Con 158.000 seguidores en Twitter, el jurista y exvocal del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) Alfons López Tena es hoy una de las personas que con más sentido critica el procés independentista catalán. No en balde, y desde el partido Solidaritat Catalana, conoció desde dentro los mimbres con los que se tejía «el cuento de hadas» en el que, en su opinión, quieren creer los partidarios de la independencia. Un cuento, sin embargo, cargado de peligros pues, según su hipótesis, el objetivo de la cúpula del procés no es otro que el de convertir Cataluña en «una autonomía autoritaria».
Sus argumentos, cargados siempre de peso, no son del agrado de los catalanes partidarios de la ruptura con España. Y, cansado de lo que considera simplemente «un farol», decidió hace algún tiempo dejar de defender la independencia incluso en Twitter, red social en la que fue y es muy activo. El cambio se refleja hoy entre sus seguidores de la red, la mayor parte de los cuales son norteamericanos (28,8%) y británicos (12,7%). También los tiene en India, Brasil, Canadá, Nigeria, Pakistán Sin embargo, solo un 8,7% de los tuiteros que le siguen procede de Cataluña.
En la Cataluña post sentencia, parece que todo puede suceder. ¿Cómo analiza las distintas posiciones que hay? ¿Qué cree que va a ocurrir?
Como confesó la exconsellera Clara Ponsatí, ellos (los líderes del próces) jugaban de farol. Y es lo que han hecho todo el tiempo. Pero no para conseguir la independencia ni un referéndum, sino otras cosas. Todos, desde Artur Mas hasta Oriol Junqueras, pasando por Carles Puigdemont y Quim Torra, dicen que les tienen que hacer una propuesta. El problema es que, para jugar de farol, hace falta que la otra parte se lo crea. Porque si te ve el farol, estás perdido. Como en Madrid vieron el farol desde el primer momento, porque ellos mismos iban por detrás a contárselo, han ido aumentando cada vez más la apuesta. Primero el farol fue el referéndum de 2014. Y a quien el Gobierno le vio el farol, porque era un trilero, fue a Artur Mas. En la siguiente fase, anuncian otro referéndum y es Oriol Junqueras el que se encarga de vender esa moto. Y llegó a engañar a Soraya Sáez de Santamaría, que es una persona muy difícil de engañar.
Junqueras debe tener algún tipo de encanto
En toda mi trayectoria, Oriol Junqueras es el político más cínico que he conocido. No es otra cosa que un cínico.
Pero logró que se celebrara el referéndum del 1-O.
Sí. Y aquello acaba estrepitosamente mal. Por un lado, porque todo era mentira, como ellos mismos han reconocido. No habían preparado nada porque el objetivo era simplemente que el Gobierno español se sentara en una mesa y les diera algo. Pero, con una diferencia. A un Estado se le puede vencer pero no vacilar. Y el vacile de 2014 ya no era posible en 2017 porque el Estado ya estaba sobre aviso. Con lo cual, acaban todos en la cárcel o huidos de la Justicia. En la fase actual aumentan la apuesta. Ya son disturbios en la calle, violencia. Pero siempre con el mismo objetivo, que no es la independencia, sino el «dame algo».
Yo sería de los primeros a los que Torra llevaría a un campo de concentración
Vuelven siempre a la casilla de salida del diálogo y de un nuevo referéndum.
Permanentemente. Pero siempre para conseguir ese algo que piden al Estado. Buscan un Gobierno español que vaya a sentarse en una mesa para negociar y recuperar los contenidos del Estatut de 2006.
¿Cómo se pasa de una situación en la que el único partido que defendía claramente la independencia no tiene ningún éxito a otra en la que una mentira tiene todo este apoyo?
En Cataluña hay dos tipos de catalanes. Unos son los que están en contra de la independencia y otros son los que la desean pero no la quieren. Hay que recordar que en 2010, después de haber fracasado rotundamente el Estatut, ellos decían que tenían un plan B. Y ese plan consistió en votar de nuevo el preámbulo del Estatut. Paralelamente, habían ocurrido todas las movilizaciones de las consultas. Con Solidaritat entramos por la mínima en el Parlament. Nuestra labor a partir de entonces fue decir que, si se quería la independencia, se tenía que hacer de una manera determinada. Pero la gente no quería eso. Querían un cuento de hadas. Como me preguntó en cierta ocasión un senador de EEUU: «¿Usted cree que su pueblo quiere la independencia o lo que quiere es manifestarse por la independencia?».
Si usted fuera el presidente de la Generalitat, ¿cuál sería el camino a la independencia?
