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El antimilitarismo progre y los problemas de España

El desafío de la defensa europea: España ante la nueva realidad geopolítica y la urgencia de reforzar su seguridad

El antimilitarismo progre y los problemas de España
Sánchez con Zelenski en la cumbre de Múnich / X.

La patada al tablero que ha dado Trump, en relación con el tema de la defensa, advirtiendo que cada Estado –y se refería a los europeos – ha de ocuparse de la suya sin esperar a que sea USA quien le saque las castañas del fuego si llega el caso, ha sido una brusca ducha de realidad.

Las reacciones no se han hecho esperar, y se teme por el futuro mismo de la OTAN, pero, sobre todo, por las consecuencias económicas que para los Estados afectados tiene el anuncio, que va acompañado de la expresa advertencia de que todos tienen que aumentar substancialmente la partida presupuestaria destinada a la defensa, lo cual afecta especialmente a los que proporcionalmente gastan menos en esa materia, como sucede con España.

Fácil es comprender que no es posible aumentar una partida presupuestaria sin reducir otras, y, por lo tanto, si crece el gasto en defensa deberán reducirse otros. Como quiera que eso es inevitable ya han aparecido los argumentos en contra de esa posibilidad, arguyendo que el incremento del gasto militar sería a costa del gasto social en todas sus dimensiones (ayuda, protección, educación, sanidad), lo que en modo alguno se puede aceptar porque supondría el fin no ya del Estado del bienestar, sino del Estado social.

La preocupación y la protesta son, sin duda, comprensibles, como lo son también el pacifismo, la objeción a las armas y el antibelicismo. Pero esas legítimas posiciones no pueden ser la respuesta a una situación real e insoslayable en la que se trata de asumir la necesidad de defenderse, en primer lugar, y de ser solidarios con el grupo de Estados con los que se quiere compartir políticas y objetivos sociales y económicos, que son los Estados miembros de la Unión Europea. La idea de que es posible hacer rancho aparte es, simplemente, ingenua o frívola.

«España tiene el deber y la necesidad de estar preparada para defenderse, y la creencia de que los problemas bélicos solamente se producen en otros lugares es un grave error.«

A esa importante consideración se añaden, en paralelo, otros planteamientos que merecen diferente valoración, y que se pueden resumir en algunas “líneas de pensamiento”, de las que destacaría – asumiendo el riesgo de equivocarme – el antiatlantismo y el antimilitarismo. Se trata, por supuesto, de posicionamientos ideológicos, por más que se parapeten en el importante argumento de la necesidad de preservar el gasto social, y, por ese camino se deja sin respuesta la cuestión de fondo, como si la terapéutica del desprecio tuviera cabida ante un problema tan grave.

En nuestro país abundan los que manifiestan su antimilitarismo y su rechazo a cualquier guerra, y sostienen eso como si a los demás le complaciera la perspectiva de una guerra. Es sabido que buena parte de los votantes de esa extraña izquierda que se ubica junto al PSOE desearían la desaparición de las bases norteamericanas y la prohibición de que naves o aeronaves militares de cualquier nacionalidad utilizaran puertos o aeropuertos españoles. Sin entrar en la debilidad argumental en la que se apoyan, esas son posturas ajenas a la dura realidad del mundo que nos rodea.

No vale la pena detenerse en el antimilitarismo de los independentistas, pues su problema es otro y sobradamente conocido: la no aceptación de la existencia de España, y, por lo mismo, su ajenidad al problema de la necesidad de defenderse. Los independentistas catalanes exigen –y antes o después Sánchez se lo concederá– que en territorio catalán no haya una sola representación de las Fuerzas Armadas españolas -tampoco de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, lo cual es igual de grave-. Pero no son antimilitaristas, y basta recordar las noticias sobre los cálculos que en medios del procés se hicieron para evaluar el coste que para una Cataluña independiente supondría el necesario aparato militar, sin olvidar la insigne sandez, atribuida a Mas, que fue la idea de pactar con la República francesa la inclusión de Cataluña en su sistema de defensa, lo cual dio lugar a que en Francia se rieran hasta las estatuas. A la necedad se unía la falta de memoria histórica (tan cara a los independentistas, debidamente desfigurada) olvidando el absoluto fiasco y las consecuencias que tuvo la decisión promovida por Pau Clarís de colocar a Cataluña bajo la protección de Luis XIII, cuñado de Felipe IV de España. Pero de ese interesante episodio, profundamente manipulado por los historiadores indepes no puedo ocuparme ahora.

