La de JxCat y ERC bien podría ser la típica historia de un desamor. La ilusión del referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017 unió a dos formaciones que poco o nada tienen que ver en sus ideologías. Solo la independencia de Cataluña parece justificar el acuerdo entre ambas. Y así fue hasta el pasado mes de enero cuando, con la inhabilitación de Quim Torra como diputado, la cordialidad entre ambos partidos saltó por los aires y comenzó una guerra que aún se mantiene y que, previsiblemente, se recrudecerá en las próximas semanas de cara a las elecciones autonómicas. La desconfianza, todo hay que decirlo, viene de lejos, como puede verse en las repetidas acusaciones de deslealtad de Carles Puigdemont en su último libro, M’explico, hacia ERC en general y hacia Oriol Junqueras en particular.
Fue el Tribunal Supremo el que sentenció a la inhabilitación al diputado Torra. Y fue el presidente del Parlament, el republicano Roger Torrent, el que acató la sentencia, a pesar de que desde JxCat se exigía y rogaba que desobedeciera. Torrent no quiso jugársela, Torra perdió el escaño y, desde entonces, el Govern está en la cuerda floja a la espera de que el presidente, o Carles Puigdemont, pongan fecha a las elecciones. En medio, la pandemia del coronavirus, que ha permitido evidenciar la batalla entre los dos partidos, que no parecían tener en cuenta los miles de muertos y contagiados que ha producido el COVID-19 en Cataluña.
Caos en la pandemia
Mientras la republicana Alba Vergés intentaba afrontar la tragedia sin olvidar hacer feos constantes a la ayuda del Estado (hubo hospitales de campaña levantados por el Ejército o la Guardia Civil que no llegaron a utilizarse a pesar de que el sistema sanitario catalán había colapsado), Torra y otros en JxCat se encargaban de echarle pulsos al Gobierno del PSOE y Unidas Podemos, atizados por un Puigdemont que, desde Waterloo, animaba a la rebelión. A la vez, ponían en evidencia la mala gestión de los republicanos, a pesar de compartir Govern y responsabilidades. Y, por si fuera poco, no se olvidaban de criticar la mesa de negociación entre Gobierno y Govern acordada por el PSOE y ERC y que, visto lo visto, cuesta creer que pueda volver a convocarse.
El último episodio del enfrentamiento lo han protagonizado el eurodiputado de JxCat y fugado de la Justicia, Toni Comín, y el portavoz de ERC en el Parlament, Sergi Sabrià. Comín, que hasta 2019 fue militante y cargo de ERC, equiparó la relación de las dos formaciones a la «guerra fría». Algo que Sabrià le afeó en Twitter y que llevó a Comín a disculparse.
Horas antes, sin mencionarlos pero lanzándoles algún que otro dardo, era Carles Puigdemont el que ponía a los republicanos en la picota durante una conferencia en la Universitat Catalana d’Estiu en un discurso, sin embargo, plagado de llamadas a la unidad del independentismo. Y días atrás lo hacía uno de sus más fieles seguidores, el vicepresidente primero del Parlament, Josep Costa, intentando que la Mesa de la cámara autonómica cambiara al actual secretario general, Xavier Muro, por un letrado independentista que se atreviera a publicar las resoluciones contra la monarquía aprobadas a principios de mes.
Acoso a los republicanos
Lo cierto es que desde enero es la posconvergencia la que ataca duramente a una ERC que comienza a verse acorralada pero cuyos líderes, con el encarcelado Oriol Junqueras a la cabeza, siguen confiando en la estrategia del diálogo con el Estado para lograr la celebración de un referéndum legal. No han cejado en este empeño desde su acuerdo con el PSOE a principios de año y en él siguen, tal y como han dejado claro Sabrià y el coordinador del partido y vicepresidente del Govern, Pere Aragonés.
Mientras tanto, Torra se niega a dar a conocer en qué fecha volverán a concurrir los catalanes a las urnas. Y todo indica que JxCat se prepara para incrementar la presión sobre ERC, partido al que obligará, a través de Roger Torrent, a convocar las elecciones si, tal y como todo el mundo espera, el Tribunal Supremo confirma el próximo otoño la inhabilitación del presidente autonómico. La posconvergencia tendrá, así, la posibilidad de echar mano del victimismo y, de paso, presentar a los republicanos como autonomistas incapaces de plantar cara al Estado por Cataluña. Pero, como dice la canción, the show must go on.