«Hombre, se llama Sant Jordi, y yo seré ateo, anticlerical y todo lo demás, pero no soy tonto”. La muerte del Papa Francisco ha marcado la semana del Sant Jordi, esa festividad que el nacionalismo lleva años intentando infructuosamente colonizar. El mejor ejemplo de su derrota -por lo menos temporal- fue el diálogo protagonizado por el escritor Javier Cercas con el president Salvador Illa en el marco de la celebración institucional, en el que Cercas se refería así a nuestras raíces cristianas.
Javier Cercas, epítome del demonio españolista para los independentistas de pro, escogido por Salvador Illa para inaugurar sus diálogos de Sant Jordi. Un Sant Jordi “de todos” que ha encendido las iras del independentismo. Como el historiador Jordi Canal, premio Sant Jordi 2025 de Sociedad Civil Catalana, Cercas escogió ser un ciudadano comprometido con la verdad, también en los años del procés en los que pocos se atrevían a alzar la voz. Y su voz, entre los muros del Palau, ha levantado ampollas entre quienes durante años quisieron silenciarlo.
El diálogo del president con el escritor fue una revolución, aseguraban orgullosos desde el Palau, recordando que era la primera vez que el escritor catalán más traducido había entrado en la sede del gobierno autonómico. Es lo que tiene escribir en español, aunque el diálogo con Illa se produjera en perfecto catalán, obsequio de una infancia de extremeño en Girona.
Horas después Jordi Canal recordaba al recibir el premio de Sociedad Civil Catalana que el nacionalismo amenaza con convertirse en el peor ogro de este siglo XXI, como ya lo fue en el XX. Un premio a su obra -más de una veintena de ensayos sobre la historia catalana, la de verdad, con especial énfasis en el Carlismo- y a su compromiso con la verdad entregado en el Seminario Conciliar de Barcelona. Todo se ha conjurado, este Sant Jordi, para recordarnos nuestras raíces cristianas.
“Non possiamo non dirci cristiani” -no podemos no llamarnos cristianos- advertía el filósofo y político Benedetto Croce. A él recurrió Cercas para recordar que “venimos de Jerusalén y de Atenas, de Jesucristo y de Sócrates, eso es Europa, todos somos fruto de eso”.
A la historia se remitió también Canal, inevitablemente en su caso, para advertir contra la perversión del pasado impuesta por el nacionalismo. “Todos los nacionalistas se inventan la historia”, apuntaba tras recibir el galardón que antes premió a Fernando Savater y Albert Boadella. Pero solo en Cataluña esa historia amoldada a las necesidades mitológicas de la nación se hace pasar por historia real. Ni siquiera en el País Vasco se ha llegado a ese extremo. En nuestro caso se ha hecho con la alegre connivencia de buena parte de la academia patria, se lamenta el profesor de la École des hautes études en sciences sociales de París
En Francia, donde él imparte clases como profesor universitario de historia, distinguen lo que definió como la “novela nacional” donde se incorporan los mitos fundacionales adoptados como parte del sentimiento de pertenencia a la nación, de la historia seria. En Cataluña no, se lamenta el historiador de Olot. “Aquí la novela nacional se ha convertido en historia”. Una disfunción que “será difícil de revertir” añadía, porque esa historia mitológica lo impregna todo, desde el currículum escolar a la universidad, pasando por las instituciones.
“Amo demasiado a mi país para ser nacionalista” dejó dicho el pensador francés Albert Camus. Y eso que no llegó a saber del nacionalismo catalán, que esta semana ha mostrado su honda indignación porque el Govern socialista de Illa haya escogido como lema del Sant Jordi la muy catalana expresión “tothom”.
Qué es eso de un “Sant Jordi de todos” exclamaban los guardianes de las esencias nacional-catalanas en las redes. “Sant Jordi es nuestro” repetían indignados desde las filas de Junts.
Indignación que el Govern de Illa ha multiplicado con la concesión de la Creu de Sant Jordi a la actriz Loles León. Ya lo intentó el Ayuntamiento gobernado por Jaume Collboni, pero los grupos de ERC y Junts -con el inestimable apoyo de PP y Vox- se encargaron de tumbar la propuesta señalando que alguien que critica la inmersión lingüística no puede recibir ningún reconocimiento en Cataluña. Si no quieres sopa, dos tazas, debió pensar Illa al verlo, incluyendo a Loles León en el listado de premiados por la Generalitat, que nadie vota.
Al día siguiente, Illa recuperaba la celebración de la misa de Sant Jordi tras un década en la que el procesismo abjuró de la tradición católica. Una celebración eucarística a la que también asistieron los ex presidentes Jordi Pujol y Artur Mas, avalando el retorno del católico Illa a la tradición. Por la tarde, el independentismo certificaba su enésima derrota con el escaso seguimiento de la manifestación en defensa del catalán.
La gran convocatoria unitaria de 200 entidades se saldó con 2.000 participantes, a razón de diez manifestantes por entidad. El independentismo no ha sido derrotado, nos advertía Canal el martes. Pero ciertamente su capacidad de movilización ha quedado diezmada tras una década de procés.