Los que están y no están en Navidad

«Algunos afrontan la vida secuestrados por la nostalgia, mientras que otros viven con nostalgia de futuro».

Marc Luque
Mi hermano y yo aprendiendo a esquiar, sin mucho éxito, en la Baja Cerdaña.

El silencio de unos y la algarabía de otros coexiste armónicamente en Navidad. La euforia de los más pequeños se funde con el recuerdo de quienes nos dejaron. Algunos afrontan la vida secuestrados por la nostalgia, mientras que otros viven con nostalgia de futuro. También el traqueteo monótono de los whiskys coexiste con el agua como símbolo de duelo. No son menos los villancicos y los álbumes de fotografías: nidos de estridencia y reivindicaciones de juventud los primeros, y genealogías documentales que nos recuerdan que el tiempo es indomable, los segundos. Asimismo, los estirones de los jóvenes se combinan con el aspecto menguante de los mayores, y los saltos de alegría por los regalos recibidos interactúan, sin pisarse, con los suspiros propios de una operación secreta fructífera. En otras palabras, el éxito de la Navidad reside en asegurar la pervivencia del legado.

Esta armonía, tan perfecta como natural, no repercute en los que están y no están, aquellos que, por motivos laborales, se encuentran lejos de sus familias. Es cierto que la peccata minuta que acompaña a la pubertad favorece que reneguemos. Dicho de otro modo, empuja a los infectados a no querer parecerse a los suyos. «Adula cualquier sandez exterior y denota toda enseñanza adquirida en tu hogar«, sería el primer mandamiento de esta absurda teología. Sin embargo, como toda estupidez, queda extinguida por la autoridad de la experiencia. Y es que buscarse la vida en un lugar inhóspito espabila hasta al más ingenuo. Incisos aparte, el caso es que, en estas fechas señaladas, a quienes están exentos de disfrutar de su pequeña patria les sobrecoge el frío de la soledad. “Inmoral es sentirse mal por haberos querido tanto”, sintetizando y parafraseando a mi admirado Andrés Calamaro. Es probable que ese temblor germine en algún sollozo. No estar con los tuyos no es fácil de digerir. Y sí, no vinimos al mundo para hacer de plañideras, pero debemos ser libres para relamer nuestras heridas.

Por ello, en una de mis últimas columnas de este año, quería acordarme de buenos amigos como Andrés, Sara, Mario, Francisco Jesús, Tomás, Juliana, Flo y Massimo, personas a las que no les es ajeno lo descrito, personas a las que admiro con fervor. Y por supuesto, no podía concluir estas dispersas consideraciones sin saludar a mi hermano Pol, quien desde Letonia ameniza nuestras conversaciones, teñidas por la tristeza de su ausencia. 

Qué fácil es vagar los días grises, //creer que nuestra vida // rebosa de la vida de otros. Andrés Trapiello.

¡Feliz Navidad, amigos!

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