Aunque el 21 de abril suele pasar desapercibido, durante siglos no fue un festivo más en Cataluña. El motivo tiene raíces religiosas, sí, pero también una pizca de pragmatismo político: un rey decidió alargar la celebración de la Pascua… y la cosa cuajó.
Orígenes
La historia se remonta a la época de la Corona de Aragón, concretamente al reinado de Pedro IV el Ceremonioso (siglo XIV). Este monarca, célebre por su formalidad y su afición a los rituales, decretó que la Pascua debía celebrarse no solo con una jornada de fiesta, sino con un ciclo festivo más largo. Así nació lo que se conoce como la «Pascua Granada», que se festejaba el lunes siguiente a Pentecostés, es decir, 50 días después del Domingo de Resurrección.
Pero lo curioso es que, en Cataluña, este impulso por alargar la Pascua acabó desplazando parte de la celebración a una fecha concreta: el 21 de abril, que se utilizó como festivo puente en algunos años y fue adoptado en distintos momentos como festivo oficial o semi-oficial.
Buenas intenciones
La intención del rey era clara: permitir que el pueblo —y por supuesto, también la nobleza y el clero— pudiera disfrutar de un periodo más largo de descanso y festividad tras la Semana Santa. En una sociedad profundamente religiosa, esto servía tanto como elemento de cohesión social como de afirmación del poder real. Además, hay indicios de que en algunas ciudades, como Barcelona o Vic, el día 21 se integró en celebraciones locales ligadas a ferias, procesiones y mercados.