Elisenda Paluzie, presidenta de la ANC, se ha propuesta sacar al movimiento independentista del letargo en el que se encuentra sumido desde que la pandemia puso de relieve la intrascendencia objetiva de su anhelo; no hay que olvidar que el nacionalismo es, al fin y al cabo, poco más que un homenaje continuo a la catarsis aderezado con dosis camufladas (siempre ha interesado que el veneno no sea perceptible para el forense) de odio étnico e intolerancia cultural. La teoría de los universos paralelos admite un cierto contraste empírico con esta gente: mientras saltan las alarmas por el crecimiento desproporcionado de los nuevos infectados, Paluzie se mantiene firme en su propósito de organizar la bacanal amarillista de rigor. La falta de escrúpulos de la dirección de la ANC no tiene necesariamente su correspondencia entre los potenciales asistentes; ellos son sencillamente pobres fanáticos, y es que el primer deseo que debe generar la contemplación de un fanático solo puede ser el de compadecerse. La sintomatología de esa enfermedad (fácilmente tratable con la lectura) incluye, claro está, esa falta de sensibilidad social tan necesaria en estos tiempos, pero hay que evitar en la medida de lo posible juzgar al prójimo, más todavía si la mente de este se encuentra recluida en la Alcatraz de las ideologías: el populismo.
«Mientras saltan las alarmas por el crecimiento desproporcionado de los nuevos infectados, Paluzie se mantiene firme en su propósito de organizar la bacanal amarillista de rigor«
Dejadme introducir una anécdota de carácter entomológico; no me estoy yendo por los cerros de Úbeda, porque supone nada más y nada menos la chispa inspiradora de este artículo. Mi relación con lo doméstico en las últimas semanas se reduce en algo tan de moda recientemente como la dejación de funciones. Efectivamente, mis fogones observan consternados como el horno y el microondas han tomado un papel protagonista, y la acumulación de envoltorios de pizzas precocinada y de latas de conserva me recuerdan que nadie está libre de caer en los cochambrosos brazos del Síndrome de Diógenes. Esta mañana, al despertar, mi por lo habitual relajada irrupción en la cocina se ha visto alterada por la presencia de un inconmensurable ejército de hormigas (esas prusianas del mundo de los insectos) regocijándose ante la presencia de un dado de jamón solitario en los aledaños de su inhallable guarida. Caminaban en hilera, y a su llegada al embutido, arremetían violentamente contra él, arrancaban un pedazo de su carne y lo llevaban de vuelta a su hipiesca comuna. Sin más preámbulos he impartido justicia humana con la ayuda de la fregona, ante lo cual han huido (o mejor dicho, han tratado de hacerlo) despavoridas. Si cambiamos “hormigas” por “indepes” y “fregona” por “COVID” la moraleja viene sola: ni cuarenta mil fallecidos por el coronavirus son suficientes para activar en los independentistas más radicales el sentido del peligro que posee hasta una hormiga. ¿Entendéis ahora porque decía que lo más lógico es compadecerse de ellos?
«El demócrata en la Cataluña del procés es el ratón en la ratonera»
Pero Paluzie, una estrella más en la infinita constelación de nacionalistas pirómanos, no se conforma con ejercer de catalizadora perfecta del número de contagios de COVID, sino que también pretende incendiar el ya calcinado suelo de la neutralidad ideológica en las universidades. El mundo ideal para el nacionalista sería el mismo que para cualquier partidario de otras ideologías con tintes totalitarios: aquel en el que todo, desde el color de los cordones de las zapatillas deportivas comercializadas hasta los hábitos sexuales de las palomas, permaneciera bajo su control. Se equivocan centrando sus esfuerzos en unas universidades públicas que se encuentran ya de por sí (sobran los ejemplos) bajo su indiscutible dominio. Igual que la educación preuniversitaria. Igual que los medios de comunicación públicos, sufragados por el conjunto de ciudadanos que viven en la comunidad autónoma. Igual que, en definitiva, todos aquellos ámbitos que les permiten prolongar la hegemonía cultural que han construido durante las últimas cuatro décadas. El demócrata en la Cataluña del procés es el ratón en la ratonera. Un ratón cuyas posibilidades de contagiarse de coronavirus aumentará considerablemente, si nadie sensato le pone remedio, a partir del once de septiembre.