La cúpula de la extinta Convergencia Democràtica de Catalunya (CDC) reunió a los restos de su guardia pretoriana para homenajear al expresidente Jordi Pujol en Castercoçol el pasado 29 de noviembre. El expresidente de la Generalidad de Cataluña Artur Mas, la expresidenta del Parlamento Nuria de Gispert, el exalcalde de Barcelona Xavier Trías y el exconsejero Felip Puig arroparon en la mesa presidencial al viejo mariscal sin mando. Quien ha tenido alguna ocasión de ver de cerca al expresidente en cualquier acto al que asistía sabe que, fuera o no el protagonista, el hombre acaparaba el micrófono para, como suelen decir por estos lares, decír la suya. Han debido resultarle, por ello, extraordinariamente dolorosos los años de ostracismo vividos desde que decidió salir del armario en julio de 2014 y confesar que guardaba una buena fortunita en un paraíso fiscal hasta donde la madre abadesa viajaba con regularidad en coche oficial para engrosarla.
El laberinto convergente
El caso Pujol dio el golpe definitivo a una CDC que había comenzado a desangrarse después de que los Mozos de Escuadra, por orden judicial, irrumpieran en el Palau de la Música Catalana en julio de 2010 y comenzaran a destaparse algunas tramas de corrupción urdidas durante los gobiernos presididos por Pujol (1980-2003, como el Caso Palau, en el que Millet y Montull, los intocables administradores del Palau de la Música Catalana, desempeñaron el papel de intermediarios para hacer llegar a CDC comisiones en el entorno del 3 % aplicadas en la licitación de obras adjudicadas por la Generalidad. Ambos casos llevaron a la cúpula de CDC a refundar el partido que rebautizado como Partit Demòcrata Europeo de Catalunya (PDeCat) empezó su andadura en julio de 2016, con Mas al frente.
Pero tras la huida del expresidente Puigdemont a Bélgica en octubre de 2017, éste se inclinó por crear en julio de 2018 un nuevo partido, Junts per Catalunya, presidido por él, y al que se incorporaron la mayoría de los líderes y militantes de CDC que habían proclamado la independencia de la república catalana el 27 de octubre de 2017. Durante algún tiempo, ambos partidos compartieron el espacio político dejado por CDC, pero los malos resultados cosechados por PDeCAT en varias elecciones dejaron el terreno expedito al partido fundado por el prófugo de Waterloo, y PDeCAT anunció finalmente su disolución el 28 de octubre de 2023. Resulta harto significativo que arropando a Pujol en Castercoçol no estuvieran presentes ninguno de los líderes de Junts, prisioneros de su propio laberinto.
Un partido con un mandato sin futuro
Aunque lejos del número de diputados que solía tener Convergencia i Unió hasta 2011, los siete diputados logrados por Junts en julio de 2023 consiguieron extraer del gobierno de Sánchez una ley orgánica de amnistía, pero no alcanzar su objetivo principal: propiciar el regreso de su líder a Cataluña. El prófugo sigue pudriéndose, políticamente hablando, en Waterloo ejerciendo de presidente del consejo de la inexistente república catalana y haciendo de anfitrión del bueno de Junqueras para forjar una imposible estrategia conjunta como en 2015. El prófugo blande una y otra vez la amenaza de retirar el apoyo de sus siete enanitos al gobierno de Sánchez, sin atreverse a dar el paso hasta ahora ni aclarar para qué quiere debatir una moción de confianza si no apoya una moción de censura. Sánchez, consciente de su debilidad parlamentaria, procura no ofenderle en exceso para evitar una reacción airada, pero sin conceder crédito a las amenazas del prófugo.
El problema de Junts es que se encuentra atrapado entre los sólidos muros de su ilusoria ideología y no sabe cómo salir de su propia ratonera sin perder la cara. A diferencia de la pragmática CiU, Junts nació prometiendo a sus militantes y votantes que “la independencia es viable e inevitable, el proceso no tiene marcha atrás… y nosotros hemos nacido independentistas para ser independientes”. Quien mucho promete se enfrenta antes o después al problema de incumplir sus promesas. Su propia huida a Waterloo ejemplifica perfectamente que ninguna de las promesas hechas entre el 10 de enero de 2016 en que fue investido presidente, y el 27 de octubre en que fue destituido por la aplicación del artículo 155 de la Constitución Española, eran viables e inevitables. Pese a los aspavientos del prófugo, quienes “nacieron independentistas para ser independientes” están negociando con el gobierno de España en Suiza no la independencia de Cataluña sino su propia amnistía. Ésta es la cruda realidad que Junts no puede reconocer abiertamente ante sus militantes y votantes.
De independencia, nada de nada
La longevidad de Pujol, le ha posibilitado al patriarca sobrevivir a la marea que lo arrastró mar adentro en 2014 y ahora lo ha devuelto con un hilo de vida a la playa tras un largo naufragio. Hace unos meses, el presidente Illa, primer secretario del Partit dels Socialistes de Catalunya, lo recibió en el Palau de la Generalidad dentro de la ronda de consultas con sus antecesores, y lo reconoció como “una de les figuras más relevantes de la historia política de Cataluña”. (Ahora, parece estar de moda en los países democráticos reivindicar la obra de defraudadores confesos.) En fin, el renacido Pujol se decidió en Castercoçol a revelar que ya a los 19 años había confesado a un amigo independentista que Cataluña no sería independiente, y aseguró que tras lo ocurrido en los últimos años no lo será dentro de 15 años ni probablemente nunca. En su opinión, España es un Estado poderoso, tiene una lengua que hablan 500 millones de personas y Cataluña debe acomodarse a esta situación e intentar salvarse logrando una autonomía indiscutible en aspectos como la lengua, la cultura y la enseñanza, para hacer “un pueblo que merezca la pena”.
Resulta igualmente reseñable que Pujol reconociera que el desmantelamiento de CDC y lo sucedido en Cataluña desde 2015 han resultado negativos para Cataluña y animara a los suyos a seguir en la brecha y recuperar en la medida de lo posible “todo aquello que hacíamos, y aquella política”. Pero esos dirigentes a los que Pujol apelaba, como ocurre también con los líderes históricos del PSOE, han perdido todo su influencia y los nuevos líderes se muestran más inclinados a matar al padre que a escuchar sus consejos. ¿Cómo puede quien dice haber nacido independentista y ve la independencia como algo viable e inevitable renunciar a ella? ¡Imposible, si resulta inevitable!
Por ello, el regreso del prófugo al frente de Junts puede considerarse una mala noticia tanto para el catalanismo moderado que aglutinó la figura de Pujol y CDC hasta 2003 como para la gobernabilidad de España. Para el primero, porque Junts va a seguir enredado en el laberinto sin futuro del independentismo en una estéril competencia con ERC, mientras el PSC de Illa recoge el fruto de las concesiones que ambos partidos, en materias de inmigración o recaudación tributaria, logren arrancarle a Sánchez para seguir en Moncloa unos meses más. Y mala para la gobernabilidad de España porque la transferencia de las competencias en inmigración y hacienda, atribuidas en exclusiva al Estado en el artículo 149 1 de nuestra Constitución, dificultarán aún más desarrollar políticas coordinadas, minarán la credibilidad internacional del Estado en los mercados de crédito, y causarán perjuicios económicos importantes a los ciudadanos en el resto de Comunidades Autónomas.