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La vida en bruto

«Tardes de soledad es un bien disruptivo precisamente por su equilibrio elemental. Muestra la lidia como lo que es: una actividad ritualística y sacrificial de una complejidad inapelable»

Roca Rey
Roca Rey sometiendo al toro / X.

Tardes de soledad es un bien disruptivo precisamente por su equilibrio elemental. Muestra la lidia como lo que es: una actividad ritualística y sacrificial de una complejidad inapelable. Reducir la tauromaquia a un mero regocijo en el sufrimiento del animal es, sencillamente, no comprender el fenómeno.

Albert Serra ha conseguido llevar a la gran pantalla una obra sublime. Ajena a la hojarasca de la moralina altisonante, el bañolense demuestra una vez más su extraordinaria capacidad como retratista. Sabía que tenía entre manos una misión ardua: capturar una actividad artística que desafía la formalidad; capturar, en definitiva, en sus propias palabras, “la vida en bruto y no una estilización de la vida”.

Quizá parte del éxito resida en la impecable esfera audiovisual que reina en la película. Quizá sea mérito de Andrés Roca Rey, con quien apenas cruzó palabra y cuya opacidad de pensamiento hipnotiza al resto de los mortales. Quizá la autenticidad de la cuadrilla. No lo sé. Lo que sí sé es que Serra, culto y habilidoso como pocos, vuelve a salirse con la suya. La tauromaquia podrá despertar en ustedes fervor o rechazo, pero discutir su profundidad sería, cuanto menos, sonrojante. Como acertadamente escribió Arcadi Espada: “La crónica que filma Serra prescinde de toda belleza que no sea fortuita”. Y no seré yo quien le contradiga. En el contrapunto, en la verdad sin adornos, radica su mayor fortaleza.

No se trata aquí de debatir el estándar moral que atribuimos a un toro, como pretendía Pep Prieto en Cafè d’idees.El juego al que nos invita Serra es otro: saborear las heridas del vivir, no segregar entre personas morales y amorales. Como si tal división fuera posible. Alejado de toda somnolencia posmoderna, a diferencia de Prieto, Serra nos recuerda que la ética burguesa ya no consagra la armonía. El genio artístico no es el arquetipo de sujeto uniformizado que nos venden, sino, nada más y nada menos, un individuo superior que vive a calzón quitado. De ahí la diferencia entre Roca Rey y algunos premiados en la Gala de los Goya, como señaló Serra frente a Albert Om. Uniformidad versus rebeldía.

Curiosamente, la crítica antitaurina de corto alcance intelectual que se vierte sobre su obra, en palabras de mi admirado José Antonio Montano, es garantía ontológica, estética y moral de la supervivencia del toreo. Y no deja de tener gracia que los puritanos anti-todo, adalides del buen pensar, vean en la tauromaquia lo mismo que algunos amigos míos en la alta cocina: una estafa enormemente agresiva, desprovista de valor y no romantizable. “No hay poesía en el toreo”, como tampoco la hay en la guerra, sostenía implícitamente Prieto. Y un carajo, dígaselo a Goya…

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