El pasado 23 de mayo publiqué en este diario un artículo titulado «El COVID-19 desnuda a la clase política de Occidente” en el que, refiriéndome a la Unión Europea, denunciaba que «el COVID-19 ha vuelto a dejar en evidencia no sólo a las instituciones centrales de la Unión sino a la clase política que está al frente de los gobiernos europeos, con algunas excepciones significativas». Pues bien, ni un ápice ha cambiado mi diagnóstico al constatar la estela de decenas de miles de muertos que el COVID-19 ha dejado en el viejo Continente -contabilizados unos, escondidos otros bajo las alfombras de los palacios donde están cómodamente instalados sus gobernantes- y unas economías destrozadas por la recesión más grave vivida desde el final de la II Guerra Mundial.
Estamos hablando de pérdidas humanas y materiales ingentes que, quiero recalcar, podrían haberse evitado en buena medida si los gobernantes de la UE hubieran tenido a bien seguir las recomendaciones de la OMS recogidas en el informe realizado con el gobierno de China y publicado urbi et orbe el 28 de febrero de 2020. Pese a que el informe constataba el elevado índice de transmisión y la potencial letalidad del virus, los chulapos presidentes, ministros y consejeros no dejaban de decirnos que era la gripe la que los preocupaba, y Simón el Fariseo se jactaba de que aquí no se producirían más allá de unos pocos casos. La única exculpación para una clase política pagada de sí misma y acostumbrada a gastar cuanto tiene y algo más era enjuagar su ineptitud comparándola con la de sus vecinos.
«La desvergüenza del director del Centro de Coordinación de Alarmas y Emergencias Sanitarias sólo puede compararse a la de sus dos superiores jerárquicos por los que da la cara.»
Pero lo cierto es que cuando dedica todos los días unas horas a recoger información de distintos países, se observan importantes diferencias entre los gobiernos del planeta, tanto en lo que atañe a la completitud y coherencia de las cifras que ofrecen a la eficacia de su gestión sintetizada en las tasas de mortalidad sobre casos totales y por millón de habitantes. Aunque el gobierno de Sánchez es, sin duda, uno de los peores, el incombustible Simón nos ha dejado esta semana otra perla de las muchas engarzadas en su ya poblado collar: «España es ahora mismo, probablemente, el país de Europa con menor letalidad junto con Alemania». La desvergüenza del director del Centro de Coordinación de Alarmas y Emergencias Sanitarias sólo puede compararse a la de sus dos superiores jerárquicos por los que da la cara: Illa, ministro de Sanidad y Sánchez, presidente del gobierno.
Un tour alrededor del mundo
El Cuadro 1 presenta las cifras de población, casos totales, número de fallecidos y tasas de mortalidad para los 40 países que encabezan el ranking COVID-19 en el mundo. Basta echar una ojeada al Cuadro 1 para sacar varias conclusiones importantes. La primera y más obvia de ellas es que en muchos países las cifras de casos totales y fallecidos, así como sus correspondientes tasas de mortalidad, son flagrantemente inconsistentes y apuntan a que sus gobiernos, bien por falta de medios bien por grosera manipulación de las estadísticas, no están dando una imagen veraz de la gravedad de la pandemia. En el caso de Estados Unidos, el país que encabeza el ranking con cerca de 6,6 millones de casos y 196.331 fallecidos, quienes hemos seguido la evolución de la pandemia día a día podemos dar fe de que las cifras publicadas día tras día son consistentes, y puesto que los estadounidenses cuentan además con un sistema sanitario de calidad superior a la media, resulta sensato tomar sus tasas de mortalidad sobre casos totales, 2,98% y por millón de habitantes, 592,44, como baremo de referencia para valorar la fiabilidad de las cifras ofrecidas por otros países.
En otras palabras, si las tasas de mortalidad sobre casos totales de un país son muy inferiores a 3%, o las tasas de mortalidad por millón de habitantes muy inferiores a 600, conviene examinar con lupa sus cifras. Por ejemplo, los números de India o Rusia (coloreados en marrón claro) que figuran en el primer bloque de países encabezado por Estados Unidos (coloreado en amarillo), implican tasas de mortalidad tan increíblemente bajas que bien pudieran considerarse una broma macabra. En los tres bloques siguientes, aparecen también muchos otros países coloreados en marrón claro (Chile, Bangladesh, Arabia Saudita, Pakistán, Turquía, Filipinas, Ucrania, Israel, Catar, Kazajistán, República Dominicana, Panamá, Kuwait y Omán), cuyas bajas tasas de mortalidad son igualmente sospechosas. Hay, además, muchos otros países cuyas tasas de mortalidad, aunque no tan bajas como las de India o Rusia, resultan también sospechosas. En el primer bloque, incluiría en este grupo a Brasil, Colombia, África del Sur o Argentina (países no coloreados) cuyas bajas tasas de mortalidad nos llevan a sospechar de la veracidad de sus cifras.
