ERC: la contrarrevolución

Protesta de los CDR en Barcelona

Finalmente alguien dice desde dentro algo que desde fuera es evidente: «El proceso independentista catalán es una revolución.» Lo afirma sin paliativos Vicent Partal en Vilaweb, en un artículo que aspira a lanzar un aviso a tiempo sobre la contrarrevolución independentista.

Los seguidores de buena fe se mueven por un impulso patriótico, pero ciertamente el proceso a la independencia es un proceso revolucionario de manual en el que los moderados van a ser sucesivamente desbancados por los radicales, o al menos esto es lo que pretenden los últimos e ignoran los primeros.

Partal califica un comunicado de las Assemblees en Defensa de les Institucions Catalanes de «señal que llega en el momento oportuno y que hay que tener muy en cuenta».

Estas ADIC serían grupos de «funcionarios de la Generalitat que no estaban dispuestos a aceptar la implantación del 155», aunque también de otras administraciones catalanas —algo así como los CDR dentro de la función pública—. Por supuesto, no hay datos sobre su grado de implantación ni influencia.

Si en su primer manifiesto, de noviembre de 2017, exigían «la inmediata puesta en libertad y retirada de los procedimientos judiciales de todos los presos políticos», en el del viernes pasado afirman: «Continuaremos la lucha pero NO DEFENDEREMOS a los representantes de nuestras instituciones mientras sigan con esta actitud de doblegarse ante el Estado español y no recuperen el espíritu del 1 de octubre.»

La inhabilitación del presidente Torra, «sin más oposición que las palabras vacías de algunos dirigentes políticos», parece ser el detonante de su indignación. También afirman: «Nos negamos a apoyar a un Gobierno y a un Parlamento que en estos momentos están lejos de desplegar la República.» Para ser funcionarios demuestran tener un visión muy optimista sobre la capacidad de desplegar nada que tiene ahora mismo la administración autonómica, menos todavía de desplegar algo fuera de la ley.

Según Partal, esta crítica a la «clase política independentista» y esta llamada a «dejar de apoyarla marca un punto y aparte». Ni que decir tiene que nadie espera que tan animosos funcionarios ejerzan el tantas veces invocado «derecho a la desobediencia» abandonando sus puestos. Tal vez un día más adelante.

La revolución pendiente

Volviendo a la revolución, Partal denuncia al enemigo interior: «La revolución no ha triunfado como es debido, pero los efectos que ha tenido, notabilísimos, y la percepción cada vez más clara del impacto que tendrá cuando acabe de triunfar, ya hay quien prueba de irlos moderando. Desde dentro. Controlándola. Domesticandola».

Como en cualquier proceso revolucionario, al principio todo son apelaciones a la unidad, pronto vienen las purgas, las denuncias de los que van por otros derroteros, la persecución de los que se someten a las directrices del comitè central.

La denuncia de Partal no puede ser más explícita, aunque ocupe una larga parrafada: «Desde el 3 de octubre hay un trabajo consciente, tenaz, de una parte del independentismo político que quiere evitar que vuelvan a pasar cosas como el Primero de Octubre o Urquinaona (…) pero ahora se acerca un momento trascendental: las primeras elecciones realmente autonómicas tras la proclamación de la independencia. Y es en este contexto que ha estallado definitivamente la paciencia de quienes conocen de primera mano el sottogoverno catalán, porque trabajan con él cada día. Y son ellos quienes nos dan este aviso.»

Después de hacer unas constataciones evidentes —«existe la posibilidad de que en febrero se consolide un gobierno de intención autonomista, desde el independentismo», «hoy la clase política catalana está más lejos de la república que en diciembre de 2017»—, señala el gran culpable:

«Nadie discute que ERC es quien encarna con más decisión este alejamiento (…) ERC tiene a favor una cohesión interna que parece de hierro y el entusiasmo del poder barcelonés y madrileño que sueña y espera su victoria.»

Cambiar de vida

Pero Partal no se conforma con acusar a los de ERC de contrarrevolucionarios,
también vigila que Junts y CUP no se desvíen del camino correcto:

«Ambos tienen en común que no les resulta ni les resultará fácil integrarse en el neoautonomismo. En el caso de Junts, por impedirlo el exilio y el hecho de que el presidente Puigdemont sea el enemigo a abatir para todos, absolutamente para todos. Y en el de la CUP, porque la tradición no se lo permite. Pero en estos años han cometido tantos errores, han perdido tanto tiempo en cosas estériles o no haciendo lo que tenían que hacer, y tienen tan poca cohesión interna, que su mensaje se hace complicado de entender y por eso cuesta que llegue nítido a quien podría votarlos.»

A pesar de tantos inconvenientes políticos, Partal conserva el optimismo del primer día porque lo que desató el movimiento revolucionario inicial sigue vivo:

«Una parte sustancial, mayoritaria, de la población del Principado entendió que vivía peor que como tenía derecho de vivir y que vivía peor porque como minoría nacional era discriminada sistemáticamente por España. Por ello la aspiración no era cambiar de bandera y punto, sino cambiar de vida.» Sin embargo, tres años después, mucha gente puede pensar que la vida se nos ha hecho demasiado complicada como para añadirle voluntariamente más trastornos.

Y sigue emocionado por lo que aconteció aquel año 2017: «la ruptura democrática los días 6 y 7 de septiembre» y «la máxima expresión de un poder popular que defendía las urnas, paraba el país entero y movilizaba la población hasta el último rincón, a cualquier hora, sin divisiones partidistas de ningún tipo». Tanta unanimidad no existió ni en su imaginación, pero con estas afirmaciones se mantiene encendida la llama de la sublevación.

Incluso, ve a Quim Torra «en una situación de posible liderazgo futuro». Pues sí que estamos mal.

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