Primero en La Vanguardia y ahora en El Mundo, Iñaki Ellakuría (Barcelona, 1978) es uno de los periodistas políticos que con más acierto ha retratado los entresijos tanto del procés como del constitucionalismo catalán. Ahora, acaba de publicar junto a Pablo Planas Manual de incompetencia (en tiempos de coronavirus) (Funambulista), un ensayo en el que pasa revista a los errores cometidos por Sánchez en su gestión de la pandemia. En esta entrevista con El Liberal, Ellakuría nos habla de su última obra pero también del siempre agitado escenario político catalán.
La crisis del coronavirus ofreció a Sánchez dos opciones: explorar con PP y Ciudadanos un gran pacto que garantizase la estabilidad o bien encastillarse en La Moncloa y reforzar la alianza con Podemos. ¿Por qué eligió la segunda?
Porque la segunda opción es su opción vital y personal. Sánchez podía haber intentado explorar antes ese pacto con Ciudadanos, pero tras fracasar el pacto del abrazo a causa de la abstención de Iglesias decide decantarse por el populismo de izquierdas y absorber la agenda ideológica de Podemos. La realidad en parte le da la razón, porque está en la Moncloa.
Sin embargo, en un momento de crisis como el actual, lo más razonable hubiera sido hacer un gran gobierno de consenso que lanzase un mensaje de unidad institucional. También de cara a Europa: no olvidemos que esta semana tanto The Economist como Financial Times señalan que las guerras partidistas de nuestra política —que califican de tóxica— son las que nos envían al furgón de cola de la pandemia.
«Desde el principio se le restó importancia al problema del virus para blindar al Gobierno. Se politizó un asunto que no era político, sino de sanidad pública»
Iñaki Ellakuría
Pese a ello, el Gobierno —castigando a la escuela concertada o cambiando las normas para renovar el Poder Judicial sin el PP— ha ido rompiendo cualquier puente con los partidos que están fuera de la mayoría. Imagino que este frentismo no es gratuito, sino una estrategia calculada por Iván Redondo, ese gurú tan admirado por muchos.
En el libro cuentan que la trayectoria vital Sánchez no hacía presagiar que llegaría tan lejos en política. ¿Cómo se explica que Sánchez sea hoy presidente del Gobierno y cuente con las encuestas a favor?
Su biografía es la de un superviviente pero también la de un tahúr que ha lanzado los dados y le ha salido bien. Después de que lo echasen del PSOE volvió transfigurado; es alguien capaz de reinventarse en cada momento. Pero esa capacidad se debe a su falta de escrúpulos: puede pasar del negro al blanco sin inmutarse. Asimismo, es inmune a las críticas de los demás, así como a sus propias mentiras. Sin embargo, todo tahúr del Misisipi corre el riesgo de ser desenmascarado víctima de sus propias trampas.
¿Y cómo se explica la enorme popularidad alcanzada por Fernando Simón, que llegó a desaconsejar el uso de la mascarilla para luego anunciar su obligatoriedad?
Es normal que durante el confinamiento, y atenazados por miedo, la gente decidiese confiar en él. Pero luego hemos visto que España lidera todos los rankings de la vergüenza: es el país con más infectados entre los sanitarios, con más muertos por millón de habitantes, con la economía más destrozada, etcétera. Siendo así, la credibilidad de Simón se da de tortas con los datos.
«Un Gobierno que asumió el mando único para luego trasladar la papeleta a las autonomías no puede presentar ahora a Ayuso como responsable de todos los males»
Iñaki Ellakuría
Por otra parte, la veneración de muchos por él tiene que ver con esa querencia de Occidente por los caudillos. Pese a nuestro individualismo, necesitamos liderazgos fuertes que nos guíen —recordemos a Johnson en Inglaterra o a Trump en Estados Unidos—. Así, esa nostalgia del soberano que diría Maldonado —sumada a un aparato de propaganda sin parangón en Europa— explica en parte la idolatría a Simón.
La manifestación feminista del 8-M ha quedado como la imagen del fracaso de España en la gestión de la pandemia. Más allá de su incidencia en la expansión del virus, ¿el Gobierno no debería haber admitido al menos que fue imprudente no desconvocarla?
