Laura Ramos Ramos. Estudiante de Filología Hispánica.
He cruzado la esquina de mi antiguo colegio y me los he vuelto a encontrar. Parece que llevan tres años sentados en la misma mesa de plástico, con la misma bebida y las mismas palabras. Es aterrador darse cuenta de que lo único que ha cambiado es la cerveza, que parece que ha dejado de ser aquella nefasta mezcla con limón a ser una bebida con un ligero sabor a alcohol.
Iba acompañada de mi querida maestra mientras me explicaba las sandeces que le dijo a la tumba de Rossini en ‘Père Lachaise’. Su voz, desveladora de experiencia, me incita a disfrutar intensamente cada uno de nuestros paseos. Me espanta perderla, pero a veces pienso que no merece encontrarse a cinco mojigatos bebiendo un cubalibre en medio de la calle. Ella ya no fruye en este mundo y cuando nos sentamos en su ajado sofá derrama lágrimas pesadamente nostálgicas. ¿Cómo voy a querer ser partícipe de las preocupaciones por huir de la policía con cuatro botellas de dos duros? Me resigno a participar en el magistricidio de mi querida, he pensado mientras me sirven una copa fresca de dry martini. Y es que cuando una noche saboreas el oasis de trajes blancos sirviéndote copas refinadas ya no hay vuelta atrás. ¿Quién, con dos dedos de frente, preferiría alcoholizarse pasando frío una noche de invierno antes que compartir el papel de mitómana en una cálida coctelería clásica? Lo más triste es que esta posibilidad no figura en la mente de muchos coetáneos.
No puedo implorar a Bocaccio porque me ruegan que despierte del mundo de los ensueños. No puedo fantasear con un ‘Mas Juny’ acompañada de Josep Maria Sert porque sería demasiado burgués por mi parte. Pero al menos estoy a tiempo de contarle a mi destilado una pecaminosa historia más, por supuesto antes que al joven camarero que se esconde detrás de un majestuoso traje de trabajo. Yo seguiré huyendo y olvidando el magnífico entourage que nos rodea entre maderas relucientes y paredes verdes británicas antes de derrochar cuatro lágrimas más junto a mi, ya conocida, maestra.
La decadencia de occidente es una caída en picado y llamadme nostálgica o romántica, pero toda aquella elegancia que debía cargar un comensal en una mesa de cualquier restaurante ahora parece pluma ligera. Los dueños de las tiendas de trajes a medida han cesado su lucha y hace tiempo que pusieron en venta sus locales, quién sabe si a un pequeño negocio de extranjeros que venden camisetas que anuncian que aman a las MILF. Lo hemos perdido todo. Querido Sorrentino, dónde buscas la belleza de la juventud si hace tiempo que dejó de existir. Desiste, céntrate en tu bienaventurada madurez y haznos recapacitar, un poco más disimuladamente, todo lo que Fellini podía ofrecernos y todo lo que hemos dejado escabullirse. Así, a lo mejor, consigues salvar a los únicos testigos de la gloriosa elegancia que algún día vivió mi querida maestra.