De todas las políticas puestas en marcha por Donald Trump la que ha encontrado, y seguirá encontrando, mayor resistencia, y no solo en las filas demócratas, es la de reducir drásticamente el gasto público. Ello implica auditar en que se gasta, no solamente para visualizar y cambiar las políticas desarrolladas, que también, sino por el mero hecho de reducir el gasto público con el objetivo de reducir la inmensa deuda pública de EE. UU. Un objetivo en sí mismo si se quiere hacer competitivo y sostenible el estado del bienestar occidental frente al envite de los BRICS. No se trata solo de competitividad sino, principalmente de solidaridad, con las generaciones futuras. Sostenibilidad y despilfarro son conceptos incompatibles.
DOGE, liderada por Elon Musk, tiene facultades meramente auditoras. Ninguna facultad ejecutiva a pesar de lo que podemos leer y escuchar en los medios. Y lo primero que se pide al auditor es la independencia de los entes auditados. Sus primeras revelaciones son muy escandalosas por a quién van destinados los fondos públicos, el nulo control de su ejecución y su sesgo político. De ahí la reacción virulenta contra Elon Musk que ha aplicado técnicas de control del gasto propias de la empresa privada, incluyendo la reducción de personal. Y es una reacción lógica y seguro que prevista. Solo dos ‘políticos no profesionales ‘como Trump y Musk pueden osar enfrentarse con la burocracia, con la corrupción y despilfarro inherentes al sistema. Por desgracia los políticos de profesión, de izquierdas, pero también de derechas, son muy amantes del estado, al fin y al cabo la fuente de su poder. Tampoco debe extrañar la reacción de los medios convencionales al ponerse al descubierto financiación oculta con fines partidistas.
Las resistencias van a ser muchas, porque hay millones de personas que viven del despilfarro, la corrupción y el amiguismo. Y la única forma de obtener resultados, sin duda mucho menores de los anunciados, es actuar con rapidez y máxima determinación como bien sabe Musk.
«Ya sabemos que el gran déficit de la democracia es la falta de incentivos para políticas cuyos resultados vayan más allá de las siguientes elecciones.»
En España los partidos del Gobierno criminalizan la iniciativa, por evitar el contagio y para desgastar a la oposición de centro y derecha. Aunque la oposición tampoco ha demostrado un gran entusiasmo por recortar el estado. Y es que nuestra clase política está plagada de dirigentes con escasa capacidad de mantener su nivel de vida fuera de la política o de las redes clientelares. No se vislumbra en España un líder que provenga de la empresa, entre otras cosas porque el sistema electoral y el control de los partidos de las listas lo hace imposible. Los sistemas presidencialistas son mucho más permeables a la entrada de liderazgos que no provengan de la militancia interna de toda la vida.
Con todo la evidencia del declive europeo, y español pueden llegar a forzar medidas drásticas cuando aparezca una nueva crisis económica que, como las catástrofes naturales, pueden tardar pero acaban sucediendo. Lo lógico sería anticiparse, pero ya sabemos que el gran déficit de la democracia es la falta de incentivos para políticas cuyos resultados vayan más allá de las siguientes elecciones. Los políticos, como Louis XV se aferran al «después de mí el diluvio» y nadie aborda políticas impopulares si el agua no le llega al cuello. ¿Es posible un DOGE en España?. Comisiones de reforma de la Administración ha habido muchas, sin resultados más allá de recomendaciones teóricas generalmente incumplidas. Pero una auditoria independiente, con un liderazgo potente, con capacidad para escarbar en el fango, ni la ha habido ni se la espera a pesar de alguna iniciativa simbólica como la de Martin Varsavsky.