A eso no voy a contestar porque no es mi responsabilidad. Yo tenía claro en 2011 lo que iba a suceder. Dejé un margen hasta 2014. Todas las teorías necesitan consolidación en la práctica. Si son predictivas, si lo que ocurre coincide con lo que tienes previsto, es que la teoría es buena. Por eso esperé hasta 2014. Para ver si, ante el engaño que era aquello que llamaron referéndum, los suyos reaccionaban dándose cuenta o se apuntaban con gran alegría. Si mi teoría era cierta, harían lo segundo. Y así fue. Fue entonces cuando decidí dejar la vida pública catalana. Además, debo estar en todas las listas negras habidas y por haber aquí (risas).
Esas leyes (del 6 y 7 de septiembre de 2017) establecían para Cataluña un régimen en el que el presidente lo controlaba todo y lo nombraba todo. Ni siquiera se podrían recurrir judicialmente los decretos que dictara el presidente
¿Por qué cree que sucedió así?
Para mí, ahora mismo, los catalanes son un objeto de estudio. No es una colectividad en la que me sienta implicado. Y no solo hablo de los independentistas. Los contrarios a la independencia tienen la misma mentalidad.
¿Hasta dónde cree que pueden llegar las cosas ahora?
La independencia, en un Estado democrático liberal, solo se consigue en el caso de que sea inclusiva, que no genere una situación de guerra civil y que el paradigma internacional sea el de democracia liberal. Eso se dio entre 2010 y 2014. Ahora no es el caso. El paradigma internacional actual son los populismos autoritarios. Y ese es un enorme obstáculo. También sería necesario que los que están en contra de la independencia no tengan el miedo de, en caso de que sucediera, ser excluidos, marginados. Y no es el caso tampoco.
Con alguien como Quim Torra al frente eso sería difícil.
Claro. Yo sería de los primeros a los que Torra llevaría a un campo de concentración. No tengo la menor duda. Mi hipótesis es que ellos quieren una autonomía autoritaria. Quieren tener un régimen en Cataluña en el que ellos manden para siempre. De ahí lo de «els carrers seran sempre nostres» o, como dijo también Ernest Maragall, «el país serà sempre nostre». Y hay otra cuestión importante. David Madí, en un momento determinado, dijo que, si controlaban a los jueces, no haría falta la independencia. Y, relacionado con esto, están las leyes del 6 y el 7 de septiembre de 2017. Se hizo mucho énfasis en cómo se hicieron pero no sobre su contenido, que es de una dictadura electiva. Esas leyes establecían para Cataluña un régimen en el que el presidente lo controlaba todo y lo nombraba todo. Ni siquiera se podrían recurrir judicialmente los decretos que dictara el presidente.
Salvando las distancias, recuerda un poco a lo que hizo Adolf Hitler cuando, democráticamente, llegó al poder en Alemania.
Aquí es más radical. Hitler tenía todo el poder porque era un Estado y esto es una autonomía. Hitler, Mussolini, Erdogan o el mismo Trump lo que hacen es tomar el control del poder judicial por vías indirectas. Ni siquiera Hitler hizo una ley diciendo que los decretos que él dictara no podían recurrirse ante los tribunales. Esto aquí se ha hecho. Y no contra la maléfica Justicia española. Sino para cuando controlaran la Justicia catalana.
Usted dice que de estas cosas no se hablaba pero es que lo que primaba entonces era la «revolució dels somriures».
Bueno, lo que primaba realmente era la gran tensión que generaba que se iba a hacer un referéndum.
Pero todo es paralelo. Ahora entra en juego la violencia y ahí está la presidenta de la ANC, Elisenda Paluzie, diciendo que esto les va bien por una cuestión de visibilidad internacional.
Es un farol.
Pero la violencia está ahí.
Sí, pero es un farol más. Te pongo este farol encima de la mesa, que son disturbios en las calles y violencia, y así el Estado tendrá que sentarse para recuperar los contenidos del Estatut de 2006.
La verdad es que entre ellos tampoco se ponen de acuerdo y, cuando Quim Torra habla de infiltrados, la CUP le responde con que son sus hijos, sus sobrinos y sus primos los que protagonizan los actos violentos.
Sí, pero hay otro elemento a tener en cuenta. Y son los 40 años de una sociedad catalana en la que priman la cooptación, las redes clientelares, la fidelidad y la sumisión y no se tienen en cuenta para nada ni el mérito ni la capacidad. Esto sucede aquí en todos los ámbitos.
Es una sociedad perfecta para una dictadura.
Sí, claro. Y para una autonomía autoritaria también. ¿Qué efectos genera todo esto? La selección negativa. Al personal no se le nombra por su valor sino como consecuencia de su no valor. Cuanto más inútil, mejor. Porque, cuanto más inútil sea alguien, más obediente y fiel será.
¿Eso no pasa en otras partes de España?
