Tras haber dedicado esta columna semanal a examinar diversos aspectos de la situación económica de la Cataluña actual, parece oportuno terminar 2019 y comenzar 2020 dedicando siquiera unas líneas a situar la realidad presente en perspectiva histórica. En los últimos años, se han propagado tales disparates en torno al supuesto expolio económico al que han estado sometidos durante varios siglos los sufridos catalanes, por parte de los insaciables y tiránicos españoles, que bien merece la pena recordar cuándo y cómo se produjo el despegue económico de la región catalana y el importante papel que desempeñó el mercado «nacional» en el aumento del nivel de vida de los catalanes. Por cierto, que la importancia del mercado «nacional» en contraposición al limitado alcance del mercado local (catalán) como impulsor del desarrollo económico, no es un invento de los «botiflers» sino un hecho subrayado por todos los historiadores económicos, al menos desde que Fontana publicó La quiebra de la monarquía absoluta 1814-1820.
La prosperidad volvió a Cataluña con los Borbones
Después de una secular decadencia que se prolongó hasta finales del siglo XVII, la recuperación demográfica y económica fue tomando cuerpo gradualmente en el territorio que hoy conocemos como Cataluña al finalizar la Guerra de Sucesión (1704-1714). Felipe V, tras la toma de Barcelona, impulsó diversas reformas que propiciaron el auge de las manufacturas catalanes durante la segunda mitad del siglo XVIII, y la posterior industrialización ya en el siglo XIX. En adición a las medidas adoptadas para racionalizar la administración de sus reinos, Felipe V acometió dos reformas con gran trascendencia económica: primero, abolió las fronteras interiores entre los territorios que integraban la Corona de Aragón (los Reinos de Aragón y Valencia junto a Cataluña), así como entre éstos y el más poblado y rico reino de Castilla; y, segundo, levantó las restricciones que dificultaban el comercio directo de la región catalana con las colonias americanas. Contrariamente a las simplificaciones popularizadas por los ideólogos independentistas que podríamos resumir en dos frases palmariamente falsas, «España nos oprime» y «España nos roba», los historiadores catalanes reconocieron hace bastantes décadas el papel decisivo que desempeñaron en el desarrollo económico de Cataluña la posibilidad de que los productos autóctonos pudieran acceder al mercado «nacional», seis veces mayor que el de la región, así como a los mercados coloniales.
Las cifras que se presentan en la primera columna del Cuadro 1 atestiguan el auge demográfico que registró Cataluña en los siglos XVIII y XIX. Partiendo de una población que apenas excedía el 5% del total español al finalizar la Guerra de Sucesión, el censo de la región registraró un aumento sostenido que atestigua la notable mejora de las condiciones de vida. Las cifras de que disponemos son escasas, pero las estimaciones cifran el porcentaje de los habitantes residentes en Cataluña en 7,8% en 1787 y 10,6% en 1900. Un aumento parejo al de la productividad agrícola, la expansión del comercio con las colonias (incluido el tráfico de esclavos), y la expansión de la producción manufacturera e industrial que convirtieron a Cataluña en la «fábrica de España» a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Durante todo ese tiempo fue un territorio privilegiado dentro de España, cuyos productores se beneficiaron de los elevados aranceles y barreras administrativas que los protegían de la competencia exterior, en perjuicio del los consumidores distribuidos por toda España.
Según estimaciones del profesor Nadal, la industria catalana llegó a producir a finales del siglo XIX cerca del 40% de todos los productos industriales y casi el 80% de algunos textiles consumidos por todos los españoles. Las estimaciones del PIB per cápita indican que el aumento de la producción, a pesar del crecimiento sostenido de la población, permitió incrementar el PIB per cápita y ensanchar la brecha que lo separaba del PIB per cápita de España. Las cifras en la penúltima columna del Cuadro 1 indican que la participación de Cataluña en el PIB a precios de mercado pasó de 8,3% en 1802, a 14,7% en 1849 y 16,3% en 1901. Y las estimaciones del PIB per cápita relativo en la última columna del Cuadro muestran como el nivel de vida de los catalanes, apenas 2,3% superior al resto de los españoles en 1800, pasó a ser 24,3% a mediados del siglo XIX y 53,8% superior en 1900. El fuerte crecimiento demográfico e industrial dejó su impronta en los núcleos urbanos, muy especialmente Barcelona especialmente donde se produjo un renacimiento artístico y cultural muy notorio.
