella hasta que se vino abajo. En total, 1 hora y 45 minutos que le debieron parecer eternos, sobre todo porque se encontraba en una zona donde no había ventanas y desconocía qué estaba pasando. «Yo estaba en uno de los sótanos de la Torre Norte, el número 1, supervisando el trabajo del día con 15 compañeros nuevos, cuando oímos una explosión tan fuerte que casi nos levantó en el aire. Las paredes se resquebrajaron y el techo falso se nos cayó encima. Todo empezó a temblar. En aquel momento pensé que había reventado algún generador de energía eléctrica dentro del cuarto de debajo”, ha recordado durante su participación en el foro Emprender en la Discapacidad, cofinanciado por el Fondo Social Europeo. Tan solo un cuarto de hora después, a las 9.03 horas, un segundo avión, en este caso un Boeing 757 de United Airlines, impactó contra la Torre Sur. “Fue horrible. Había un hombre negro con la camiseta empapada en sangre y nadie lo quería ayudar. En aquella época, se emitían campañas sobre el Sida y se recomendaba no tocar sangre de otras personas. Así que le auxilié como pude con unas toallas y fui a buscar los servicios médicos que estaban en la Torre Sur (ambos edificios se conectaban a través de los sótanos). Vi mucha gente apiñada bajo las puertas de la entrada: creían que era un terremoto”, ha añadido.
«Oímos una explosión tan fuerte que casi nos levantó en el aire. Las paredes se resquebrajaron y el techo falso se nos cayó encima. Todo empezó a temblar. En aquel momento pensé que había reventado algún generador de energía eléctrica dentro del cuarto de debajo»
William Rodríguez, ex conserje de la Torre Norte durante el 11-S.
«Estoy vivo de milagro»
El entonces conserje de la Torre Norte encabezó ese grupo de 15 personas, ayudándolas a salir del edificio, a través del área de carga y descarga que daba a la calle Percy en Manhattan. “Conocía la torre con los ojos cerrados, así que les dije que me siguieran. Entonces oí que un avión había impactado en la torre y supe lo que estaba pasando. Miré hacia arriba y vi el agujero, el fuego denso y el humo negro. ¡Era espantoso! También me pareció ver que caían escombros, aunque después me enteré de que eran personas que se arrojaban por las ventanas”, ha narrado, con lágrimas en los ojos.
«Hablé con mi madre que lo veía todo por televisión desde Puerto Rico. Me pidió que abandonara la Torre, pero yo no podía dejar solos a los bomberos»
William Rodríguez, ex conserje de la Torre Norte.
Se considera la persona “más agnóstica del mundo”, pero reconoce que está vivo “de milagro”: hasta el 11-S, cada día entraba a las 8 horas de la mañana y subía directamente hasta el piso 107, donde se hallaba el Windows on the World (WOTW), uno de los restaurantes más lujosos del mundo. Como empleado, podía comer gratis en este local, que ya contaba con 25 años de historia hasta aquella fatídica mañana en la que perecieron 164 personas.
“Estaba desesperado -ha narrado- porque mis amigos seguían atrapados en los pisos superiores, así que decidí volver a la Torre Norte. Un amigo de verdad se preocupa y sacrifica por ti. La policía ya sabía que yo tenía una de las cinco llaves maestras del World Trade Center. Esa llave era crucial entonces, porque cualquier edificio de más de 50 pisos y de la categoría de las Torres Gemelas tenía un sistema especial de seguridad que, en caso de fuego, cerraba las puertas y aislaba el piso”. Encabezando a un grupo de bomberos, a los que llama “héroes”, Rodríguez abría pisos y rescataba gente provisto de esa llave maestra, la llave de “la esperanza”. “Hablé con mi madre que lo veía todo por televisión desde Puerto Rico. Me pidió que abandonara la Torre, pero yo no podía dejar solos a los bomberos».
Solo pudieron llegar hasta el piso 39, porque la onda expansiva del segundo avión en la Torre Sur provocó derrumbes internos desde el 44 al 65. Mientras descendían las escaleras, se produjo una tercera explosión. Era la Torre Sur que se venía abajo a las 10.05 horas; apenas 25 minutos después (a las 10.28 horas) lo haría la Norte. “Estaba en la calle y me dijeron que no volviera la cabeza atrás. Pero hice todo lo contrario y me quedé helado: vi cuerpos de gente que se había tirado desde arriba, prácticamente irreconocibles. Entonces empezó a temblar toda la Torre y me puse a correr. Me refugié debajo de un camión de bomberos, mientras la Torre Norte caía sobre mí y se alzaba una nube de polvo que cubrió todo el bajo Manhattan. Después, silencio. Un silencio horroroso: no se oía nada”, ha contado.
«Me refugié debajo de un camión de bomberos, mientras la Torre Norte caía sobre mí y se alzaba una nube de polvo que cubrió todo el bajo Manhattan. Después, silencio. Un silencio horroroso: no se oía nada»
William Rodríguez, ex conserje de la Torre Norte.
“No puedo dejar de ayudar”
Empezó a ser popular el mismo día de los atentados, cuando le entrevistaron y apareció por televisión. O cuando le fotografiaron mientras ayudaba a llevar la camilla de un bombero gravemente herido que perdió la vida en la ambulancia. Perdió su empleo, pero se convirtió en la voz de la comunidad hispana neoyorquina, sobre todo la que trabajaba en el World Trade Center. Y no dudó en hacer propuestas de ley para mejorar su calidad de vida y asistencia médica que la demócrata y ex primera dama, Hillary Clinton llevó al Senado. En la actualidad, Rodríguez preside la Asociación de las Víctimas Hispanas, es un activista de los derechos humanos de los latinos e imparte charlas sobre liderazgo.
“Mi vida cambió para siempre tras el 11-S. Aprendí lo que significa la palabra poder: perseverancia en todo lo que haces en la vida; organización porque de lo contrario no sabes hacia donde vas y no lograrás lo que te propones; determinación para seguir luchando, aunque perdí mi trabajo y a 200 amigos ese mismo día. Y sobre todo mucho entusiasmo, porque no podía dejar de ayudar y entregarme a los demás”, ha sintetizado. También imparte charlas sobre liderazgo para grandes multinacionales, como PepsiCo, donde transmite lo que ha aprendido de la masacre, y cómo aplicarlo a una crisis. Por ejemplo, cómo levantarse, organizarse, tomar la iniciativa y reinventarse. “De barrendero pasé a guiar y dar órdenes a un grupo de bomberos. Si yo pude reinventarme de una forma que nunca hubiera imaginado, sin formación ni preparación alguna, imagínense lo que pueden hacer ustedes con el entrenamiento y el apoyo necesarios”.