¿Qué sería de este corral nublado?
El caso de España, que ocupa la novena posición por número de casos en el primer bloque de países, merece, por cercanía y por el seguimiento que he realizado de la epidemia desde que irrumpió el COVID-19 a mediados de febrero, un comentario más amplio. En varios artículos anteriores, he denunciado la falta de transparencia y la manipulación sistemáticas de que han sido objeto las cifras de casos totales y fallecidos, y he denunciado que el gobierno Sánchez dejará de publicar el 17 de mayo las cifras de recuperados, como hacen casi todos los países de su entorno (Reino Unido y Holanda son otros dos casos de lamentable dejación), una pieza de información indispensables para calcular el número de casos activos (casos totales menos fallecidos menos recuperados), y poder así valorar el estado en que se encuentra de la epidemia en cada momento. Como también comenté en otros artículos, el gobierno de Sánchez inició la fase desescalada sin conocer cuál era el número de casos activos y así nos ha ido: la supuesta nueva normalidad en la que nos íbamos a instalar es sólo un grotesco eufemismo para denotar la anormal normalidad actual.
«Se puede afirmar con total certeza que las cifras de muertos ocasionados por el coronavirus en España son muchísimo más elevadas.»
Pero descendiendo de las acusaciones genéricas a las concretas, se puede afirmar con total certeza que las cifras de muertos ocasionados por el coronavirus en España son muchísimo más elevadas que las 29.699 muertes oficialmente reconocidas por Sánchez-Illa-Simón (SIS) con las que se calculan las tasas de mortalidad en el Cuadro 1. El último informe del Servicio de Monitorización de la Mortalidad (MoMo) del Instituto de Salud Carlos III, publicado el 7 de septiembre, cifra en 45.826 el exceso de muertes registrado en España, 43.342 entre el 10 de marzo y el 5 de mayo y 2.484 entre 27 de julio y el 15 de agosto. Por otra parte, las cifras de muertes semanales publicadas por el Instituto Nacional de Estadística indican que el exceso de muertes en 2020 sobre 2019, hasta la semana 35 que finalizó el 30 de agosto, fue 49.739, una cifra tan alejada de los 29.699 fallecidos del SIS que ruborizaría a cualquier profesional decente. Con las cifras del INE que alcanzan hasta finales de agosto, las tasas de mortalidad de España sobre casos totales son 8,98% y 1.064 muertos por millón de habitantes: Sr. Simón, no tenga la desvergüenza de comparar la letalidad de España con la de Alemania empleando las cifras trucadas del SIS.
El fracaso de la UE y América del Norte
El estrepitoso fracaso de la UE para afrontar el COVID-19 queda perfectamente reflejado en las elevadas cifras de casos totales y fallecidos de Bélgica, un país con un elevado PIB per cápita donde se alojan las sedes de las principales instituciones de la Unión. Pues bien, Bélgica, con una población de 11,6 millones, supera en casos totales, 90.568, a China, 85.168, un gigantesco país con 1.440,4 millones de almas. La tasa de mortalidad de Bélgica sobre casos totales, 10,95%, duplica la de China, 5,44%, y la bajísima tasa de mortalidad de China por millón de habitantes, 3,44, frente a 855,68 en Bélgica, pone de manifiesto el éxito de la estrategia decidida de aislamiento de focos y contención de la transmisión adoptada por el gobierno de China y el fracaso de gobernanza de la sólo nominalmente unida Unión Europea. Wuhan el foco inicial de la epidemia ha recuperado la normalidad y la economía de China crece mientras la UE se adentra en una recesión cuyas consecuencias se dejarán sentir durante la próxima década.
«Trump intenta con su inconmensurable corbata roja tapar sus pelotudas mentiras y se encamina a trompicones hacia una elección que parece tener perdida.»
