A base de firmar órdenes ejecutivas, Trump ha aprobado una nutrida batería de medidas sin contar con el Congreso y el Senado que bordean la legalidad en muchos casos y han sentado las bases del nuevo desorden mundial que es, según el presidente estadounidense, la antesala de una edad dorada para los Estados Unidos. Con su febril activismo, este felón convicto ha conseguido en dos meses acaparar un protagonismo mundial inusitado, algo muy importante para un megalómano irredento; meter el miedo en el cuerpo a quienes habían sido socios y aliados de Estados Unidos desde la II Guerra Mundial, cual Saturno devorando a sus hijos; dar cuerda a Putin en Ucrania sin obtener a cambio un alto el fuego; y, por último, aumentar la presión sobre la República Popular China (China), su gran rival militar y económico.
El día de la liberación
El 2 de abril, bautizado por Trump como Día de la Liberación, llegó y el presidente apareció arropado por una audiencia entregada en la rosaleda de la Casa Blanca para recibir de manos de Lutnick, su secretario de Comercio, las tablas de la nueva ley arancelaria con las que Trump pretende castigar a todos los países que han venido engañando y aprovechándose de la buena fe de los Estados Unidos durante décadas. Al escuchar el discurso de Trump uno tiene la impresión de encontrarse, no ante el presidente de un gran país que expone con claridad los supuestos agravios padecidos y justifica con un mínimo de seriedad las medidas adoptadas, sino ante un charlatán de feria que habla sin pausas, se repite, pasa de un tema y un país a otro tratando de confundir a la audiencia presentando como evidencia unas cifras inventadas para la ocasión. ‘Fake numbers’, parafraseando una de sus expresiones favoritas: ‘fake news’
Lo más preocupante del asunto es que haya personas dispuestas a inventarse las cifras empleada por el presidente para justificar las “tarifas recíprocas” aprobadas y tantos millones de estadounidenses le crean y respalden su iniciativa con tanto entusiasmo pese a no contar con otro respaldo científico que la palabra de Trump. Como buen megalómano, el 2 de abril de 2025 -dijo- pasará a formar parte de la historia de Estados Unidos como el día de la Declaración de la Independencia Económica, una fecha comparable con aquel 4 de julio de 1776 en que el Congreso Continental integrado por las 13 colonias aprobó la Declaración de Independencia de Gran Bretaña.
Los lectores más atentos habrán notado una importante diferencia entre ambas: la declaración de Independencia fue aprobada por el Congreso de las trece colonias en tanto la independencia económica ha sido aprobada mediante una orden ejecutiva del presidente, hurtando al Congreso su potestad de “regular el comercio exterior, imponer aranceles e ingresar la recaudación”. Para ello, Trump ha invocado la Ley de Poderes Económicos en Emergencia Internacional (International Emergency Economic Powers Act) de 1977 contemplada para afrontar “amenazas inusuales y extraordinarias” procedentes del exterior. Y es que para Trump, los abultados déficits comerciales de Estados Unidos constituyen una “emergencia nacional” con entidad suficiente como para atribuirse poderes económicos previstos para afrontar emergencias internacionales. Tomen buena nota esos analistas de brocha gorda que defienden sin cualificaciones las virtudes democráticas de los países occidentales frente a las autocracias.
El mundo según Trump
La visión del mundo y el plan maestro de Trump para enderezar la economía estadounidense y reforzar la seguridad son bastante simples y fáciles de comprender hasta para los sindicalistas del sector automovilístico (UAW) y transporte (International Brotherhood of Teamsters) invitados y protagonistas del acto en la Casa Blanca. El crecimiento de las economías europeas, Japón, Corea y Taiwan tras la II Guerra Mundial y el asombroso milagro económico protagonizado por China (y otros países del sudeste asiático) desde los años 90 del siglo pasado han aumentado la dependencia económica de Estados Unidos y constituyen una amenaza a su hegemonía militar y económica. Para contrarrestar la dependencia exterior, Trump quiere que se produzcan en Estados Unidos una buena parte de los bienes importados actualmente desde otros países y confía en que la imposición de elevados aranceles a las importaciones y la depreciación del dólar encarecerán las importaciones y favorecerán la producción local y las exportaciones. Finalmente, el presidente no descarta emplear cualquier otro medio a su disposición, incluido el uso de su poderío militar, para hacerse con el control de recursos estratégicos en Ucrania y Groenlandia, convertir a Canadá en el Estado número 51 de la Unión y controlar vías marítimas estratégicas como el canal de Panamá y las rutas en el Ártico.
