Según la última encuesta del Centre d’Estudis d’Opinió (CEO) Junts es el partido que más perdería si ahora se repitieran las elecciones al Parlament, pese a mantener el segundo lugar. Podrían perder entre dos y cinco escaños, los mismos que ganaría Aliança Catalana, el partido que lidera Sílvia Orriols. ¿Sorpresa? No para los de Carles Puigdemont, que llevan meses intentando cerrar la vía de agua provocada por la alcaldesa de Ripoll, municipio en la que la líder de la extrema derecha independentista ya se ha “comido” al electorado tradicionalmente convergente.
Esta semana hemos vivido el último giro de ese baile sicalíptico en el que se ha convertido la relación de los independentistas con la extrema derecha nostrada. En la mejor tradición de los jarrones chinos que tan bien glosó Felipe González, Artur Mas se descolgaba apuntado a la necesidad de normalizar la relación con Aliança Catalana. Eso sí, “sin llegar a pactar con trazar estrategias conjuntas”.
No solo eso. Mas establecía un paralelismo con su propia relación con la CUP. Tan en las antípodas de Convergencia como ahora se declara Junts de AC. Alguno dirá que bastante más, dadas las raíces carlistas que comparten Junts y Aliança, aunque unos y otros lo nieguen.
A Jordi Turull, secretario general de Junts, le faltó tiempo para desmarcarse de su antiguo jefe en Convergencia. Pero el “globo sonda” lanzado por Mas tuvo eco poco después en David Madí, otro nombre indisociable de CDC, PDeCat, Junts y las sucesivas metamorfosis del nacionalismo/independentismo de centro derecha.
Artur Mas lo sabe, y pone a los suyos ante el espejo, recordando que sapos más grandes se tragó él con el abrazo a David Fernández
Iva Anguera
Autorizado o no desde Waterloo, el globo sonda lanzado por Mas tiene todo el sentido para los intereses de Junts. La explicación más extendida en entornos independentistas se remite a las próximas elecciones municipales, cuando todo indica que Aliança crecerá ostensiblemente en la Cataluña interior, esa que dibujan como ejes la C-17 y la C-25. Un entorno en el que Convergencia ganaba sin rival y Junts había heredado el testigo, hasta ahora sin oposición. Pero es muy probable que en 2027 necesite a Aliança para retener unas cuantas alcaldías.
Existe sin embargo otro ámbito en el que preocupa el ascenso de Aliança, aunque los independentistas se resisten a esa lectura: el Parlament. Porque la mayoría independentista perdida en 2024 ya no será posible sin el concurso de Aliança Catalana, del mismo modo que el bloque constitucionalista siempre fue inhábil por la fractura que separa al PSC de PP y Vox. Artur Mas lo sabe, y pone a los suyos ante el espejo, recordando que sapos más grandes se tragó él con el abrazo a David Fernández, entonces líder de la CUP, para que al final le obligaran a renunciar a la Presidencia de la Generalitat en favor de Puigdemont.
También lo sabe Salvador Illa, que predica la batalla contra la extrema derecha vía movilización de recursos públicos -hasta 18.500 millones de euros ha prometido movilizar para volver a hacer a Cataluña líder de la economía española- mientras mueve la silla a Orriols en Ripoll.
Orriols se sometió el pasado 26 de enero a una cuestión de confianza para aprobar las cuentas de Ripoll -una estrategia que han utilizado muchos alcaldes- y su derrota abrió un periodo de un mes para que la oposición articule una alternativa a Orriols. El plazo concluye el 26 de febrero. Y aquí es donde entra en escena el president de la Generalitat.
Los medios locales señalan al líder del PSC en Ripoll, Enric Pérez, como la alternativa más viable a Orriols, pese a que cuenta con un regidor menos que sus futuros socios de Junts y ERC. Es “una apuesta personal de Illa” aseguran desde Girona, que puede servir de puente para limar la rivalidad entre junteros y republicanos.
En Junts dudan, temiendo que el “todos contra Orriols” alimente una victoria mayor de Aliança Catalana en las próximas municipales. Sin olvidar que eso permitiría a Orriols centrarse en el Parlament, donde confronta casi tanto con su presidente, Josep Rull, como con Illa. Pero también temen el desgaste de convertirse en los responsables de naturalizar a un partido que se declara orgullosamente islamófobo.
Para Illa, por el contrario, todo son ventajas. Ganan una alcaldía, siguen recuperando la relación con Junts a nivel local -aunque la animadversión de Puigdemont por los socialistas catalanes esté en su punto álgido- y alimentan el victimismo de Aliança, erosionando a Junts. Por lo menos a corto plazo. Los socialistas deberían recordar que el crecimiento de la extrema derecha empieza horadando las bases del centro derecha, pero acaba comiéndose a la socialdemocracia tradicional. Ya pasó en Francia, como señala el politólogo Xavier Torrents, autor de uno de los mejores estudios sobre el nacimiento y consolidación de Aliança Catalana.
Iva Anguera de Sojo. Periodista especializada en política, he pasado por ABC, la Delegación del Gobierno en Cataluña y El Independiente. Ahora en el Consejo de Betevé y colaborando con diversos medios.