No. Además, es que ellos viven en una burbuja. Le cuento una anécdota. Cuando yo estaba en Convergencia, en su dirección real, llega un día Quico Homs y nos anuncia que va a lanzar una intoxicación. Al cabo de unos días, presumía de que eso había salido en La Vanguardia y en TV3. En realidad, lo que había lanzado era una intoxicación. Pero, claro, ya salía en La Vanguardia y en TV3 y hasta él mismo se lo creía. Estamos hablando de una gente que se droga con la misma droga con la que trafica.
Pero, entonces, ¿hacia dónde va todo esto?
¡A nada! Vamos a una sociedad en descomposición, marginal, provinciana y que se va hundiendo con rapidez
¿Y el panorama político catalán?
La cuestión fundamental para los tres jugadores (JxCat, ERC y CUP) es mantener una situación en la que tengan la hegemonía. Y, por lo tanto, la capacidad con los presupuestos públicos de la Generalitat y los ayuntamientos de generar redes clientelares y mantenerlas. Es decir, el país será siempre nuestro. Y el sistema electoral catalán hace que no parezca que eso lo vayan a perder porque los suyos, hagan lo que hagan, les van a votar. Pero, insisto, no para lograr la independencia, sino para poder decir qué malos son los otros.
Usted ha hablado en otras ocasiones de la superioridad moral que conlleva el sentirse víctima.
Sí, claro. Nadie tiene más superioridad moral que la víctima. Por eso sus cantos son siempre tristes, sus referentes son siempre derrotas. Lo que se cultiva es perder porque eso es lo que te da legitimidad. Y por eso les votan y les seguirán votando. Tuvieron un pequeño susto con Solidaritat y Reagrupament. A Reagrupament lo absorbieron rápidamente y con Solidaritat les costó tener que hacer unas elecciones anticipadas. Y ahí quedó claro que hay dos personas que nunca vamos a estar con ellos: Uriel Beltrán y yo. Nunca estaremos porque sería colaborar con un régimen autoritario. Sería colaborar con alguien que lo que quiere hacer aquí es peor que lo que hay en Turquía.
En el caso de que lo lograran, la única vía para mantenerse en el poder sería la autoritaria.
Ellos quieren una autonomía autoritaria. Luego, dentro de ese bloque, lo importante es ver quién tiene la mayoría. Enfrente están los otros, que no consiguen la mayoría porque entre ellos hay diferentes posiciones ideológicas en todos los sentidos. Por eso ellos piensan lo de que «el país será siempre nuestro». Pero ahí está la guerra entre Convergencia y ERC.
Junqueras es más cínico que Pujol pero bastante menos hábil y competente. Sobre todo porque Pujol era consciente de sus limitaciones y Junqueras no.
Hay una contradicción porque un partido de izquierdas como ERC se muestra partidario del diálogo con el Estado y de una vía lenta hacia la independencia, frente a un partido de derechas como JxCat que, en cierto modo, apoya la violencia y vuelve a hablar de DUI.
¡Pero si es todo mentira! Este cambio de posiciones va según las semanas o la temporada. Es un puro juego táctico para lograr vencer al otro. Por eso ves ahora a la candidata de Convergencia, o como se llame el partido esta tarde a las 5, haciendo discursos propios de la CUP. Es la pinza con respecto a ERC. Luego hay que tener en cuenta que, cuando se presentan por separado, gana ERC. Pero si el candidato de JxCat es Puigdemont, pierden. Y eso es porque la veneración que tiene la presidencia de la Generalitat para ese electorado no la tiene la vicepresidencia. Por eso Junqueras necesita ser presidente de la Generalitat, aunque solo sea por dos horas. Así tendrá el aura mística de la presidencia.
Si Junqueras llegara a presidir la Generalitat, ¿estaríamos ante otro Jordi Pujol?
Junqueras es más cínico que Pujol pero bastante menos hábil y competente. Sobre todo porque Pujol era consciente de sus limitaciones y Junqueras no.
Una última pregunta. Me llama la atención que, en su cuenta de Twitter, usted era un defensor acérrimo de la independencia, con enfrentamientos con otros tuiteros que, muchas veces, se saldaban con palabras fuertes y bloqueos. Ahora tuitea en diferentes idiomas y sobre temas que nada tienen que ver con Cataluña. Sobre todo escribe sobre política internacional y arte. ¿A qué se debe este cambio?
Como ya he dicho, yo he dejado del todo la vida pública catalana. Pero Cataluña a mí me ha dado los elementos conceptuales para poder entender la ola de populismos autoritarios que venía. Y para poder percibir por dónde iban a ir las cosas. Cataluña, para mí, está en el mismo paquete que el Brexit, que Trump, que Erdogan