El problema del Gobierno es que no admite ningún error, carece de la más mínima autocrítica. España cierre antes que otros países, pero más tarde que la mayoría: cuando el virus ya está metido hasta el tuétano. En cuanto al 8-M en sí, recordemos que la semana previa se libraba una guerra entre Montero y Campos, el ministro de Justicia, por la ley de violencia de género. Fue una crisis importante en un Gobierno muy joven. Dada esa situación, se centraron en cerrar la crisis y llegar unidos a la manifestación del 8-M. Así, el interés político por salvar la unidad del Gobierno provocó que no le otorgasen la importancia necesaria a los peligros de la pandemia.
Por otra parte, aparte del riesgo de la manifestación en sí, al permitirla lanzaron un mensaje que restaba importancia al peligro del coronavirus. A este mensaje contribuyeron muchos medios. Sin olvidar que, con la excusa de no cerrar el 8-M, se permitieron otros eventos multitudinarios como partidos de futbol, etcétera.
Uno de las consignas más repetidas para justificar la tardía reacción del Gobierno ha sido la ya popular «no se podía saber». Pero, ¿realmente no se podía?
Las advertencias existían. La Unión Europea llevaba avisando desde enero de la seriedad del asunto. Se puede entender que no se actuase cuando el virus irrumpió en China —que ocultó información— pero no cuando éste dio el salto a Europa. Ahí perdimos semanas decisivas. En cualquier caso, ¿en septiembre no se podía saber que se tenían que abrir los colegios? En muchos lugares, vuelve a haber déficit de PCR, personal sanitario o rastreadores. ¿Eso no se podía saber, después de siete u ocho meses conviviendo con el virus? El problema de la gestión pública es que se realiza para el día a día. Se gestiona para dos o tres años pensando en las elecciones, pero nadie diseña planes de largo alcance.
«Cuando se le exige una gestión eficaz a una autonomía como Cataluña, que desde hace años está centrada solo en el debate identitario, las costuras sufren»
Iñaki Ellakuría
También es sorprendente que se haya culpado a los hábitos de la gente. Oiga, si a la gente se le dijo, como hizo Simón, que esto era una «gripe fuerte», es normal que hasta el 11 de febrero todo el mundo estuviese tomando copas en los bares. Pero desde el principio se le restó importancia al problema para blindar al Gobierno. Esto es porque se politizó un asunto que no era político, sino de sanidad pública.
Por su parte, la Comunidad de Madrid obedecerá las ordenes del Gobierno central pero acudirá a los tribunales. ¿Está justificada la decisión de Ayuso?
En este debate hay elementos perversos. Un Gobierno que asumió el mando único para más tarde decir que había ganado al virus y trasladar la papeleta a las autonomías no puede presentar a Ayuso ahora como responsable absoluto de todos los males de Madrid. Los problemas vienen de mucho antes. Por otro lado, ¿qué idea tiene Sánchez de cogobernanza? ¿Abandonar la capital de España a su suerte es cogobernanza?
Obviamente, el Gobierno de la Comunidad de Madrid, al recuperar las competencias, se ha equivocado y el problema se le ha desbordado. También a causa de las características de Madrid, una ciudad muy densa y lugar de paso. Sin embargo, detrás de la pulsión por cerrar la capital asoma posiblemente la moción de censura. En Navarra, por ejemplo, los datos son muy altos y el Gobierno no le ha dicho a Chivite que «se ponga del lado de la ciencia» como le espetó a Ayuso.
En Cataluña, el gobierno nacionalista llegó a asegurar que con una Cataluña independiente se hubieran producido menos muertos. Pero, ¿se podría escribir también un manual de incompetencia a cuenta de la gestión de Torra?
Totalmente. Cuando se le exige una gestión eficaz a una autonomía como Cataluña, que desde hace años está centrada solo en el debate identitario, las costuras sufren. Se revelan las carencias. Sobre todo, en el tema de las residencias, cuya desastrosa gestión debería terminar con una investigación judicial sobre la actuación de la consejera Vergés, de Homrani y de Pablo Iglesias —que asumió la gestión pero luego se desentendió—. Porque no hablamos de un error baladí, sino de una tragedia con muchos muertos. Se sabe, por ejemplo, que en lugar de trasladar a los infectados a centros medicalizados, se les dejó en las residencias, lo que multiplicó los contagios. No me gusta hablar en términos tan graves, pero ha sido una autentica matanza.
