Cualquier tiempo pasado fue peor

El presidente Sánchez presume de una economía en crecimiento, pero ¿pueden la corrupción y el endeudamiento seguir siendo pasados por alto por la opinión pública?

Pedro Sánchez rodeado de sus fieles en la celebración del 41 Congreso del partido.
Pedro Sánchez rodeado de sus fieles en la celebración del 41 Congreso del partido.

No es por llevar la contraria a Jorge Manrique en sus famosas coplas a la muerte de su padre, uno de los poetas y poemas más admirados por (Antonio) Machado, sino porque realmente pienso que los españolitos nacidos después de la Guerra Civil hemos tenido la suerte de vivir unas décadas de bienestar sin parangón en la historia de España y hasta albergar la ilusión tras aprobar la Constitución en 1978 que habíamos por fin relegado al olvido la maldición machadiana de que una de las dos España había de helarnos el corazón. Ahora bien, el sentido de esta afirmación de carácter general, cualquier tiempo pasado fue peor, no cabe interpretarlo en sentido lineal, como si cada año fuera a mejorar el anterior, ni dar por sentado que el esfuerzo de reconciliación para cerrar las heridas de las dos Españas que inspiró la transición política se haya asentado definitivamente en nuestros corazones.

Escuchaba al presidente Sánchez alardear esta misma semana en la sesión de control al gobierno en el Congreso de la gestión económica de su gobierno y afirmar sin rubor alguno que «España vive uno de sus mejores momentos de las últimas décadas».  Él y su gobierno son los únicos que entienden cuáles son las prioridades de la sociedad española: vivienda, empleo, seguridad, sanidad, etc. Ante las sombras de corrupción que rodean a su familia, a su gobierno y a su partido, la economía constituye ahora un buen y casi único agarradero al que asirse para eludir las preguntas incómodas de la oposición y hasta de sus socios. Cualquier timador sabe que la rapidez de palabra resulta esencial para engañar a la víctima antes de que caiga en la cuenta, y en el arte de dar gato por liebre, hay que reconocerlo, Sánchez es un maestro consumado, y cuando sus adversarios intentan reaccionar él está ya abandonando el hemiciclo en dirección a la Moncloa. 

Trampas morales

Dos son las cuestiones que, a mi entender, plantea la línea de defensa desplegada por el búnker monclovita. La primera tiene carácter moral, una antigualla en los tiempos que corren, y podría formularse así: ¿puede compensarse la corrupción y el asalto a las instituciones con una buena gestión económica? Mediaba el año 2018 y la economía española había crecido en los cinco años anteriores a una tasa media de 2,8 %. El 31 de mayo, Sánchez, líder de la oposición, justificaba la moción de censura presentada por el grupo parlamentario del PSOE contra Rajoy, no por la mala gestión económica, sino apelando a razones de otra naturaleza. Nada mejor que recordar un par de párrafos del discurso pronunciado por Sánchez para vestir la mona:

Esta moción de censura, señorías, es consecuencia –y aquí se ha dicho por parte del diputado Ábalos–, es consecuencia de hechos gravísimos –insisto, hechos gravísimos– que de forma reiterada en el tiempo han ido sacudiendo a la opinión pública a golpe de imágenes que provocan bochorno, incredulidad e indignación.

Imágenes de descrédito político e institucional que exigen una respuesta contundente de esta Cámara, de los 350 diputados y diputadas aquí presentes, si se pretende –y ese es nuestro propósito– recuperar el valor y el sentido mismo de la política. 

¿Cuáles eran esos hechos gravísimos a los que se refería Sánchez? La incapacidad del presidente Rajoy «para asumir en primera persona las responsabilidades políticas que toda España y la mayoría de esta Cámara le exigen tras el conocimiento de la sentencia de la Gürtel». (Subrayado mío.) Ninguna importancia tenía a los ojos del candidato la buena marcha de la economía en aquellos años, recuperada después de que el presidente Zapatero la hubiera dejado al borde del abismo. Tampoco pareció importarles mucho la buena marcha de la economía a algunos avalistas de Sánchez, como el PNV, que acababan de dar el visto bueno a los PGE del gobierno de Rajoy pocos días antes, presupuestos con los que luego gobernó Sánchez hasta finales de 2019. Leer estos párrafos en los momentos actuales con Ábalos declarando en el Tribunal Supremo y el fiscal general, la esposa y el hermano del presidente imputados, pone a cualquier ciudadano honrado los pelos de punta. 

