Del presidente Torra, desde hace meses, no se espera otra cosa sino que se decida a convocar elecciones. Si no lo hizo el pasado lunes, ya no podrán ser el 4 de octubre, la fecha de ecos movilizadores que había sonado últimamente. ¿Convocará hoy? ¿La semana que viene? ¿Lo hará antes de su previsible inhabilitación por el Tribunal Supremo, que verá su causa la segunda quincena de setiembre?
La incógnita es lo único que mantiene algún interés por el presidente más accidental y menos dotado para el cargo que ha habido en los noventa años de Generalitat. Elegido diputado en el puesto número 11 de la lista de JxCat por Barcelona, tardó cuatro meses en llegar a la presidencia, y él mismo dio la legislatura por terminada en enero de este año.
Su legado consistirá en haber dicho a sus «amigos de los CDR» que hacen bien en apretar y haber presidido —por decirlo de alguna manera— las manifestaciones y los disturbios en respuesta a la sentencia a los líderes procesados.
Mucho habrá que engrandecer la anécdota de la pancarta colgada en el balcón del Palau Sant Jordi, contraviniendo a la Junta Electoral Central, seguida por su desafiante reconocimiento ante el TSJC de haber desobedecido, para aportarle un aire de heroísmo. Pero bastará para poder añadir a Torra a la lista de los líderes catalanistas que han sido procesados, encarcelados o exiliados.
En espera de que se decida a retirarse definitivamente de la política —ni siquiera se ha apuntado al nuevo partido de Puigdemont—, por el momento el independentismo vela armas —es sólo una metáfora—, y así lo contaba Isabel García Pagán el domingo en la Vanguardia: «Todo es posible en la ‘burbuja’ de Torra, sostienen tanto en JxCat como en ERC.» En alguna cosa tenían que coincidir.
Una autonomía bananera
José Martí Blanch, este lunes en el Periódico, cree que el independentismo que encarna el presidente Torra se puede resumir en la idea que «nada sirve para nada, así que no hay mala conciencia en destruirlo todo, o al menos intentarlo».
No sirven para nada el gobierno, el Parlamento, la administración porque no tienen poder real, ni los medios de comunicación que no sean mera correa de transmisión de las consignas. Cuando uno es tan independentista, las instituciones del sistema autonómico le sobran.
Martí Blanch no lo dice, pero debe ser por eso por lo que se creó, y de vez en cuando se habla de activar, la Assemblea d’Electes de Catalunya, como cámara de los representantes de obediencia independentista que funcionaría como alternativa a todos los representantes realmente existentes.
Sobre el conflicto reciente con los letrados del Parlamento, Martí Blanch se pronuncia de esta manera: «Lo que ha pasado es muy grave. Que el presidente de Catalunya se pasee por el Parlament exigiendo ceses es —créanme que duele escribirlo— de república bananera. Lo malo es que anticipa el modelo de país que algunos tienen en la cabeza (…) Claro que puede y debe discutirse sobre las decisiones del tribunal constitucional que limitan la soberanía del Parlament y su capacidad de discutir libremente cuanto se le antoje (…) Pero es obligación del ‘president’ hacerlo sin situar a los servidores públicos en la tesitura de incumplir sus obligaciones legales.»
Este independentismo, no sólo el de Torra, también el de Puigdemont, viviría mejor con una aplicación larga del 155, sin tener que enfrentarse a problemas de gestión donde su incompetencia puede quedar en evidencia a diario.
Finalmente, una mención a Marta Pascal, que en declaraciones al Correo ha afirmado que «el referente de Puigdemont es Otegi ; el mío, Urkullu. El PDECat debe elegir».
En opinión de Martí Blanch, «se equivoca la señora Pascal. Bildu, a fecha de hoy, es, comparado con lo que vemos en Catalunya día tras día, un dechado de pragmatismo y ‘realpolitik'».
