Las dos principales fuerzas independentistas están —virtualmente empatadas—, según la última encuesta del CEO. En estos momentos la tendencia de JxCat es ascendente y la de ERC descendente.
El pragmatismo de ERC, aunque sea meramente táctico y provisional, es rechazado por los activistas más apasionados, mientras que se mantiene incombustible la apuesta por la agitación y el radicalismo que exhibe el nuevo JxCat.
La campaña para las próximas elecciones al Parlamento de Cataluña ya está significando una guerra civil dentro del independentismo. Técnicamente estamos en precampaña, porque nadie nos puede decir aún qué debemos votar, pero sí nos dicen qué no debemos votar, lo que viene a ser lo mismo.
Incluso en La Vanguardia, históricamemente poco proclive a los excesos, pueden encontrarse muestras de la escalada de descalificaciones con que JxCat y ERC intentarán disimular su pésima gestión autonómica.
Pilar Rahola decía anteayer que Carles Puigdemont es «la pieza mayor de una cacería que empezó en el 2017 y que ahora se ha activado con más fuerza que nunca»: es el enemigo.
«Sólo faltaba el éxito de su libro M’explico», entre otras cosas, «para que la furia contra Puigdemont sea más desacomplejada y descarnada». Tal vez habría que matizar que vender muchos ejemplares no es sinónimo de convencer, y que entre los compradores no sólo hay partidarios, también están los contrarios, los indiferentes, los curiosos y los simples seguidores de la actualidad.
Uno pensaría que Puigdemont recibe una atención considerable de los medios en general y de los medios públicos catalanes en particular, pero para Rahola sus detractores son legión y han llegado incluso a hacerle «un retrato de loco del pueblo al que hay que aislar y encerrar detrás de los barrotes».
¿Y por qué tanta inquina? Pues «porque es el único que mantiene la ilusión de un futuro diferente, en un océano de pragmatismo servil que se ha rendido definitivamente». Por consiguiente: cobardes y traidores los que no sigan al gran lider único.
Si él es presentado «como un personaje estrambótico, perdido en un exilio menospreciado, y secuestrado por quimeras fútiles», Oriol Junqueras recibe un trato exquisito, «convertido en una especie de líder serio, dotado de la virtud del pragmatismo».
Pero «tanto halago de determinados poderes a Junqueras» no «hace daño a Puigdemont» sino que «deja las cosas muy claras».
El amor no funciona
En la misma línea de menosprecio de Junqueras y alabanza de Puigdemont, Jordi Galves, en la República —Escupen sobre l’amor de Junqueras—, dice que el primero «es un simple profesor universitario de historia, que nunca ha destacado, contrariamente a lo que piensan sus adoradores, como historiador. Como profesional, no se le cita».
Después de repasar su recurso habitual a la sensiblería, afirma que «el victimismo de Junqueras siempre se mezcla con la constante exhibición de una enorme superioridad personal, intelectual, moral, que suele justificar con la militancia en un partido de izquierda y también por su condición de creyente católico.»
Por supuesto, «no se trata de una cuestión meramente personal sino de una estrategia política, de una doctrina comunicativa que sigue desde siempre»; pero en lugar de reconocer su habilidad, a Galves le parece que el truco «ya no da más de sí» y que «la estrategia comunicativa del “junquerismo es amor” no ha funcionado ni funcionará».
La prueba es que el actual gobierno de Madrid «ha encarcelado a todos los líderes independentistas, violando las propias leyes españolas, erosionando el Estado de derecho» —como si el tercer grado fuera sinónimo de puesta en libertad—, lo que significa «la rotura de un diálogo en el que la parte española nunca ha creído».
Finalmente, Galves confía en «el derrumbe electoral de ERC para que el primer partido de Cataluña reaccione y deje de estar gobernado desde una prisión».
La unidad imposible
Xavier Bosch publica en el Ara dos artículos en uno: Democràcia! / Espanya rebenta.
En el primero, recuerda las principales noticias del 6 de setembre de 2019 —estas cosas pasan en la prensa veraniega—, entre las que destaca la conferencia que el presidente Torra dio en Madrid, titulada “Democràcia!” En ella aseguró, a propósito de los políticos que habían sido juzgados en el Tribunal Supremo, que «una condena aceleraría la independencia».
Otra noticia era que Oriol Junqueras apostaba por «un gobierno de concentración, que aglutinase al 80% de los catalanas que estaban en contra de la represión».
Bosch lamenta, ahora, que «de aquella hoja de ruta que Torra no quiso desvelar —para no dar pistas— y de aquella unión tan anhelada nunca más se supo».
Añade que, si los de ERC «hojean el libro de Puigdemont, la unidad de acción será definitivamente imposible».
En el segundo, enumera las conferencias que otros presidentes de la Generalitat hicieron en Madrid —«un puñado de vaticinios y de verdades no escuchadas, en el eterno diálogo entre sordos y ceñudos»— y no se pronuncia sobre la conveniencia o inconveniencia de convocar elecciones:
«Dos factores determinan la decisión a contrarreloj del presidente: su juicio en el Tribunal Supremo [que probablemente comportará su inhabilitación] y la segunda oleada de un virus que desaconseja una jornada electoral, tan arriesgada como necesaria.»
Un escenario de todo o nada
Toni Bolaño ha tomado un café con Junqueras y lo cuenta en La Razón. Advierte en él «un matiz sustancialmente diferente de su gran adversario político, Carles Puigdemont, que apuesta por mantener la confrontación y avivar el “en cuanto peor, mejor”».
En la próxima campaña, en ERC «contaban con la presencia activa de Junqueras». Con la pérdida del tercer grado, «“si no está Oriol, es como si el Supremo avalase a Puigdemont”, comentan» y «algunos argumentan de forma socarrona que “Puigdemont le enviará en breve un jamón a Marchena”».
¿Cuál de los dos líderes independentistas es el preferido por los «poderes fácticos»? ¿A quién prefiere el «deep state»? ¿Qué táctica independentista es más útil a España? Parece que la campaña estará llena de debates así de estériles.
«Desde ERC se dibuja un escenario de todo o nada en los próximos comicios. Y si su líder no puede estar en campaña, las mínimas diferencias a su favor con los de Puigdemont pueden estar en peligro.»
¿Se repetirá el esquema de partir como favoritos y perder en el último momento? ¿O triunfará, corregido y aumentado, el victimismo de Junqueras?