A los estadounidenses, Trump les promete un futuro dorado que contempla la recuperación de la producción y los empleos en la agricultura y la industria, dos sectores expoliados por “líderes extranjeros que nos han robado nuestros puestos de trabajo, extranjeros tramposos que han saqueado nuestras empresas y buitres extranjeros que han destruido nuestro, una vez hermoso, sueño americano”. A casi nadie puede sorprenderle escuchar a Trump responsabilizar a los extranjeros de los problemas económicos de Estados Unidos. Lo que sí resulta más sorprendente es que prometa también mayor competencia y precios más bajos. En algún momento de debilidad, Trump ha admitido que los nuevos aranceles van a elevar los precios a corto plazo, una observación con la que cualquier experto, incluido el presidente de la Reserva Federal concordaría, pero nadie salvo los seguidores más obtusos de Trump contempla que la mayor protección vaya a intensificar la competencia y reducir los precios a medio plazo. Los productos se importan cuando hacerlo resulta más barato que producirlos y esa situación sólo puede empeorar si las empresas locales están protegidas de la competencia exterior y el aumento de la producción local calienta el mercado laboral y eleva los costes salariales.
China y la UE
Que nadie busque explicaciones a unas medidas que van a frenar la economía mundial y debilitar las economías de todos los países como sugieren las fuertes caídas en la valoración de las empresas en todos los mercados bursátiles, incluidos los estadounidenses. Me atrevo a afirmar que los “aranceles cargados a Estados Unidos incluyendo la manipulación del valor de su moneda y las barreras no arancelarias” por el resto de países se han calculado con el mismo rigor empleado por el presidente Sánchez en España para establecer la condonación de deuda autonómica o el reparto de inmigrantes entre las Comunidades Autónomas. Aranceles, depreciación del dólar y control de recursos estratégicos y vías marítimas son las armas con las que Trump quiere al mismo tiempo fortalecer la posición negociadora de Estados Unidos, debilitar la economía de cualquier otro país, no importa si aliado o adversario y doblegar a sus líderes para que acepten sus exigencias.
Los aranceles de 2017 a China, mantenidos por la Administración Biden, se han dejado notar y las tasas de crecimiento del gigante asiático se han moderado considerablemente en los últimos años y no sólo por la pandemia. El gobierno chino ha respondido de inmediato estableciendo a su vez aranceles del 34 % a las importaciones procedentes de Estados Unidos y prohibiendo a algunas de empresas estadounidenses operar en China. Por su parte, Trump ha dejado abierta la puerta a reducir los aranceles recién anunciados a cambio de que Pekín se avenga a venderle TikTok. Ocurra lo que ocurra en las próximas semanas, los nuevos aranceles van a obligar a Pekín a revisar su modelo de crecimiento excesivamente centrado y dependiente del aumento de las exportaciones y este cambio de orientación de su modelo de crecimiento puede resultar muy beneficioso a medio plazo.
En peor situación se encuentra la UE, carente de voz propia en la escena internacional e incluso en Europa, con su economía prácticamente estancada y algunos países como Alemania al borde la recesión desde hace varios trimestres. La aprobación por Trump de los “aranceles recíprocos” va a asestar un golpe importante a las exportaciones y empeorar aún más las expectativas de crecimiento de la UE para 2025, cuyas instituciones se muestran más desorientadas si cabe de lo habitual. Sefcovic, comisario de Comercio de la UE, se ha limitado a indicar que intentará encontrar una solución negociada y va a pedir explicaciones a su homólogo estadounidense sobre la metodología empleada para el cálculo de las tarifas recíprocas. A buenas horas.
Esperemos que la respuesta de la UE vaya más allá de comprometerse a comprar más gas licuado a Estados Unidos y reducir los aranceles a los vehículos allí producidos para aplacar la ira de Trump. Al igual que a Pekín, a Bruselas se le presenta también la oportunidad de diseñar una política genuina y ambiciosa que contemple el acercamiento a la inmensa Rusia y el entendimiento comercial con la populosa China. Estados Unidos es un importante mercado de 347 millones y los aranceles decretados por Trump van a tener un impacto negativo en la UE, pero el resto del mundo constituye un gigantesco mercado de cerca de 7.850 millones donde se encuentran las mayores reservas energéticas y recursos minerales del planeta. El cambio de escenario nos abre la puerta a explorar nuevas alianzas políticas y comerciales que refuercen la economía de la UE y nos liberen de la tutela política y el chantaje al que el amigo ‘americano’ quiere someternos. ¿Estarán a la altura?