Carles Puigdemont, el president del 1 de Octubre, el único y verdadero líder del independentismo catalán, se ha convertido finalmente en un personaje del túnel de los horrores. No lo dicen desde Vox ni el PP. Ni siquiera desde las filas del PSC o ERC, aunque sea a escondidas. Quien ha convertido a Puigdemont en personaje del túnel de los horrores es una entidad tan nostrada como el Cabró Rock, organizadores de uno de los festivales de música catalana con más éxito de los últimos años.
Tanto, que este 2025 han optado por multiplicarse y convocar una segunda cita en Montmeló, el 1 de noviembre, coincidiendo con la festividad de la Castanyada que da nombre al festival. Los asistentes no solo disfrutarán de un cartel digno de la ANC, encabezado por Oques Grasses -los mismos que amenizaban la espera en el Parque de la Ciudadela cuando Quim Torra animaba a las masas independentistas a tomar el Parlament en protesta por las maniobras del pérfido Estado Español-.
También tendrán una oferta de actividades culturales para justificar su propuesta de convertirse en la “gran diada de la cultura catalana”. Castells, gigantes y sardanas, amén de talleres de confección de panallets para que no nos olvidemos del objetivo último en un festival en el que solo actúan grupos que cantan en catalán. Y ahí es donde entra Puigdemont. Precisamente en la única concesión del festival al Halloween que ha colonizado sin piedad la celebración del día de los muertos.
“Para completar este nuevo concepto” reza el programa explicativo de los organizadores, el recinto del festival contará con “atracciones tematizadas en clave catalana como un burro catalán mecánico, un calçot giratorio o el túnel del terror con los personajes más míticos de la historia de Cataluña”. Entre ellos, cómo no, Puigdemont. No sabemos todavía si el expresident intentará aterrorizar a los incautos visitantes del túnel con una puesta en escena tipo Houdini -ahora me ves, ahora no me ves- emulando sus grandes fugas; o blandirá ante los incautos visitantes la imagen de Miriam Nogueras con cara de pocos amigos y alzando dos dedos para marcar un ‘no’ de los siete diputados de Junts en el Congreso.
Mientras el Cabró Rock formalizaba la entrada de Puigdemont en el Hall of Fame de la Cataluña catalana, Salvador Illa daba lecciones de buena educación Madrid. Una clase magistral en el Círculo de Bellas Artes para anunciar al empresariado capitalino que Cataluña ha vuelto “con la movilización de recursos más ambiciosa desde 2010”. Se trata del Plan Cataluña Lidera, una promesa de 18.500 millones de euros en inversiones que recuerda peligrosamente a las promesas del tripartito de José Montilla y su herencia de arcas públicas quebradas. Es de esperar que, esta vez sí, Illa tenga atada una mejora de la financiación autonómica que sustente tanto gasto, o se habrán puesto las bases del próximo procés.
Ajenos a la historia, ni siquiera la reciente, los medios catalanes se ufanan en señalar las respuestas fuera de tono de Isabel Díaz Ayuso a la conferencia de Illa para convenir, como no, que aquí las cosas van por otros derroteros. La educada sobriedad de Illa frente al “me gusta la fruta” de Ayuso. Parece que nadie recuerda ya que tuvimos a un president de la Generalitat que utilizó el atril del Parlament para recriminar al líder de la oposición que “su cinismo regalima (chorrea de modo aceitoso) por la escalera noble del Parlament». El president era Torra, y el líder de la oposición, Miquel Iceta. Imposible obviar el tufo a ataque personal por la condición sexual del socialista.
Por no insistir en los plantones del propio Torra, Pere Aragonès, Ada Colau y un largo etcétera al Rey Felipe VI. O la ocasión en la que el muy pulido Roger Torrent reventó el acto de Sant Raimon de Penyafort en el Colegio de Abogados aprovechando su papel institucional con acusaciones de prevaricación contra los magistrados allí presentes. Pero Ayuso y tal…