Cataluña en el siglo XX
Entre 1900 y 1930, la población siguió aumentando a mayor ritmo en Cataluña que en España y alcanzó 11,7% del total en 1930. Pese a la pérdida de población que supusieron la Guerra Civil y la salida hacia el exilio, la población de Cataluña siguió creciendo a mayor ritmo que en el resto de España en la segunda mitad del siglo XX, y gracias a la llegada de inmigrantes procedentes de otras regiones más pobres alcanzó 15,1% del total en 1970 y 15,5% en 2000. También la actividad industrial afectada por la Gran Depresión y la inestabilidad política durante la II República, así como por la destrucción originada por la Guerra Civil, se repuso con bastante rapidez y Cataluña recuperó en seguida su situación privilegiada como fábrica de España.
Cuadro 1. Población e indicadores económicos de Cataluña, 1717-2000
Nota: Las cifras entre paréntesis indican el año de referencia cuando éste difiere de la fecha en la primera columna.
Durante la dictadura de Franco y hasta 1986, la industria siguió gozando de protección arancelaria y otras barreras (puestos fronterizos, licencias de importación, control de cambios, etc.) que dificultaban la entrada de productos importados. Como puede verse en la tercera columna del Cuadro 1, la participación de Cataluña en el valor añadido bruto (VAB) del sector Industria registró una caída en los años 40 en relación a 1930, pero se recuperó y volvió a situarse en el entorno del 28% hasta 1970. Durante la dictadura de Franco, se realizaron inversiones que han resultado decisivas para sectores tan relevantes en la actualidad como las industrias del automóvil, alimentación, petroquímica y farmacéutica. Y como muestran las cifras de participación en el PIB en las columnas cuarta y quinta del Cuadro 1, la participación de Cataluña en el PIB alcanzó valores máximos en 1970 y 1980. No obstante, el fuerte crecimiento de la población en Cataluña y el despegue económico de otras regiones hicieron que el PIB per cápita relativo disminuyera desde el máximo histórico de 163,5 alcanzado en 1940 hasta 156,3 en 1950, 148,8 en 196, 134,8 en 1970 y 123,9 en 1980. Obsérvese, por último, que ni la participación de Cataluña en la población o en el PIB de España, ni tampoco el PIB relativo en lugar de avances registraron un ligero retroceso en las dos últimas décadas del siglo XX
Un miniestado ineficiente, corrupto y carísimo
El formidable desarrollo económico alcanzado por Cataluña, primero bajo la monarquía Borbónica antes de la Guerra Civil y durante la dictadura del general Franco después de la contienda, dejan en muy mal lugar la noción propagada por las actuales élites políticas de que los catalanes han estado sometidos a un expolio sistemático por parte de las españoles. La enorme diferencia en renta per cápita alcanzada en 1930 y mantenida hasta 1970 lo desmiente rotundamente. Más bien la historia económica sugiere que ha sido precisamente durante las décadas en que Cataluña ha gozado de mayor autonomía política y mayores competencias administrativas cuando el «país» ha perdido el dinamismo demográfico y económico que lo caracterizó en los siglos XVIII y XIX y buena parte del siglo XX.
Quizá esa pérdida de dinamismo de Cataluña en las últimas décads tenga bastante más que ver con la obsesión de las élites nacional-socialistas que han estado al frente de las instituciones autonómicas desde 1980 casi siempre ineptas y nada ejemplares en convertir la Generalitat en un estado, por cuyos desagües se han marchado ingentes recursos que podrían haberse destinado a mejorar los servicios públicos y las infraestructuras. Quizá haya llegado el momento de preguntarse por qué los sueldos de los políticos y los empleados públicos de la Generalitat son más elevados que en el resto de Administraciones del Estado; o por qué se destinan tantos recursos a financiar campañas institucionales de propaganda (¿recuerdan los fastos del tricentenario de 1714?) y a mantener una costosísima televisión «pública» sectaria y al servicio del independentismo; o por qué se han financiado proyectos de «país» ruinosos (¿se acuerdan de las inversiones del Institut Català de Finances en Spanair, la aerolínea de «país»?); o por qué se han dedicado tantos recursos a poner en marcha «estructuras de Estado» tan innecesarias como las «embajadas» o la sobredimensionada Agencia Tributaria Catalana. A la luz de la evidencia histórica, los responsables del expolio no parecen haber sido ni los Borbones ni Franco.