Muchos catalanes nos sentimos doblemente atrapados. Por un lado, la pandemia que no cesa y que además de generar miedo físico, engrandecido por la profusión de noticias en los medios, ennegrece el futuro económico hasta limites difícilmente soportables en los sectores más afectados por la crisis presente y futura.
Por otro, la política. Todo indica que seguiremos inmersos en un procés moribundo pero que parece querer cronificarse hasta el infinito, mientras Cataluña continua su senda decadente en medio de un empate de impotencias.
Veo a los catalanes cada día más deprimidos, irritados o furiosos, pero a muy pocos esperanzados con el futuro
Debo decir que cada día me cuesta más cumplir con mi obligación de seguir la actualidad tanto sanitaria como política. Es un rechazo epidérmico. No creo que sea el único. Cada vez son más las personas que me comentan que intentan desconectar de la última cifra de positivos, del último probo ciudadano que ha delatado a un vecino o de cualquier otra noticia de la avalancha que invade los medios sobre la pandemia. Lo mismo de la última ocurrencia de Torra o Puigdemont, de los rifirrafes en las redes, de las cortinas de humo de unos y otros. Y la política española tampoco invita al optimismo.
Veo a los catalanes cada día más deprimidos, irritados o furiosos, pero a muy pocos esperanzados con el futuro. De cualquier ideología. Y de este ambiente insano se deriva más desapego por la democracia que se traducirá en las próximas elecciones en forma de abstención. Sólo cabe esperar tocar pronto fondo e iniciar una remontada tan incierta como necesaria.