El odio no sabe viajar solo. Tiene que disfrazarse de causa justa para poder infectar el corazón de las personas y por eso, cada uno de nosotros, debe librar la batalla para desenmascararlo. Lamentablemente, viendo el nivel de enfrentamiento en la sociedad, parece que estamos fracasando en esta lucha.
Algunos políticos afirman que estamos librando una «batalla cultural» en referencia a los intensos debates sociales sobre cuestiones morales que polarizan la sociedad. Pero lo sorprendente es que la mayoría de estos debates tratan sobre valores que compartimos y que, en teoría, nos deberían unir. ¿Qué está ocurriendo?
La sociedad española actual se ha educado sobre valores morales sólidos, ampliamente compartidos como la democracia, el respeto o la igualdad. Además, hemos construido un estado que ofrece servicios públicos esenciales como la sanidad, la educación, el transporte o la seguridad, con el objetivo de que ningún ciudadano se quede atrás. No es una sociedad perfecta, pero tiene muchos aspectos que nos deberían permitir mirar al futuro con optimismo.
La sociedad española actual se ha educado sobre valores morales sólidos, ampliamente compartidos como la democracia, el respeto o la igualdad
No conozco a nadie que se considere machista, racista, fascista, que no respecte la libertad sexual de los demás o que prefiera vivir en una ciudad contaminada. Por lo tanto, creo que se puede afirmar con rotundidad que valores como el feminismo, el antifascismo, el antirracismo, la defensa del medio ambiente o el respeto a la orientación sexual de las personas (por poner algunos ejemplos), son valores compartidos y absolutamente transversales en la sociedad española moderna. Posiblemente siempre habrá descerebrados con conductas reprobables, pero justamente son la excepción que confirma la regla y que para nada representa al conjunto de la sociedad española.
Entonces, si compartimos muchos de estos valores ¿Por qué pasamos tanto tiempo debatiendo sobre ellos?¿Por qué los utilizamos para intentar descalificarnos unos a otros?¿Por qué los utilizamos para justificar la polarización y el enfrentamiento?
La respuesta es que en realidad son el disfraz que esconden un sentimiento mucho más simple: la necesidad de justificar el odio a través de una aberrante superioridad moral. A veces de forma premeditada y a veces inconsciente.
Hoy en día la batalla cultural imprescindible es la de la razón contra el odio
Así, asistimos a lecciones fraudulentas de la historia que buscan generar enfrentamientos a partir de las innumerables atrocidades que la humanidad se ha autoinflingido, tratando de construir agravios y encontrar enemigos ficticios que yacen muertos hace siglos.
O la preocupante tendencia a victimizar a las personas por el mero hecho de pertenecer a un determinando colectivo, coartando desde ese mismo momento su futuro y condenándolas. ¿Donde ha quedado aquel discurso del enpoderamiento?
Por todo esto, hoy en día la batalla cultural imprescindible es la de la razón contra el odio.
Necesitamos el discurso de la ilusión, las oportunidades y la esperanza frente al de los agravios, la victimización y el enfrentamiento
El mundo está lleno de desigualdades e injusticias. Si las próximas generaciones asumen el reto de construir una sociedad mejor, deberán hacerlo desde la razón, la solidaridad y la empatía. Por eso, a nosotros nos toca decidir si las educamos en el agravio, la culpa y el odio o si las educamos en la razón y la empatía.
Es una batalla desigual porque los sentimientos como el odio son mucho más poderosos que la razón. Así que, para tener éxito, debemos aliarnos con sentimientos igualmente poderosos. Necesitamos el discurso de la ilusión, las oportunidades y la esperanza frente al de los agravios, la victimización y el enfrentamiento.
Si queremos construir una sociedad mejor, tenemos la obligación moral de desenmascarar racionalmente al odio, allí donde se esconda. Está es la batalla cultural que importa.