Alejandro Fernández (1976) es uno de esos políticos de raza con los que uno se topa pocas veces en la vida. Sus triquiñuelas oratorias, capaces de seducir hasta al secesionista más abigarrado, no excluyen una profundidad analítica más que notable, y eso, en los tiempos que corren, no es baladí. Con decirles que responde a lo que uno le pregunta bastaría para detallar cuál es su especificidad.
Aunque creo que Fernández, al igual que Anguita en su día, prefiere menos palabras elogiosas y más votos, es importante subrayar que encarna a la perfección aquel verso de Maragall: «Sia’m la mort una major naixença», ya que a lo largo de su dilatada trayectoria, el popular las ha pasado canutas y siempre ha resurgido.
Ahora, con 12 diputados más que en la anterior legislatura, busca ofrecer una alternativa de orden en tiempos intempestivos para el centro-derecha en Europa: una opción liberal-conservadora que recupere ese vanguardismo catalán que hoy no aflora por ningún recoveco de la comunidad.