El club de los fascistas muertos está de celebración. Ayer conmemoraron el dulce fallecimiento en cama del mamarracho de Franco. Casi cincuenta años después y en enero, en lugar de en noviembre, ¡vaya por Dios! Quizá no repararon en esto: si lo que se pretendía era celebrar la llegada de la democracia a España, bastaba con atender a la historiografía más rudimentaria y actuar en consecuencia. Más que nada por respeto cronológico; aunque también para ahorrarnos el pavoroso enaltecimiento de la estupidez, y no hablo de la patética performance musical adicional, que estuvimos obligados a presenciar el resto de la ciudadanía.
Hablemos claro: al presidente Sánchez la democracia le importa un rábano. El evento, o el rosario de eventos —porque mínimo nos quedan 99 más por soportar—, surge para parchear corruptelas consumadas y presuntas, además de flaquezas gubernamentales de otra índole. Como, por ejemplo, su ineptitud para legislar sobre cualquier memez, por ordinaria e indiferente que pueda resultar, sin el beneplácito de los chamanes nacionalistas.
Recientemente leía a un antiguo profesor mío de la Complutense, Javier Zamora, advertir que considerar que el Estado c’est moi y la democracia aussi es el paso previo al totalitarismo. No quiero, y conociendo a Javier podría advertirles que él tampoco, emplear palabras gruesas; ahora, la deriva patrimonializadora de lo que es de todos existe, y el Partido Socialista es el mayor responsable.
Sería digno de admirar que los ciudadanos españoles tuviéramos un Gobierno que llama a las cosas por su nombre: a los pistoleros, pistoleros; a los fascistas, fascistas; y a los promotores de los ongi etorri —hoy más populares que nunca—, cómplices de la inmundicia con los que no se puede pactar ni el cobro de una herencia.
Marc Luque
En este momento toca acusar al partido de la oposición de fascista: “si no acuden a la conmemoración es que tienen un problema con la democracia, ya se sabe de dónde vienen”, espetaron tan panchos Sánchez y el faldero, domesticado a tiempo parcial, Puente.
Aquí ya nos topamos con dos falacias de manual. Primero, porque el Partido Popular, tal y como ha señalado Pablo De Lora, ya condenó el franquismo en el Congreso en 2002. Segundo, porque, de nuevo sin caer en las garras del deseo, entre los fundadores de los populares también se hallaban liberales antifranquistas. Ya hay que joderse para que un triste socialdemócrata tenga que verse en estas…
Pero es que no solo hay que esclarecerle esto al club de los fascistas muertos; asimismo, sería interesante que descubrieran, de una vez por todas, que la resistencia antifranquista fue casi exclusivamente comunista; los socialistas, tradición en la que me adscribo, en su mayoría, no asomaron cabeza durante la dictadura. Qué le vamos a hacer…
Para terminar, una sugerencia. Si realmente quieren combatir al fascismo y están preocupados por la oleada reaccionaria que acecha a Europa, empiecen por los fascistas vivos. Sería digno de admirar que los ciudadanos españoles tuviéramos un Gobierno que llama a las cosas por su nombre: a los pistoleros, pistoleros; a los fascistas, fascistas; y a los promotores de los ongi etorri —hoy más populares que nunca—, cómplices de la inmundicia con los que no se puede pactar ni el cobro de una herencia.
De no ser así, de operar abrazando el olvido discontinuo, se establece en el imaginario colectivo la perversa idea de que hay víctimas de primera y de segunda. Igualmente, de que hay fascistas buenos y malos; están los nuestros, los nuevos demócratas pluscuamperfectos, y los otros, a los que hay que perseguir una vez mueran sin aprietos.
Que resuenen hoy las trompetas del “viva la muerte” de Millán-Astray, celebrando el fallecimiento de alguien a quien no pretendemos honrar, como apuntó Iñaki Viar; antifranquista en los tiempos de Franco, exmiembro de ETA en sus orígenes y antinacionalista en tiempos nacionalistas, no es más que otra soberana estulticia, esta muy grave, a la que nos han habituado estos incompetentes que dicen representarnos.