Un delincuente convicto anda por ahí suelto

«Estamos no sólo ante un peligroso imperialista que quiere apropiarse de territorios poco poblados y ricos en recursos naturales,sino ante un delincuente condenado por 34 cargos por un jurado de Nueva York»

Donald Trump
Donald Trump en plena campaña electoral este año /X.

Tras anunciar los preocupantes nombramientos de los secretarios que conformarán su primer gobierno, el presidente in pectore de los Estados Unidos ha empezado a repartir trompazos a diestro y siniestro, hacia el norte y hacia el sur, hacia el este y el oeste, incluso antes de jurar su cargo el próximo 20 de enero en Washington. Desde la anexión por conquista de una buena porción de México en la última década de la primera mitad del siglo XIX, no habíamos asistido a una exposición tan descarnada de las ambiciones territoriales de los Estados Unidos, una inveterada inclinación imperialista que la mayoría de sus antecesores procuraban camuflar presentándola a la opinión pública occidental como actuaciones meramente defensivas unas veces, o como intervenciones exigidas para salvaguardar la democracia y el respeto a los derechos humanos en otras ocasiones. Hagan el esfuerzo de imaginarse cómo habrían reaccionado los gobiernos y medios de comunicación occidentales de haber sido Putin o Jiping quienes hubieran realizado esos comentarios. 

Un imperialista sin remilgos

El hombracho a quien algo más de la mitad de los estadounidenses que acudieron a las urnas el pasado 5 de noviembre eligieron para ejercer de presidente los cuatro próximos años carece de los complejos de Eisenhower y sus sucesores, demócratas o republicanos, y ha desvelado sus planes expansionistas sin ningún pudor, dejando fuera de juego a los desconcertados líderes americanos y europeos que apenas se atreven a levantar la voz.  En una comparecencia pública el 7 de enero, Trump avanzó su intención de utilizar la coerción económica y la fuerza militar para anexionarse aquellos territorios que los Estados Unidos “necesitamos por seguridad económica”.  Atónitos, sus aliados le respondieron, oiga, oiga, Mr. Trump, que allí estamos nosotros, y nos disgustan sus planes para hacerse con Groenlandia y Canadá y apoderarse del canal de Panamá.

Por si esto fuera poco, Trump amenazó con que “el infierno estallará” para Hamas si cuando sea investido el 20 de enero los rehenes israelitas en manos de la organización terrorista no han sido liberados. Amenazas, en primera instancia, y un infierno de bombas, cuando aquellas no resulten efectivas, van a ser las sutiles armas empleadas por la diplomacia estadounidense entregada al senador Rubio, un halcón de altos vuelos. Nada nuevo, por otra parte, en Gaza. El 9 de enero se cumplieron 461 días de la cruel y terrible matanza perpetrada por Hamas el 7 de septiembre de 2023 y se estima que 46.000 palestinos han muerto en Gaza desde entonces a causa de los continuos bombardeos y las operaciones terrestres del ejército de Israel. Uno se pregunta qué situación más infernal de la que ya padecen pueden esperar los palestinos en la franja. Ya sólo queda la extinción por hambre de los habitantes en el gueto gazatí, y eso es lo que parece tener en mente Smotrich, ministro de Finanzas de Israel, cuando declaró que “Israel reducirá la ayuda humanitaria a la franja de Gaza al mínimo requerido por la legislación internacional después de que el presidente electo Donald Trump jure su cargo el 20 de enero”.

Un delincuente investido presidente

Estamos no sólo ante un peligroso imperialista que quiere apropiarse de territorios poco poblados y ricos en recursos naturales, y controlar las rutas comerciales de Panamá y el Ártico para imponer sus términos al resto del mundo, sino ante un delincuente condenado por 34 cargos por un jurado de Nueva York. La cadena ABC informaba el 7 de enero de la conversación mantenida por Samuel Alito, juez de la Corte Suprema de Estados Unidos, con Trump esta misma semana, aunque el juez negó haber hablado con Trump sobre la suspensión de la condena pendiente en el tribunal de Nueva York que lo encontró culpable de 34 delitos, un asunto sobre el que el alto tribunal tenía que manifestarse. Ese mismo día, Trump se congratulaba de que la publicación del informe elaborado por Smith, abogado especial del Departamento de Justicia, sobre los intentos de Trump de revertir los resultados de las elecciones de 2020 y uso indebido de información secreta, hubiera sido paralizada hasta que el informe fuera revisado por un Tribunal de Apelación.

