Europa no atraviesa su peor crisis por culpa de la inflación, de la guerra en Ucrania o del impacto de la inteligencia artificial. La raíz del problema, según Josep Miró i Ardèvol, es mucho más profunda: una crisis moral que ha vaciado al continente de sentido, de comunidad y de virtudes compartidas.
Decadencia moral
En una columna de opinión crítica y provocadora, Miró sostiene que “Europa ha perdido el norte moral”, incapaz ya de distinguir entre el bien y el mal, mientras se entrega a “resoluciones sobre derechos y más derechos” sin preguntarse de dónde provienen. Denuncia que el bien común ha sido sustituido por discursos huecos y narcisistas, y que la cultura europea ha pasado de Aristóteles al coaching, de la virtud al deseo.
Citando a pensadores como Alasdair MacIntyre, Charles Taylor y Christopher Dawson, el autor advierte que sin una base espiritual sólida ninguna civilización puede sostenerse. Y Europa, afirma, ha renunciado a su herencia cristiana, sustituyéndola por símbolos identitarios de moda y por nuevas formas de censura disfrazadas de tolerancia.
El auge iliberal
Miró considera que la reacción que recorre Europa —a menudo etiquetada como “iliberal” o “populista”— no responde al odio, sino a una “orfandad” moral. Una sociedad que ya no se reconoce en sus instituciones ni en sus élites, señala, lanza gritos de auxilio mientras los dirigentes celebran congresos sobre resiliencia emocional y los ciudadanos se refugian en el entretenimiento.
Pese a todo, el autor deja abierta una puerta a la esperanza: “Quizás todavía estamos a tiempo, si recuperamos la memoria de lo que nos hizo grandes”. Y si no, concluye con ironía, “siempre nos quedará Ikea”.