El Ministerio de Seguridad Social ha publicado esta semana el balance del Ingreso Mínimo Vital (IMV) del año 2024. Según las cifras oficiales, este subsidio ha llegado en diciembre a «673.729 hogares en los que viven 2.047.755 personas». La cuantía media de la prestación es de 470,7 euros al mes por hogar y, en conjunto, la nómina de diciembre ha ascendido a 352,1 millones de euros que han pagado aquellos que madrugan y cotizan.
Estos datos indican que «hay 141.519 prestaciones activas más de las que había hace un año en este mismo periodo, lo que supone un incremento del 26,6%». El Gobierno añade que «en estos hogares conviven 465.972 beneficiarios más que los registrados en diciembre de 2023, un 29,5% más».
En otras palabras, más pobres, más paguitas, más personas que dependen del Gobierno y más miseria. Me parece una animalada que el Gobierno presuma a diario de que reparte muchas paguitas para el número ingente de pobres que hay en España. Presumir de que ayudas mucho a los pobres que tú has generado es diabólico.
Para cualquier Gobierno mínimamente normal sería motivo de vergüenza tener que reconocer que más de dos millones de personas pueden sobrevivir gracias a un subsidio público. Sería una auto enmienda a la totalidad de su gestión pública. Con lo bonito que sería escuchar a un ministro decir que en España nadie necesita una paguita pública para tirar adelante a su familia…
Y aquí es donde se plantea el dilema de siempre: para combatir la pobreza, ¿hay que enseñar a usar cañas de pescar o repartimos directamente el pescado?
Antonio Gallego
Cualquier persona medio normal piensa que hay que reducir las alarmantes tasas de pobreza en España. En 2024, el 26,5 % de la población española se encuentra en esta situación. En el último año, 240.000 personas más han pasado a estar en riesgo de pobreza y exclusión social. Esto significa un aumento de 0,5 puntos porcentuales respecto del año 2023.
La pobreza extrema también arroja unos datos demoledores. Según Eurostat, en el caso de España, en 2023, un total de 4,2 millones de españoles no podían permitirse tener la casa caliente o comprar carne dos veces por semana. Una cifra que ha aumentado considerablemente con respecto a 2022: 700.000 personas más se encuentran dentro de esta tasa de pobreza material, lo que supone que cada día hay 2.000 pobres más en nuestro país.
El porcentaje de españoles que no puede calentar su hogar el invierno pasado se ha situado en el 20,8%, uno de cada cinco, y se convierten, junto a los portugueses, en los europeos con más dificultades para mantener su casa a una temperatura adecuada, según el Informe del Estado de la Energía 2024 publicado por la Comisión Europea.
Y aquí es donde se plantea el dilema de siempre: para combatir la pobreza, ¿hay que enseñar a usar cañas de pescar o repartimos directamente el pescado? Claramente, el actual Gobierno de España apuesta por la segunda opción. En vez de crear un entorno económicamente competitivo y fiscalmente atractivo para la creación de empresas que luego generan empleo y prosperidad, han optado por machacar a impuestos a los currantes y empresarios para convertirlos en paguitas de diferente índole.
Obviamente, este modelo no es sostenible en el tiempo. El currante se acaba cansando, tira la toalla, se jubila o, harto de tanto expolio, acaba en la economía sumergida. Por eso, es cada vez más habitual observar cómo hay personas que ganan más dinero vía subsidios que trabajando.
A la izquierda siempre le ha gustado mucho eso de repartir limosnas para luego tener a los receptores de estas políticamente cautivos. Y de eso va el negocio político de Sánchez y sus mariachis. La izquierda está encantada con esas bolsas de pobreza tan espectaculares que hay en España: ahí radica su leitmotiv político. Es evidente que no tienen incentivos políticos para convertir a nuestra Nación en un territorio de fuertes clases medias y con musculatura financiera. Cuanto peor les vaya a los españoles, mejor le va al PSOE.
Presumir de repartir paguitas para pobres es mezquino, triste y refleja el estado emocional de una Nación que va directa a la decadencia más absoluta si no cambia drásticamente de rumbo y gobernantes.