Estado de alarma, como mínimo

No es una gripe, es otro virus; pero tampoco es, esperemos, el cuarto jinete del Apocalipsis. En un primer momento se oyeron voces que, tal vez con un punto de envidia, ponían de relieve que China puede tomar medidas excepcionales porque es una dictadura, medidas imposibles de aplicar en nuestras avanzadas democracias. Craso error. El de China es un sistema despótico porque censura la información, limita cualquier derecho, impide la participación política, y el poder se ejerce a través del partido único, no porque sea capaz de afrontar con éxito una epidemia. No hace falta tener una dictadura para construir un hospital de 1.000 camas en 10 días, ni hace falta que venga Mussolini para que los trenes lleguen puntuales.

El ejemplo israelí

Enrico Mairov, que ha sido gestor de emergencias, primero en Israel y luego en Lombardía, habla para el Giornale del lunes día 10: «Si una situación como ésta sucediese en Israel, la resolveríamos en tres horas con dos medidas planeadas desde hace tiempo. La primera es la duplicación de la capacidad de los principales hospitales. La segunda, vaciar las instalaciones y transferir pacientes a la atención domiciliaria. Pero estos dos objetivos requieren planificación y una mentalidad acostumbrada a las emergencias. Después de examinar los errores de la guerra de Yom Kippur [en 1973], Israel revisó primero el sistema sanitario militar y luego el civil. Hoy, con poco más de 9 millones de habitantes, en comparación con los 10 de Lombardía, tenemos nueve grandes centros médicos capaces de duplicar sus camas a través de una transformación de los pisos subterráneos utilizados como comedores o almacenes. Esto se experimentó con éxito en 2006 cuando Haifa se encontró bajo misiles de Hezbollah.»

Respecto a la segunda medida, Mairov explica: «En Italia tienes entre 3 y 5 camas por 1.000 habitantes en comparación con solo 1,5 por 1.000 en Israel. Esto se debe a que aquí [en Italia] hay muchos buenos médicos, pero poca digitalización. Incluso en situaciones normales, los hospitales israelíes dan de alta a los pacientes y los confían a cuatro grandes compañías de salud social (…), que se ocupan de ellos y los siguen en sus hogares. A cambio de una suscripción que va de 40 a 80 euros al mes, los pacientes reciben un módem conectado no a teléfonos móviles, difíciles de usar para los ancianos, sino a televisores. Y en los hogares se instalan cámaras en todas las habitaciones principales. En ese punto, los pacientes son seguidos por dispositivos médicos que los mantienen bajo control las 24 horas del día. Un médico y algunas enfermeras pueden monitorear los parámetros vitales de docenas de pacientes, llamarlos para obtener información en caso de accidentes triviales como una caída dentro de casa o enviar una ambulancia en caso de agravamiento repentino. De modo que los pacientes se sienten más atendidos que en el hospital y están encantados de poder quedarse en casa.»

Enrico Mairov fue oficial médico en el Sayeret Matkal, unidad de élite de las Fuerzas de Defensa de Israel, y sabe lo que es enfrentarse a emergencias: «Para una nación, el sistema socio-sanitario es equivalente al ejército o la policía. Éstos la defienden de enemigos externos e internos; la sanidad, de las enfermedades. Pero los tres exigen un liderazgo que sea capaz de tomar decisiones. Hemos tenido líderes como Dayan, Rabin y Sharon formados en los campos de batalla y acostumbrados a mandar. Vosotros [en Italia] habeis formado a muy buenos médicos, pero os falta una política capaz de tomar decisiones

Tarde y mal

Algo parecido podría afirmarse de España. La sensación de que se ha reacciona tarde y mal, a remolque de la expansión del virus, no va a incrementar la mortalidad pero es un pésimo augurio incluso si la amenaza desapareciese el mes que viene. La Constitución española prevé, y la Ley Orgánica 4/1981 desarrolla, los estados de alarma, excepción y sitio. Ahora mismo, el que corresponde es el estado de alarma, pensado, entre otras alteraciones de la normalidad, para afrontar las crisis sanitarias. Al fin y al cabo, alarmados ya lo estamos; ahora falta ver si el gobierno es capaz de tomar las medidas adecuadas.

 El artículo 11 de la mencionada Ley establece que se podrá: a) Limitar la circulación o permanencia de personas o vehículos en horas y lugares determinados, o condicionarlas al cumplimiento de ciertos requisitos. b) Practicar requisas temporales de todo tipo de bienes e imponer prestaciones personales obligatorias. c) Intervenir y ocupar transitoriamente industrias, fábricas, talleres, explotaciones o locales de cualquier naturaleza, con excepción de domicilios privados, dando cuenta de ello a los Ministerios interesados. d) Limitar o racionar el uso de servicios o el consumo de artículos de primera necesidad. e) Impartir las órdenes necesarias para asegurar el abastecimiento de los mercados y el funcionamiento de los servicios y de los centros de producción afectados… Es el fiel retrato de lo que conviene a nuestra situación actual. Hay que garantizar que la cadena de producción, distribución y comercialización se mantiene; hay que impedir el triste espectáculo de ciudadanos que se dejan llevar por el instinto de acaparar comida, y hay que castigar el robo de mascarillas en centros hospitalarios, como sucedió en Barcelona.

Un sistema democrático no puede servir solamente para momentos de calma y tranquilidad, ha de ser capaz de afrontar también las amenazas que se ciernen sobre la población. Y el gobierno no puede esperar sentado a ver si el virus queda fulminado en la próxima canícula, como quien espera que una tormenta escampe. Ha de actuar ya, impidiendo el pánico y garantizando la tranquilidad.

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