Trampas económicas

Cuando el presidente afirmó en su intervención en la sesión de control a que España vive uno de sus mejores momentos de las últimas décadas, apuntó a modo de prueba a las informaciones aparecidas en un prestigioso semanario (The Economist) sobre la buena marcha de la economía española y a las cifras de crecimiento del PIB publicadas por la OCDE que nos sitúan a la cabeza de las economías occidentales. Una ocasión excelente para sacar pecho y presentar al escuálido ratoncillo como si se tratara de un león de espectacular melena, envidia de todas las cancillerías. ¿Últimas décadas? ¿Cuáles?

Porque lo primero que resulta obligado recordar al doctor Sánchez es que son muchos los años aislados en las «últimas décadas» en que España creció más que en 2024. A veces, como he recordado arriba, lo hizo durante cinco años seguidos, desde el segundo trimestre de 2013 al segundo trimestre de 2018, a una tasa media de 2,8%, casi igual a la anticipada para 2024. Lo hizo, además, sin recibir multimillonarias ayudas de la UE, a diferencia de lo que ocurre ahora, porque a la hora de valorar la gestión de Sánchez tras la pandemia hay que tener en cuenta que sus gobiernos han licitado 75.486 millones (4,8 puntos del PIB) procedentes de los fondos Nueva Generación y resuelto casi 44.163 millones (2,8 puntos del PIB) hasta el 31 de octubre de 2024. Y que sólo en los diez primeros meses de 2024, las licitaciones han ascendido a 16.667 millones (1,1 puntos del PIB) y las resoluciones a 10.849 (0,7 puntos del PIB). 

Alardeó también Sánchez de que hay en España casi 22 millones de personas trabajando y hasta se atrevió el presidente a afirmar que su gobierno ha reducido la deuda y el déficit. Veamos, primero, cómo el gobierno está inflando las cifras de ocupación en España. Según la EPA, hay 950.400 ocupados más que no trabajan desde que Sánchez llegó a la Moncloa y 466.500 personas más trabajando en el sector público. Sacar pecho por la creación de empleo estable, cuando casi 1 millón de ocupados son personas que no trabajan y a cerca de medio millón más los tienen que sostener los ocupados en el sector privado que sí trabajan, constituye un auténtico disparate. En cuanto a la afirmación de haber rebajado la deuda pública, las cifras del Banco de España son también contundentes: la deuda aumentó en 425.462 millones desde el segundo trimestre de 2018 hasta el segundo trimestre de 2024, 70.910 millones en media cada uno de los seis años. Y sólo en los dos primeros trimestres de 2024, la deuda aumentó en 50.691 millones. Un poco de seriedad, doctor.

Un partido de leales

Como pudimos constatar en el 41º Congreso, el PSOE de Sánchez ya no exige a sus militantes honradez ni a su comisión ejecutiva cumplir las promesas electorales, no digamos ya lealtad a la Constitución, respeto al jefe del Estado y a los procedimientos y a las sentencias judiciales. Lo único que se les exige ahora es lealtad a Sánchez, asentir con la cabeza cuando están en foco o aplaudir con rabia cuando interviene el césar de Paiporta o cualquier centurión de tres al cuarto, y seguir al pie de la letra el argumentario fabricado en el fortín monclovita sin añadir ni quitar una coma. Podría resumirse el comportamiento exigible en una única frase: todos unidos contra los bulos y las noticias falsas que difunden el complejo político-mediático-judicial de la ‘fachosfera’.

Lo más preocupante de la situación actual es que tantos votantes de los partidos de izquierda hayan caído en tal grado de autocomplacencia y renunciado a valorar las decisiones de los partidos a los que votan y sus consecuencias de acuerdo con la elemental máxima moral de aplicarles los mismos criterios que al resto de formaciones políticas. ¿Cómo valorarían de haber sido otro el partido responsable el escándalo de las comisiones en la compra de mascarillas, la actuación del fiscal general recabando información sobre un contribuyente, la creación de una cátedra en la Universidad Complutense para la mujer del presidente y de un puesto en la Diputación de Badajoz para el hermano del presidente? Me temo que no pueden siquiera plantearse estas cuestiones mientras sigan creyendo en que todo lo que hacen los partidos de ‘izquierda’ es, por definición, noble, lícito y deseable, y la evidencia que puede aportarse en sentido contrario es irrelevante y ha de ser relegada sin escrutinio al mundo de los bulos y noticias falsas. Ya va siendo hora de que despierten y recuperen “el valor y el sentido mismo de la política”.

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