Otro asunto gravísimo en Cataluña tuvo lugar cuando durante diez días el Govern impidió a la UME intervenir en las residencias. Solo pudieron actuar cuando la Generalitat les concedió permiso. Lo que por otra parte fue una cesión del Gobierno, ya que, ¿por qué se necesitaba el permiso de Torra si el Ejecutivo ya había asumido el mando único?
Usted también es coautor, junto a José María Albert de Paco, de un libro sobre Ciudadanos: Alternativa Naranja. ¿Cómo valora el nuevo rumbo que ha impreso al partido Inés Arrimadas?
La voluntad de encontrar un espacio propio es legítimo. Sin embargo, al ser Ciudadanos un partido tan personalista, aún no ha logrado hacer olvidar el desencanto que generó en el votante la caída de Albert Rivera. Con lo que, aunque Arrimadas sea una buena política, la formación se encuentra ahora en tierra de nadie.
Por otra parte, tampoco entiendo la estrategia de mantener el diálogo con Sánchez sí o sí. Que Cs esté negociando con Sánchez mientras éste lo está haciendo con Bildu es una traición a sus valores fundacionales. Tú puedes sentarte en un mesa con Sánchez para llegar a acuerdos, pero no si en esa misma mesa se sienta minutos después un partido como Bildu. Por si fuera poco, Sánchez está entregado a los partidos que dieron un golpe de Estado hace tres años. Y Arrimadas lo sabe perfectamente. No hace falta respaldar la moción de censura, pero entre ésta y blanquear a Sánchez hay un término medio.
Por lo que respecta al problema catalán, recientemente el Gobierno ha empezado a tramitar los indultos a los condenados por el procés. ¿Es su concesión deseable?
El problema no es el trámite de los indultos en sí, sino que se anunciasen en un cara a cara con Laura Borràs, como queriendo contentar al separatismo. Y más grave aún es la reforma exprés del Código Penal para rebajar con carácter retroactivo las penas de los condenados. Esto afectaría a los que están ahora en prisión pero también a los fugados, que en caso de volver verían reducida su condena.
Por otra parte, el indulto debería conllevar un cierto ejercicio de contrición del delincuente. Es un pacto: usted se arrepiente y yo le indulto. Lo que no es admisible es plantearse un indulto con los que anuncian que lo volverán a hacer. Un indulto avalaría a los que llevaron a Cataluña al abismo y estaría dejando sola de nuevo a esa mitad de catalanes que se sintieron violentados por la agresión separatista. No digo que un indulto no sea posible, pero los presos deben asumir sus errores. Ninguno de ellos ha asumido, por ejemplo, que el separatismo no es hegemónico y que hay otros catalanes que no piensan igual. O que en su afán de alcanzar unos objetivos políticos quebrantaron derechos y vulneraron la ley. En ningún momento han dicho lo esencial. Esto es: «Nos equivocamos».
«No podemos permanecer prisioneros de la dialéctica tóxica del independentismo. El constitucionalismo debe evadirse de los marcos mentales en los que el independentismo trata de encerrarle»
Iñaki Ellakuría
Asimismo, el Ejecutivo de Sánchez ha anunciado que la mesa de negociación con el separatismo tendrá lugar en cuanto sea posible porque el «diálogo es la única manera de solventar la situación en Cataluña». ¿Está de acuerdo?
No, porque se dialoga con quien quiere dialogar, no imponer. Mientras el independentismo no asuma errores no se puede dialogar, porque sigue en el terreno del fanatismo. Por otra parte, el diálogo se debe llevar a cabo en el Congreso, donde reside la soberanía nacional. Y es una infamia que en una mesa de diálogo con Cataluña no estén los partidos constitucionalistas, no esté el partido que ganó las elecciones en Cataluña: Ciudadanos. ¿Qué diálogo es ése, entonces? En el fondo, y como todo el mundo sabe, dicha mesa no es más que un paripé destinado a salvar los presupuestos de Sánchez.
¿Y qué ocurrirá si el secesionismo supera el 50% de los votos en las próximas elecciones catalanas?
En mi opinión, hemos de salir de la trampa que supone leer el resultado en clave plebiscitaria, tal y como desea el separatismo. «Oiga, aunque ustedes obtengan el 80% de los votos, está en una democracia y deberán cumplir la ley. Empiecen a hablar de programas de Gobierno y no de plebiscitos inexistentes.» Y es que no podemos permanecer prisioneros de la dialéctica tóxica del independentismo. El constitucionalismo debe evadirse de los marcos mentales en los que el independentismo trata de encerrarle.
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