S’ha Acabat como síntoma

"Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie" dejó escrito Giuseppe Tomasi di Lampedusa en El Gatopardo. En Cataluña parece que ni siquiera es necesario ese simulacro de cambio para mantener el status quo impuesto durante décadas por un nacionalismo que ya no tiene la mayoría

Estudiantes de S'ha Acabat posan ante la carpa de la entidad en la Fira d'Entitats celebrada en la UAB.
Estudiantes de S'ha Acabat posan ante la carpa de la entidad en la Fira d'Entitats celebrada en la UAB.

“Dicen que nos echaron, pero aquí estábamos”. Los jóvenes de S’ha Acabat han vuelto esta semana, como cada año, a la Fira d’Entitats de la Universidad Autónoma de Barcelona. Pese a las amenazas de los grupos “antifascistas” y el veto del rectorado universitario, que alega que los jóvenes de la entidad constitucionalista “van provocando” con sus banderas española. 

Nunca he sido de banderas, ninguna. Me enseñaron a verlas como un trapo que en la mayoría de las ocasiones solo trae problemas, y ahí sigo. Pero más allá de los símbolos y sus significados, que el rectorado de la UAB señale a las víctimas como responsables de los incidentes dice muy poco de las autoridades universitarias. ¿Qué hubieran hecho esos mismos responsables hace décadas, si las rechazadas hubieran sido las mujeres? ¿O un grupo racializado (para idear eufemismos son los mejores)? Quizá soy malpensada y también en esos casos hubieran argumentando simplemente que no podía garantizar su integridad para evitarse el problema, vaya usted a saber.

Pero puestos a respetar la diversidad, hagámoslo también con la diversidad de ideas. Defender sólo un color, solo una idea, solo un grupo, es lo más parecido al fascismo que puedo imaginar. Toda una paradoja que quienes exhiban esos comportamientos se autodenominen antifascistas. Una etiqueta que sirve para decidir quién puede hablar en la universidad.

Que una entidad como S’ha Acabat siga en pie, incomodando a unas autoridades decididas a que nada cambie, es digno de elogio. «Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie» dejó escrito Giuseppe Tomasi di Lampedusa en El Gatopardo. En Cataluña parece que ni siquiera es necesario ese simulacro de cambio para mantener el status quo impuesto durante décadas por un nacionalismo que ya no tiene la mayoría.

El procés fue derrotado en las ultimas elecciones autonómicas. No solo por el PSC, no se equivoquen. También por la suma de los 15 escaños del PP mientras se mantenían invariables los 11 de Vox. Pero S’ha Acabat tiene que acudir a los tribunales para poder existir el una UAB tomada como una propiedad privada y exclusiva por el independentismo.

Recordar que las calles nunca fueron suyas, pero ahora lo son menos, sigue molestando en unas instituciones civiles poco dadas al cambio. Poco importa si son políticas, universitarias o colegiales. Que se lo pregunten a Alex Ramos, expulsado del Colegio de Médicos por defender una postura política que se sale del mainstream nacionalista.

No es la única mochila procesista del sector sanitario. Uno de cada tres médicos que atienden a niños en los centros de primaria catalanes no tiene la especialidad de pediatría. Lo denunció esta semana la Asociación Española de Pediatría. ¿Se imaginan que uno de cada tres ginecólogos, o cardiólogos, no lo fueran realmente? El problema para una parte de la sociedad catalana sigue siendo, sin embargo, la “discriminación lingüística en el ámbito sanitario”.

Es decir, el problema no es que no tengan la especialización en pediatría, o no haya sido homologada por la sanidad española, sino que no hablen catalán. Aunque en este caso podemos intuir, sin temor a equivocarnos demasiado, que el catalán se ha convertido en la vara de medir -y excluir- de una sociedad que se ha pasado años asegurando que “volem acollir” y ahora descubre de la mano de Sílvia Orriols que a lo mejor no somos tan acogedores.

Al fin y al cabo, el conocimiento del catalán es la vía más directa para distinguir a un médico formado en Cataluña de uno que haya estudiado en Murcia, Venezuela o Uruguay. O a un taxista. No parece probable que Tito Álvarez, líder de Élite Taxi, se haya convertido en el nuevo paladín del catalán por una revelación del maestro Pompeu Fabra. Más bien tiene pinta de que ha visto en la exigencia de esta lengua la vía rápida para excluir a los inmigrantes que copan cada vez más licencias de taxi explotadas a costa de  subcontratados que aceptan condiciones inasumibles para un español. 

Lo entiendo. Es más fácil, y más simpático, señalar la lengua que el color de la piel. Solo le veo un fallo a este plan infalible: que al final el catalán acabe resultando tan antipático como un examen de reválida. Útil para obtener papeles, listo para ser dejado después en el cajón. El mismo cajón en el que debería olvidarse ya esa visión unidimensional e inamovible de la catalanidad que sigue queriendo imponer el nacionalismo. Se puede ser catalán de muchas maneras, y está bien que S’ha Acabat lo siga recordando. 

Iva Anguera de Sojo
Iva Anguera de Sojo
Periodista especializada en política, he pasado por ABC, la Delegación del Gobierno en Cataluña y El Independiente. Ahora en el Consejo de Betevé y colaborando con diversos medios.

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