Salvador Sostres (Barcelona, 1975) es un tipo que no ha venido al mundo a pasarlo mal. Se nota a vuelapluma; no es un devoto del azar y sí un amante del trabajo y la constancia. No vive autoflagelándose, disfruta de la paternidad y de les petits plaisirs, especialmente de reservar en los mejores restaurantes de la Ciudad Condal. Pero, después de aproximarme a él por primera vez, me atrevería a afirmar que es, sobre todo, una buena persona. Posee además aquella habilidad inherente a todos los sabios: relatar la cotidianidad con una precisión quirúrgica y sin palabrería agregada.
Preámbulo aparte, Salvador acudió a mi llamada y emprendimos una agradable conversación que, en teoría, no debía extenderse más de veinte minutos. Spoiler: duró una hora.
—Para calentar. ¿Cómo fue su infancia?
Rota en cierto modo, porque mis padres se separaron y enseguida padecí los estragos de una fractura familiar. Aunque, pensándolo bien, también fue definitoria: yo veía caminos que no me gustaban, que no eran malos, y enseguida intenté saber qué me gustaba. Una cosa que hice bien en la vida fue la carta a los Reyes Magos; la carta moral, si no es muy cursi decirlo así, me orientó en la vida.
—¿De dónde proviene su motivación para escribir?
Yo hablaría de don, no de motivación. Si eres una persona atenta, la observación de lo que no te gusta va atada a la de lo que sí. Entonces, me di cuenta de que escribir no solo se me daba bien, sino que también me gustaba. Don Manel, un profesor de lo que sería ahora la primaria, ya se lo advirtió a mi padre: “Este niño tiene talento”. Mis primeros textos fueron contra profesores y niños que no me caían bien.
Asimismo, considero que ser, desde bien pequeño, un asiduo en las tertulias de la mesa de los mayores me permitió asomarme antes de lo natural al mundo. Cuando dedicas tanto tiempo a hacer algo, lo normal es que acabes haciéndolo bien. De lo contrario, eres un negado.
¿El talento es suerte? Puede ser. Ahora, yo prefiero hablar de don, y mi único don es el de escribir y reservar mesa en los restaurantes.
Salvador Sostres
—Qué papel cree que ha jugado la suerte…
No, no, no, suerte no. Hay trabajo, esfuerzo y talento. ¿El talento es suerte? Puede ser. Ahora, yo prefiero hablar de don, y mi único don es el de escribir y reservar mesa en los restaurantes. Para todo lo demás, no valgo. En las cosas serias (amor, amistad y trabajo), la suerte no existe.
—Cambiando de tema, ¿le incomoda que le tilden de polemista?
Estoy muy contento de ser quien soy, con lo que escribo, con mi familia y amigos, y agradecido por lo bien que me ha tratado la vida. A mis cuarenta y nueve años, no me cambiaría por nada. Trabajar cara al público implica lidiar con la crítica y la incomprensión; es parte del negocio…
Complementé el primer texto con el reposo que da la madurez. No es que dediques más párrafos a explicar la realidad, es que uno se expresa sin chillar.
Salvador Sostres
—Leí hace algún tiempo que el único artículo del que no se siente orgulloso es el obituario a Joan Barril, ¿ha quedado satisfecho con su reedición una década después?
No tuve una relación satisfactoria con el primer obituario, ya que lo escribí rápidamente la noche de antes y nunca lo volví a leer. Además, durante un viaje en el AVE hacia el concierto de Joaquín Sabina, coincidí con Joan Manuel Serrat. Él, muy disgustado con mis afirmaciones, decidió poner fin a nuestra relación.
En cualquier caso, hace algunos días en una comida, mi amigo Guillem Cerdà me propuso escribir otro obituario y, como ya leíste, tampoco me salió bien. Sin embargo, complementé el primer texto con el reposo que da la madurez. No es que dediques más párrafos a explicar la realidad, es que uno se expresa sin chillar.
—¿Tiene algo que ver la paternidad en su cambio de actitud?
Claro que influye. Yo soy uno que escribe, pero sobre todo soy el padre de María. Ser padre te cambia la vida: primero, porque todo lo que escribes puede leerlo tu hija; segundo, porque escribo para ella. Lógicamente, ser padre te lleva a posiciones más conservadoras.
