Carraca de la mala…

Crítica a la entrevista de Alicia Valdés en 'Carne Cruda'.

Alicia Valdés
Alicia Valdés posa antes de ser entrevistada / Isabel Sangro

El torremarfilismo es un corsé con el que desfilan no pocos. Probablemente muchos por incapacidad mental, y otros por cobardía. Son los intelectuales que no van en serio, que diría Manuel Sacristán. Desconfíen de quienes se vanaglorian de soportar el gran peso del mundo en sus espaldas. 

Aunque la verdadera indecencia moral es otra; es la de aquellos imbéciles, que decepcionados con el paisaje, callan, como el silencio que precede al canto, para adueñarse de una parte de las migajas. Esto es, dar validez a salvajadas, y en muchos casos tan solo por un par de palmaditas en la espalda.

El caso es que hace pocos días, en el podcast ‘Carne Cruda’, entrevistaron a Alicia Valdés, autora del libro Política del malestar (Debate, 2024). Un ensayo que, según comentó a lo largo de sus intervenciones, presenta una crítica a la “derecha neoconservadora y a la derecha neoliberal desde la teoría de los afectos, el psicoanálisis y la descentralización de la razón”. Ya de entrada, la investigación me resulta demasiado ambiciosa para una obra de 248 páginas. No obstante, me ceñiré a presentar algunas dudas que me suscitaron los planteamientos que expuso en la entrevista.

Primera perla. «Uno de los paradigmas que tenemos ahora mismo es que las decisiones políticas se basan en un sujeto masculinizado y androcéntrico que se fundamenta solo en la razón y la voluntad”. Veamos, no sé ni por dónde empezar. A mí, que el libro sea una suerte de mesa camilla de palabrería sin sustancia, me importa un comino. Ahora, que se denoste a la política acusándola de ser demasiado racional, me importa mucho más. Esto es un insulto a la realidad. También en el preámbulo de la entrevista alardeaba de presentar un análisis “desde la razón descentralizada”. Siempre con ese léxico que suena a carraca de la mala e ininteligible para el resto de los mortales que no dominamos el élfico. ¿A qué se refería? Si precisamente el problema actual es que no hay deliberación que anteceda a la toma de decisiones, contamos solo con la presentación pública de decisiones inamovibles tomadas previamente. Así funciona hoy la política real, no la de los gestos ni los afectos. Se impone siempre el cortoplacismo, la ausencia de voluntad reformista y la corrupción moral.

Segunda perla. “El deseo tiene que ponerse encima de la mesa”. ¿El deseo de quiénes? ¿Abandonamos la razón como guía y nos subordinamos a las emociones? Es decir, maldecimos nuestra existencia porque hoy todo Dios es «ultraconservador»: el que se levanta pronto, el que no habla como si chupara limones, el que va al gimnasio, los que no vamos, el que escribe con la derecha y pronto los gafudos. Y adivinen cuál es la mejor solución que se les ocurre a estos palmeros líricos: vamos a someternos a la turba y lo haremos sin marco. Ya hay que ser zoquete… ¿Por qué saben que algún día no gobernarán, no? ¿O aquello del pluralismo político también está outdated?

Tercera perla. “Estaría bien que los hombres rojos lucharan por una masculinidad antifascista, porque el feminismo sí plantea cuál es la identidad feminista roja; el feminismo está combatiendo al fascismo. Qué Llados os come la tostada”. Esto me deja estupefacto. Que yo sepa, el feminismo se erige, o debiera erigirse, contra el género y los roles asociados a la realidad biológica. Entonces, ¿cómo puede afirmarse que un movimiento que ha buscado siempre erradicar la discriminación sexual persiga ahora, de manera un tanto afanada y excéntrica, perpetuar el género? Es decir, luchamos por la liberación de la mujer negando que existan como realidad biológica. Todo muy coherente, sí…

Por otro lado, también me llama mucho la atención la devoción que destilan los pensantes y repensantes del capitalismo por Laclau. Un auténtico canalla, el néctar del que se han nutrido terceros, que, sin tocar a un clásico, deben su “altura” intelectual a sus tristes reseñas. Su programa, el de Alicia Valdés y otros tantos, no es otro que el de parcelar identitariamente y que cada uno mire por su trasero. No es casualidad que, entre tantas categorías y subordinadas, el único concepto que omitió fue el de ciudadanía.

En fin, parece que hoy todo queda reducido a dar lustre a ideas más cortas que las mangas de un chaleco. Que le pregunten a Javier Gallego; su cara era un poema. Pero es lo que hay: a la élite académica y mediática, las necesidades materiales se las traen al pairo. Ahora solo interesa vivir con mirada hierática y chapotear sobre el lodo petulantemente. Y con estos tenemos que reconstruir Macondo… ¡la virgen!

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