Dentro del ciclo de cine programado bajo el título genérico Todos los fiscales del presidente, esta semana hemos asistido boquiabiertos a la nueva entrega titulada Fiscales con un poquito de cianuro. Antes de comenzar este ciclo, pensábamos que el ministerio fiscal tiene encomendada la misión de “promover la acción de la Justicia en defensa de la legalidad, de los derechos de los ciudadanos y del interés público tutelado por la Ley, de oficio o a petición de los interesados, así como velar por la independencia de los Tribunales y procurar ante ellos la satisfacción del interés social”. Y creíamos que sus actuaciones se adecuaban a “los principios de unidad de actuación y dependencia jerárquica y con sujeción, en todo caso, a los de legalidad e imparcialidad” (Subrayados míos). Dependencia jerárquica, desde luego, pero siempre sujeta a los principios de legalidad e imparcialidad para garantizar la acción de la justicia.
En la entrega anterior de la serie, El fiscal general se deshace de las pruebas que lo incriminan, habíamos contemplado atónitos como el fiscal general se negaba a contestar a las preguntas que le formulaba el juez que investiga sus presuntos delitos al considerar ilegal el registro de su despacho en busca de pruebas incriminatorias y acusarlo, por ello, de estar predeterminado en contra suya. Con lo sencillo, se decían los espectadores unos a otros dándose codazos, que habría sido que el fiscal general de oficio hubiera mostrado al juez todos las llamadas y mensajes realizados desde su móvil y correo electrónico para despejar cualquier duda sobre la legalidad de sus actuaciones y demostrar que nunca cometió el delito que se le imputa en el desempeño de sus funciones: filtrar datos privados sobre el preacuerdo entre un contribuyente y un fiscal para saldar la deuda del primero con Hacienda.
Esa información la obtuvo el fiscal general haciendo un uso injustificado del principio de dependencia jerárquica
La mayoría de los espectadores comprendieron enseguida que el meollo de la trama radicaba en que esa información la obtuvo el fiscal general haciendo un uso injustificado del principio de dependencia jerárquica, puesto que la información carecía de relevancia para el fiscal general, y hay elementos indiciarios de que el documento, una vez en manos del fiscal general, apareció por arte de birlibirloque en el gabinete de presidencia y algunos medios de comunicación afines al gobierno, dejando muy malparados los principios de legalidad e imparcialidad que rigen las actuaciones del ministerio fiscal. En la escena cumbre del capítulo, se ve al fiscal general, como un delincuente más deshaciéndose del arma, procediendo al borrado de todas las pruebas incriminatorias a fin de impedir el esclarecimiento de los hechos. Y cuando el fiscal general le dice al juez que está en contra suya, los espectadores patearon con fuerza el suelo mientras gritaban, “¿dónde está tu móvil?, ¿dónde está tu móvil?”.
En Fiscales con un poquito de cianuro, los espectadores pudimos ver a la fiscal que envió los datos del contribuyente al fiscal general a su llegada a la sede judicial muy elegantemente vestida y con la cabeza bien alta. A diferencia de su superior jerárquico, a quien reconoció haberle enviado la información incriminatoria, la teniente fiscal sí contestó a las preguntas del juez, pero negó haberla enviado a los medios de comunicación, y trató de restar importancia a la filtración alegando que al menos 500 personas tuvieron acceso al documento, incluida la señora de la limpieza. La fiscal del caso, como ya ocurriera durante la declaración de su superior jerárquico en el capítulo anterior, asistió como un pasmarote a la vista, sin formular una sola pregunta a la investigada.
En la escena cumbre del capítulo, se ve al fiscal general, como un delincuente más deshaciéndose del arma
Los espectadores sonreían y comentaban al salir de la sala la torticera aplicación que hacían los fiscales investigados y los fiscales encargados del caso para velar de oficio “en defensa de la legalidad, los derechos de los ciudadanos y el interés público”. La fiscal investigada trató de diluir su responsabilidad, involucrando incluso a la señora de la limpieza tal vez algo sorda como en Marnie la ladrona, aunque no ciega, quien al parecer está al tanto de todo lo que se cocina en su fiscalía. Y los fiscales del caso, porque ni en este capítulo ni en el anterior abrieron el pico durante las vistas para esclarecer el papel de sus homólogos en el delito. ¿Por los intereses de quien velaban? En uno de los momentos cumbres del capítulo, el juez pregunta a la investigada por qué tras recibir la nota informativa que su superior jerárquico iba a difundir y darle su visto bueno, la fiscal añadió de su propia cosecha “aunque dan ganas de incorporar un poquito de cianuro”. La fiscal respondió al juez “fue un desahogo”. Al menos, hay que reconocer, que en este asunto no trasladó la responsabilidad a la señora de la limpieza.
¿Un desahogo? La fiscal, comentaban indignados los espectadores, se podía desahogar con su marido en casa, con sus hijos si los tiene o con su propia asistenta (ninguno aparecía en este capítulo), no desde luego en un mensaje dirigido a su superior en ejercicio de sus funciones de fiscal, a menos que como trabajador venial intentara hacer la pelota al jefe para ganarse sus favores. Tenía Poirot razón cuando para confortar a una señora acongojada, le decía que desear la muerte a alguien no la convertía en asesina, pero algunos deseos en boca de una fiscal sí llevan a preguntarse en manos de quienes está la defensa de la legalidad cuando se desahogan y actúan de esta guisa. Dando vueltas al capítulo, mi compañera de butaca, sugirió que este capítulo podría haberse subtitulado “De tal palo, tal astilla”. Como no soy fiscal, ni tengo superior jerárquico, me permito concluir esta breve reseña cinéfila pidiendo al productor que no se deje intimidar por todos los hombres del presidente y concluya la serie con la esperanza de que en el episodio final podamos ver a algunos fiscales sorber su propia medicina.