A Estados Unidos y a China ya dediqué otro artículo, así que mis comentarios ahora se centrarán en Canadá y Méjico. Canadá es un país con un territorio inmenso, pero con una población minúscula, 8,7 millones, inferior incluso a la de Bélgica, que figura en el tercer bloque del Cuadro 1. Con 134.924 casos, cifra muy superior a la registrada en China 85.168, Canadá presenta una elevada tasa de mortalidad por casos totales, 6,79%, duplicando holgadamente la de Estados Unidos, 2,97%, y una cifra de fallecidos por millón de habitantes escalofriante, 1.059, sólo comparable a la estimada para España con las cifras de exceso de fallecidos del INE. Canadá, como Bélgica o España, es otro ejemplo de fracaso estrepitoso en la gestión del COVID-19. Méjico es el otro país que completa el mapa de América del Norte. Sus cifras de fallecidos y sus tasas de mortalidad son elevadas y resultan mucho más creíbles que las de otros países de habla hispana, como Colombia o Argentina, incluidos también en el primer bloque del Cuadro 1. Su elevada tasa de muertes sobre casos totales, 10,68%, es muy superior a la de Canadá y Estados Unidos y comparable a la de Bélgica, en tanto que su tasa de mortalidad por millón de habitantes, 539,5, pone de manifiesto la elevada letalidad, comparable con Bélgica o España, y la mortalidad por millón de habitantes es inferior a la de Canadá y Bélgica. Estas comparaciones sugieren que la cifra de fallecidos en Méjico está infravalorada, aunque el caso no constituya una manipulación tan descarada como las de Brasil, Colombia o Argentina.
En pelotas
Cuando a alguien lo desnudan a la fuerza y lo dejan en pelotas, la víctima suele instintivamente y a modo de defensa intentar cubrirse con las manos sus partes más íntimas. El título de mi artículo publicado el 23 de mayo, sugería que el COVID-19 había desnudado a la clase política de Occidente, un término vago que incluiría como mínimo a los países de Europa y América. Podría decirse que desde entonces andan sus gobernantes en pelotas y cubriéndose cínicamente sus vergüenzas. Trump intenta con su inconmensurable corbata roja tapar sus pelotudas mentiras y se encamina a trompicones hacia una elección que parece tener perdida; los líderes europeos andan muy ocupados con sus reuniones interminables y nos distraen con partidos de selecciones y el Tour de France; y en la mayoría de los países de la América Hispana, los gobiernos prefieren mirar hacia otro lado y contar los muertos a bulto con la descarada intención de que abulten poco.
«Ni los focos están controlados ni los muertos son los que nos dice Simón sacando pechito para compararse con Alemania.»
En nuestro corral nublado, Sánchez y el SIS continúan tratando de darnos gato por liebre sin mascarilla primero, cuando no las había y no eran por tanto necesarias, y con mascarilla ahora que están a la venta en todas las esquinas y gravadas al 21% con IVA. Ni los focos están controlados ni los muertos son los que nos dice Simón sacando pechito para compararse con Alemania. Por no saber no sabemos ni cuántos casos hay activos en España. Con independencia de la mejor o peor gestión realizada por cada gobierno europeo, lo primero que habría que reconocer es que al menos cuando introduzco cada día los datos de Alemania, Italia, Francia o Bélgica en mis ficheros, a diferencia de lo que ocurre en el caso de España, no hay sobresaltos y las cifras cuadran tal y como exige la aritmética: los casos nuevos coinciden con la diferencia entre las cifras de casos totales en dos días consecutivos y los nuevos fallecidos con la diferencia entre las cifras de fallecidos en dos días consecutivos.
A quienes aspirábamos a que la transición a la democracia en España nos permitiera vivir en un Estado transparente, con gobiernos que dieran cuenta de su gestión ante los ciudadanos y medios de comunicación públicos y privados libres de injerencias gubernamentales, las groseras y continuadas manipulaciones de las cifras de casos y muertos por parte del gobierno de Sánchez, desde que el COVID-19 nubló el sol en el corral, nos resultan sencillamente indecentes. Estamos en manos de un gobierno al que la grave crisis sanitaria y la recesión económica en que nos encontramos han dejado en evidencia: gobernar es algo más que aparentar y viajar en Falcon de aquí para allá, como si la muerte de 50.000 personas y una caída del PIB del 22% fueran simples anécdotas.
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