Si bien a Trump no le han salido del todo bien ninguno de sus dos intentos de paralizar la acción de la justicia, se puede afirmar que el delincuente se ha salido con la suya. El Tribunal de Apelación va a permitir la publicación de la parte del informe de Smith relativa a los intentos de Trump de revertir el resultado electoral, pero va a retener de momento la parte relativa al mal uso de información clasificada. Por otra parte, el 10 de enero conocimos la decisión de la Corte Suprema que, pese a contar con tres jueces nombrados por Trump y mayoría conservadora, rechazó la apelación del expresidente para impedir al tribunal de Nueva York dictar sentencia sobre el caso de los pagos realizados por Trump para silenciar a una actriz porno con la que mantuvo relaciones. Pero de nada ha servido que el juez de Nueva York obtuviera luz verde de la Corte Suprema porque con la investidura de Trump a la vista, el juez decidió condenarlo sin imponerle ningún castigo por los graves delitos cometidos. Estas dos decisiones indican que todos quieren echar tierra encima de ambos asuntos para salvar el ‘honor’ de una presidencia que nace manchada y pone en duda la independencia del sistema judicial de Estados Unidos. No todos los hombres fueron creados iguales ante la ley.

Simplificaciones peligrosas

Recuerdo haber asistido hace unos meses a unas conferencias organizadas por la fundación que preside un expresidente del gobierno de España en la que la mayoría de los intervinientes redujeron la compleja situación mundial a una lucha entre las autocracias, donde naturalmente figuraban Rusia, China, Irán y Corea del Norte, y las democracias donde estaban incluidos Estados Unidos, los países miembros de la UE, Israel y supongo que algún otro país de la OTAN de reputación algo más dudosa, pero aliado nuestro, al fin y al cabo. Llegué a escuchar al expresidente, un firme defensor de la terrible invasión de Irak para librar a las democracias de las ‘armas de destrucción masiva’ nunca encontradas en Irak, afirmar en su intervención que las guerras en Ucrania y Gaza eran la misma ‘cosa’ y la victoria de Israel sobre Hamás la única garantía de que España no sea la próxima víctima del islamismo radical en el flanco sur de la UE. Algunos ciudadanos de a pie pensamos que nada tienen que ver ambos conflictos y hasta que Marruecos, aliado de Estados Unidos en el norte de África, representa una mayor amenaza para España que Hamás. 

En todo caso, viendo lo sucedido en Estados Unidos, donde va a ser investido presidente un delincuente convicto que amenaza con anexionarse territorios de otros países (si no llega a hacerlo no será por falta de ganas sino porque no le compensa el precio a pagar por ello), contemplando los padecimientos de los ucranianos y la muerte y desolación de los habitantes de la franja de Gaza, seres inmolados para librar guerras subrogadas y preservar la salud de las democracias, uno se pregunta dónde reside la superioridad moral de éstas. El Pentágono puso el grito en el cielo al detectar la presencia de 10.000 soldados norcoreanos combatiendo en Kursk junto al ejército ruso, olvidando que  más de 300.000 soldados surcoreanos combatieron salvajemente en la guerra de Vietnam junto a los soldados estadounidenses. 

Si bien es cierto que Rusia invadió Ucrania el 24 de febrero de 2022 y la terrible matanza perpetrada por Hamás el 7 de octubre de 2023 desencadenó la invasión de Gaza, algunos consideramos que los países democráticos podrían haber evitado ambas guerras de haber ofrecido seguridad al autócrata ruso y apostado de forma decidida por la solución de los dos estados en Palestina. Ambas guerras podrían, además, haberse detenido hace tiempo si el objetivo real de las democracias no fuera infligir todo el daño posible a las autocracias a costa del sufrimiento de ucranianos y palestinos. Y hasta podrían detenerse en pocas horas si Estados Unidos dejara de alimentarlas vendiendo sus armas y prestando asistencia logística y militar de todo tipo a los gobiernos de Ucrania e Israel, y los obligara a sentarse para buscar una solución negociada. Aunque no cabe esperar cambios significativos en la política estadounidense en Gaza, el hecho de que Trump no comparta la estrategia seguida por el presidente Biden para combatir al autócrata ruso nos acerca a encontrar una solución negociada a la “desastrosa carnicería” en Ucrania.

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