«Sorprende la indiferencia con la que Partidos que están en el Gobierno, directa o indirectamente, valoran el problema de la necesidad de defenderse como si se tratara de un problema imaginario»

El antibelicismo y antimilitarismo de parte de la izquierda española tiene sus propias explicaciones históricas, que van desde los cuartelazos del siglo XIX a la experiencia de la Guerra Civil y la subsiguiente dictadura de Franco. Pero esa supuesta justificación no tiene en estos momentos sentido, pues estamos ante problemas de una gravedad como nunca pudieron pensar las actuales generaciones, y, ante eso , es irresponsable esperar que el necesario aumento del gasto en defensa vaya a conseguirse a través de la solidaridad europea, como parece pretender Sánchez, esperando que los demás Estados de la UE sean “comprensivos” con su problema personal que es el de la imposibilidad de que el paquete de socios de su coalición, de la que depende su sillón, acepte el aumento del gasto en defensa.

Sorprende la indiferencia con la que Partidos que están en el Gobierno, directa o indirectamente, valoran el problema de la necesidad de defenderse como si se tratara de un problema imaginario, o, peor aún, como si no fuera suficiente la pertenencia a la OTAN y los tratados de cooperación con EEUU. Parece que el cambio habido en la Presidencia de USA no tiene especial transcendencia, y que no hay razón alguna para incrementar la preparación para un conflicto bélico. Ni siquiera se respeta la vieja máxima si vis pacem para bellum como si no fuera necesario tomar medida alguna.

En el plano europeo, visto lo visto, es obligado disponer de un ejército europeo capaz de enfrentarse a los delirios expansionistas de Putin, que no terminarán en Ucrania, como bien saben o temen las Repúblicas bálticas y Suecia o Finlandia. Y esperar que de eso se ocupen los EEUU, ahora que Trump y Putin han iniciado un macabro idilio que puede ser el preludio de un drama universal, es, simplemente, suicida. Y nunca como ahora se hace imprescindible la unidad de Europa, aunque no alcance a todos los Estados, pues en algunos – el tiempo lo dirá – puede primar su necesaria subordinación a EEUU (caso del Reino Unido) o su fascinación por Trump (la Italia de Meloni).

La situación de España merece su propio examen. Solo ignorando la realidad y la historia se pueden desconocer las ambiciones marroquíes sobre Ceuta y Melilla, e incluso, sobre las Islas Canarias.  Por si fuera poco, hay que añadir la creciente proximidad entre USA y Marruecos, que se traduce en la instalación de bases americanas en su territorio, además de suministros militares de toda índole, a los que se añaden las ventas de modernas armas de Israel a Marruecos. La animadversión marroquí hacia España no se corrige por mucho que el lenguaje diplomático se refiera una y otra vez a los vínculos “fraternales” entre las dos naciones. Muy al contrario, la tensión y la violencia han estado presentes desde la Primera Guerra hispano-marroquí (1859-60) hasta la “marcha verde” (invasión del Sahara español) en 1976.

No hay razón alguna para suponer que, en caso de una agresión marroquí, España contaría con la ayuda de EEUU o de la OTAN, y es insensato dar por supuesto que ese riesgo no existe, tan insensato como creer que la sed imperialista de Putin se satisface con tragarse un pedazo de Ucrania.

Los Estados europeos han entendido el problema, pero todo apunta a que en España todo ha de ser diferente.  Sánchez se esfuerza en presentarse con el último y gran referente de la izquierda en una Europa en la que se suceden los avances de los Partidos de extrema derecha, pero eso no sirve de nada, salvo el cultivo de su imagen personal, porque el primer problema de Europa es reforzar su unidad política y económica y construir, con el esfuerzo de todos, un sistema común de defensa.

Si España se viera en el trance de afrontar una agresión del “querido vecino del sur”, que ojalá no suceda, solo podría contar con sus propias fuerzas, que deben ser incrementadas y modernizadas, y, en ningún caso, debería de confiar en ayudas de terceros, especialmente, la de USA.

Y llegamos así al punto inicial, resumido en una afirmación y una pregunta sencilla pero inevitable. España tiene el deber y la necesidad de estar preparada para defenderse, y la creencia de que los problemas bélicos solamente se producen en otros lugares es un grave error. Pero ¿está la sociedad española dispuesta a asumir sus problemas con coherencia y responsabilidad? Cuesta responder, sobre todo cuando en la gobernación del Estado participan fuerzas, grandes o pequeñas, para las que todo lo que afecte negativamente a la paz y a la integridad de España les suena a música celestial.

Si a eso se suma, de un lado, la rancia actitud “progre” antimilitarista y, de otro, la estulta cerrazón en contra del incremento del gasto militar “porque no es necesario”, o porque puede perjudicar los peronistas programas de un sector del Gobierno, el panorama se llena de nubarrones.  

Gonzalo Quintero
Gonzalo Quintero
Catedrático de Derecho Penal y Abogado

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