Mire, mi hija nació en 2011, y en aquel período descubrí que no tenía nada contra España. De hecho, comprobé que España me caía bien. Por eso le aconsejo que desconfíe de los que nunca cambian de opinión, de aquella gente que nunca busca conocer a personas mejores que ellos. Aquellos son los que verdaderamente reafirman su seguridad en base a un mundo trágico: el de la mediocridad.
Una vez Artur Mas me invitó a comer y me enseñó unas encuestas internas que anticipaban un batacazo electoral. En lugar de defender sus políticas económicas, optó por pulsar el botón del independentismo.
Salvador Sostres
—Dice que se reconcilió con España…
Una vez, allá por mayo de 2011, Artur Mas me invitó a comer y me enseñó unas encuestas internas que anticipaban un batacazo electoral. El entonces President, en lugar de defender sus políticas económicas y terminar los más de tres años que le quedaban de legislatura, optó por pulsar el botón del independentismo. Yo vi cómo nos embarcó en eso; vi que era una trampa y desperté de la ensoñación.
—A estas alturas, ¿sigue considerándose catalanista?
Sentirme, sentirme… yo me siento fundamentalmente padre y escritor. Me sentiría más cómodo con Barcelona, mi ciudad, el terreno que controlo. ¡No es que sea Don Ciccio! [reímos]. Antes te decía que España me cae muy bien; sin embargo, Cataluña me tiene harto.
—¿Pero usted no está contento con Illa?
Salvador Illa es lo mejor que le ha pasado a esta tierra en mucho tiempo.
—Así que la opción más razonable para un conservador es el PSC…
Solo digo que Salvador Illa es un tipo interesante. Como mínimo, no busca crear utopías que generan frustración y abren paso a la violencia. Intentar mejorar la vida de todos los ciudadanos no es una cuestión de izquierdas ni de derechas; es una cuestión de orden. Esto es como la seguridad: ¿es de izquierdas o de derechas? Pues no lo sé. Ada Colau creía que la seguridad era de derechas. Yo, sinceramente, considero que la principal causa de desigualdad es la inseguridad.
El señor Fernández nunca será presidente de la Generalitat.
Salvador Sostres
—¿Y dejando de banda la aritmética?
Estamos hablando del desodorante y la ducha; ya luego, si te gusta el perfume, es otra conversación. Algunos me dirán que prefieren a Alejandro Fernández, pero, como tenaz antiutópico, opto por Illa porque el señor Fernández nunca será presidente de la Generalitat.
—Es curioso: defiende a Illa en Cataluña y a Ayuso en Madrid.
¡Pues claro! Tú vas a Madrid y el espíritu de Madrid es Ayuso: el libre comercio, poca carga impositiva, promoción de la iniciativa privada, la libertad y el respeto a los demás. Esa comunidad sí está preparada para transitar a mundos muy superiores; nosotros venimos de estar en quiebra técnica. El trabajo de Illa y Ayuso es extraordinario. Lo que pasa es que esto lo entiendo yo y cuatro más.
Si hablamos de querer algo que constituya un acto espiritual e intelectual a través de la gastronomía, la única opción es Enigma.
Salvador Sostres
—Para acabar. Recomiéndeme un restaurante en Barcelona.
Enigma de Albert Adrià, y esto no admite discusión. Nosotros tenemos la suerte en Barcelona de contar con el mejor chef del mundo. Todo lo demás es orgánico. Yo quiero mucho a Etxebarri, pero estamos hablando de cosas orgánicas que se comen y bon profit. Si hablamos de querer algo que constituya un acto espiritual e intelectual a través de la gastronomía, la única opción es Enigma.
Para pasarlo muy bien, también recomendaría el hotel NH Constanza y a su chef Roberto Ruiz. Otra opción sería el Nobu, en la horrorosa plaza de los Països Catalans, planta veintitrés. Allí disfrutará del mejor sushi chef de España, Matías Santangelo. Él le hará los nigiris uno a uno; procure no pedir nada, disfrutar y regalarle una buena botella de vino a Matías. Eso es mágico, es acojonante.
